Actividad - Analisis de la obra La compuerta
Enviado por Brigitte Carolina Buele C • 28 de Noviembre de 2021 • Apuntes • 1.129 Palabras (5 Páginas) • 210 Visitas
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Nombre: BRIGITTE BUELE
Curso: 1RO “E”
Objetivo: Analizar los elementos lingüísticos de un texto literario mediante la identificación de los rasgos formales, estilísticos y lingüísticos para la elaboración de un comentario de texto.
Instrucciones:
Analice el siguiente texto. Realice un comentario sobre el contexto, el destinatario, cuestión global, el propósito y los rasgos formales y estilísticos, etc.
La compuerta número 12
En el fondo, sentado delante de una mesa, un hombre pequeño, ya entrado en años, hacía
anotaciones en un enorme registro. Su negro traje hacía resaltar la palidez del rostro surcado
por profundas arrugas. Al ruido de pasos levantó la cabeza y fijó una mirada interrogadora en el
viejo minero, quien avanzó con timidez, diciendo con voz llena de sumisión y de respeto:
–Señor, aquí traigo al chico.
Los ojos penetrantes del capataz abarcaron de una ojeada el cuerpecillo endeble del muchacho.
Sus delgados miembros y la infantil inconsciencia del moreno rostro en el que brillaban dos ojos
muy abiertos como de medrosa bestezuela, lo impresionaron desfavorablemente, y su corazón
endurecido por el espectáculo diario de tantas miserias, experimentó una piadosa sacudida
a la vista de aquel pequeñuelo arrancado de sus juegos infantiles y condenado, como tantas
infelices criaturas, a languidecer miserablemente en las humildes galerías, junto a las puertas de
ventilación. Las duras líneas de su rostro se suavizaron y con fingida aspereza le dijo al viejo
que, muy inquieto por aquel examen, fijaba en él una ansiosa mirada:
–¡Hombre! Este muchacho es todavía muy débil para el trabajo. ¿Es hijo tuyo?
–Sí, señor.
–Pues debías tener lástima de sus pocos años y, antes de enterrarlo aquí, enviarlo a la escuela por
algún tiempo.
–Señor –balbuceó la voz ruda del minero en la que vibraba un acento de dolorosa súplica–,
somos seis en casa y uno solo el que trabaja. Pablo cumplió ya los ocho años y debe ganar el
pan que come y, como hijo de mineros, su oficio será el de sus mayores, que no tuvieron nunca
otra escuela que la mina.
Su voz opaca y temblorosa se extinguió repentinamente en un acceso de tos, pero sus ojos
húmedos imploraban con tal insistencia, que el capataz vencido por aquel mudo ruego llevó a sus
labios un silbato y arrancó de él un sonido agudo que repercutió a lo lejos en la desierta galería. Oyóse un rumor de pasos precipitados y una oscura silueta se dibujó en el hueco de la puerta.
–Juan –exclamó el hombrecillo, dirigiéndose al recién llegado– lleva este chico a la compuerta
número doce, reemplazará al hijo de José, el carretillero, aplastado ayer por la corrida.
Y volviéndose bruscamente hacia el viejo, que empezaba a murmurar una frase de agradecimiento,
díjole con tono duro y severo:
–He visto que en la última semana no has alcanzado a los cinco cajones que es el mínimum diario
que se exige de cada barretero[1]. No olvides que si esto sucede otra vez, será preciso darte de baja para que ocupe tu sitio otro más activo.
Y haciendo con la diestra un ademán enérgico, lo despidió.
Los tres se marcharon silenciosos y el rumor de sus pisadas fue alejándose poco a poco en la
oscura galería. Caminaban entre dos hileras de rieles[2] cuyas traviesas hundidas en el suelo
fangoso trataban de evitar alargando o acortando el paso, guiándose por los gruesos clavos
que sujetaban las barras de acero. El guía, un hombre joven aún, iba delante y más atrás con
el pequeño Pablo de la mano seguía el viejo con la barba sumida en el pecho, hondamente
preocupado. Las palabras del capataz y la amenaza en ellas contenida habían llenado de angustia
su corazón. Desde algún tiempo su decadencia era visible para todos; cada día se acercaba más
el fatal lindero que una vez traspasado convierte al obrero viejo en un trasto inútil dentro de la
mina. En balde desde el amanecer hasta la noche, durante catorce horas mortales, revolviéndose
como un reptil en la estrecha labor, atacaba la hulla[3] furiosamente, encarnizándose contra el filón
inagotable que tantas generaciones de forzados como él arañaban sin cesar en las entrañas de
la tierra.
Fragmento del cuento del escritor Baldomero Lillo, “La compuerta número 12” (1904), recogido en Sub terra (2011)
Esta pregunta pide a los alumnos que comparen un fragmento del relato “La compuerta número 12” del escritor chileno Baldomero Lillo
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