Análisis del libro “El laberinto de la soledad” por Octavio Paz
Enviado por Claudia Durán. • 6 de Octubre de 2015 • Resumen • 3.897 Palabras (16 Páginas) • 400 Visitas
Análisis del libro “El laberinto de la soledad” por Octavio Paz.
Capitulo Uno
El Pachuco y otros extremos.
En este capítulo Octavio Paz comenzó su análisis en la cuidad de los Ángeles donde comparaba a los gringos con un millón de mexicanos que radicaban ahí.
El ensayo comienza hablando del adolecente y su asombro por los descubrimientos que va obteniendo de sí mismo y lo lleva por la conclusión que el adolecente llega a sentirse solo, y se asombra de ser. La adolescencia, ese preciso momento donde tomamos conciencia de nuestro ser.
El México pos revolucionario, dejó un país en etapa reflexiva que necesariamente lo llevó a la auto contemplación. Fue entonces, cuando surgieron distintos niveles históricos que convivían, o se enfrentaban, en un mismo presente. México, estaba hecho de distintas razas, además de las diferentes lenguas, que ya de por sí marcaban un camino por entender.
Mexicanos que no se mezclan y que se autonombran Pachucos. Es decir, “Bandas de jóvenes generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del sur, que se caracterizan por su vestimenta conducta y lenguaje”. Personas que no quieren volver a su origen mexicano, pero que tampoco quieren pertenecer al sistema americano.
El Pachuco, según Octavio Paz, “Es uno de los extremos a los que puede llegar el mexicano”. Siempre marginal, al Pachuco le gusta irritar a la sociedad, entonces, y sólo entonces, el Pachuco encuentra su lugar en el mundo y por lo tanto, su razón de ser. Se siente libre de romper las reglas, de conocer lo prohibido, en pocas palabras, de desafiar al sistema.
Entonces el Pachuco se sabe distinto y por ello, se sabe solo.
La soledad del mexicano, tiene sus raíces en su profundo sentido religioso, y en la muerte, la compañera perfecta de la vida. Sólo en México se rinde culto a la muerte pues se sabe dadora de vida.
Capitulo dos
Mascaras mexicanas.
El mexicano “siempre está lejos, lejos de los demás. Lejos también de sí mismo”. Es capaz de hacer uso del silencio en vez de la palabra, lo usa como un instrumento de defensa.
Las máscaras del mexicano, sus mentiras, reflejan sus carencias, lo que fuimos y queremos ser
El mexicano usa máscaras para proteger su intimidad, y por lo tanto, el círculo de la soledad se vuelve a cerrar. La forma en la que consideramos peligroso a todo lo que representa lo que esta afuera, tiene su razón si revisamos la historia de nuestro país. Las derrotas se sufren con dignidad. Lo anterior, dice Octavio Paz: “No carece de grandeza”.
La vanidad masculina, heredada de los indígenas y los españoles, se regodea bajo la sumisión, económica, moral y social de la mujer. “En un mundo hecho a la imagen del hombre, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos”.
Sin embargo, también se está consciente de que la mujer, la tierra, representa la continuidad de la especie, el orden, y la dulzura. De nada sirve lo anterior, el machismo necesita mujeres impersonales para subsistir. Se respeta el concepto de la madre, de la mujer abnegada pero no de la persona: la mujer como protagonista de su historia. Por ello, refranes, canciones populares y conductas cotidianas, aluden al amor como falsedad y mentira si la protagonista “deja” al hombre, quien por su parte, encuentra consuelo en los brazos del alcohol. Una mentira más que pudo ser verdad.
Capítulo tres.
Todos santos, día de muertos.
La contradicción forma parte del mexicano. “Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo” y las Fiestas populares, resultan el desagüe idóneo para tal efecto. Durante las Fiestas populares, desde el grito de independencia hasta el día de la raza, el mexicano se siente completo, seguro. La razón es sencilla, en ese instante, en ese presente, “el pasado y el futuro al fin se reconcilian”.
En todos los rincones de México existen sus Ferias y tradiciones, aún en los más miserables. Los ricos, la minoría que no es pueblo, no festejan, sus reuniones son frías y ni por equivocación se faltan los modales. “Las Fiestas son el único lujo de México”.
Y una vez más, el círculo de la soledad se cierra. El mexicano derrocha esperando que el derroche mismo atraiga a la abundancia y si no la atrae, por lo menos se aparenta.
Lo importante es que, durante la Fiesta, “todo pasa como si no fuera cierto, como en los sueños”. La gente se burla del clero, de las instituciones, del ejercito y hasta del mexicano mismo.
Uno de los festejos que más llama la atención: es el día de muertos. Ya desde antes de la llegada de los españoles, los indígenas creían que la vida se continuaba con la muerte, y de hecho, la vida misma se alimentaba de la muerte. Nada más privilegiado en vida, que ser sacrificado para los Dioses. Mientras que para los cristianos la muerte es la antesala a otra vida, para los aztecas, la manera de participar fundirse con las fuerzas creadoras. Para los aztecas, ni la vida ni la muerte les pertenecía, todo era un capricho de los dioses. La religión y el destino, trazaban la vida de sus hijos. “La conquista de México, sería inexplicable sin la traición de los dioses, que reniegan de su pueblo”.
Actualmente, Paz señala, “todo funciona como si la muerte no existiera”, se exalta la salud con drogas milagrosas en un siglo donde también hubo campos de concentración. Para el mexicano moderno, la muerte ha dejado de ser tránsito, ahora es su amor más permanente, su juguete favorito.
Dos autores mexicanos refiere Paz en este capítulo: José Gorostiza y Xavier Villaurrutia, autores de Muerte sin fin y Nostalgia de la muerte respectivamente. Ambos poetas, a su manera, pretenden quitarle la máscara a la muerte, la Muerte Original, la que fue antes de la vida. La entraña materna.
Capítulo cuatro.
Los hijos de la Malinche.
Paz abre el capítulo, con una dura crítica al capitalismo. Sistema económico o modo de producción (según Marx) donde la condición humana es rebajada hasta sus últimas consecuencias. El individuo se vuelve obrero, número de fábrica prescindible. Produce mercancía que el mismo consume. Se disuelve en la masa y entonces cobra significado. Ahora pertenece a una clase. Luego, volviendo a aterrizar en tierras mexicanas, el autor sorprende con una frase demoledora. “El mexicano no quiere o no se atreve a ser el mismo” Demasiados fantasmas lo habitan: la conquista, la colonia, la independencia, las guerras contra Francia y Estados Unidos “nuestro buen vecino”, demasiados abandonos por parte de los dioses. Sin embargo, los mexicanos tenemos una manera de exorcizar a nuestros demonios. Un grito es suficiente para afirmarnos ante lo exterior, ante los demás: ¡Viva México hijos de la Chingada! Y ¿quién es la Chingada?, ¿a quién o quienes se dirige tal grito de guerra? No es casual por supuesto, que el 15 de septiembre, aniversario de la independencia, todo México, embriagado de seguridad y orgullo, lo grite. Y tampoco es casual que la figura materna, por un lado falsamente respetada, sea el blanco de la agresión.
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