Analisis literario pedro paramo
Enviado por niki311098 • 13 de Marzo de 2019 • Ensayo • 12.533 Palabras (51 Páginas) • 389 Visitas
TRAMA:
Juan Preciado llega a Comala porque ahí es donde vive su papá Pedro Páramo. Llega porque su madre le pide en su lecho de muerte que lo vaya a ver, puesto que estaba segura que le daría gusto conocer a su hijo. Juan Preciado le había prometido que iría, puesto que debía “cobrarle caro a su padre el olvido en el que los tuvo”. Sin embargo, no tenía pensado cumplir su promesa hasta que le dieron vueltas las ilusiones de Comala y de su Padre. Por eso es que fue a Comala.
Juan Preciado llegó en tiempos de la canícula, es decir, cuando había más calor que de costumbre para ser exactos en el mes de agosto, durante el camino se encontro con un hombre que se dirigía al mismo sitio que él, así que lo siguió hasta que sus hombros iban muy pegados que el señor decidió ir a su lado y se presento con el nombre de Abundio este señor le comenzó a decir que Comala lucía triste, porque así eran los tiempos. Juan Preciado se desilusionó puesto que esperaba ver a Comala tras los ojos de su madre, es decir, tal y como ella se lo había contado y en cambio sólo encontraba al pueblo vacío, como si no lo habitara nadie. El señor más tarde le confirma que en efecto ahí nadie vivía y que Pedro Páramo había muerto hace mucho. Le comentó que también era hijo de ese señor y le mostró todo el terreno de la Media Luna; le contó a Juan Preciado que Pedro Páramo solía poseer todas esas tierras, pero que sin embargo ellos habían sido malparidos en un petate, y por esas razones era “un rencor vivo”, tambien le comenta que cuando vaya se dirija con Doña Eduviges y que va de su parte al llegar al pueblo Juan Preciado comenta que en ésa misma hora, en Sayula (es decir, de donde es originario) solían haber muchos niños jugando en la calle, gritando y jugando. Pero allá en Comala el silencio era pesado y tan solo oía los ecos de sus pisadas. Todo lo que podía observar eran tan sólo casas vacías, puertas desportilladas e invadidas de una yerba llamada “La capitana”, que no era más que una plaga que invadía las casas sólo cuando la gente se iba. Siguió andando y encontró a una señora a lo lejos, con un rebozo. Ésta caminaba y desapareció como si no existiera. Y, tras un rato, se volvió a topar con Juan Preciado. Éste le preguntó a la señora del rebozo la ubicación de la casa de doña Eduviges. Ella le dijo que vivía al lado del puente. Aunque a Juan Preciado le parecía su voz muy de otro mundo, sólo le dio las buenas noches y siguió caminando, con voces en su cabeza, especialmente de su madre diciéndole cosas como que ella iba a estar más cerca de él en el pueblo. Juan Preciado se comenzaba a quejar, y le quiso decir a su madre que lo había mandado a una dirección mal dada, a un pueblo solitario y buscando a alguien que no existe.
Tras una larga caminata, llegó a la casa al lado del puente orientándose tan sólo por el sonar del río.
El arriero que había guiado a Juan Preciado hasta Comala le dijo que tenía que seguir mucho más allá de ahí, porque ahí no estaba su casa. Le dijo que se fuera a echar una ojeada al pueblo, y tal vez así encontraría a un vecino viviente. Juan Preciado tan sólo preguntó dónde podría encontrar alojamiento. El arriero le dijo que buscara a doña Eduviges, si es que aún vivía. Por último, se alejó diciendo su nombre: “Abundio”.
La casa de doña Eduviges era tan sólo un pasillo con una larga serie de cuartos oscuros y desolados. Juan Preciado al pasar y acostumbrarse mejor a la oscuridad, notó que tan sólo eran bultos por entre los que iba caminando, a lo que Eduviges Dyada le dijo que “eran tiliches” porque mucha de la gente que se había ido de Comala le había dejado encargada a ella todos los muebles y nadie había regresado por ellos. Doña Eduviges le dijo a Juan Preciado que ya sabía que iba a llegar, porque su madre, Dolores Preciado, le había avisado que su hijo vendría. Entonces le mostró su cuarto, una habitación vacía, porque Eduviges no había hecho aún la cama y aseguraba que el sueño era muy buena almohada, por lo tanto le haría su cama al siguiente día. Juan Preciado le comentó a doña Eduviges que su madre había muerto desde hace siete días y ella dijo que con razón su voz se oía tan débil y lejana. Le dijo que se habían hecho la promesa de morir juntas, por si acaso del otro lado se encontraban con alguna dificultad. Que eran muy amigas y que Dolores Preciado había sido una chica muy bonita, muy tierna, que hasta daba gusto quererla. Luego se disculpó porque le hablaba a Juan Preciado de tú, y eso era porque ella consideraba que él debió de haber sido su hijo. Juan Preciado comentó que la mujer parecía una loca, aunque después ya no pensó en nada, ni creyó en nada. Sólo se dejó arrastrarse porque estaba cansado.
Estaba lloviendo por una tormenta y en el granado las gallinas sacudían sus alas y salían al patio, y desenterraban a las lombrices. Una señora regañaba a su hijo, Pedro Páramo, porque llevaba mucho tiempo en el excusado. Le regañó, preguntándole que qué tanto hacía ahí adentro, porque una culebra podía salirle y morderle. El niño tan sólo le respondía que sí, que iba a salir en seguida, mientras en realidad se encontraba abstraído por sus pensamientos hacía una niña: Susana. Pedro Páramo estaba recordando cómo era que ella y él volaban antes papalotes, y que disfrutaban de esto mientras el aire los hacía reír. Pedro Páramo se refirió a los ojos de Susana como de “aguamarina”, porque en eso estaba pensando también. Finalmente, su madre enojada le dijo que fuera a desgranar el maíz con su abuela.
Pedro Páramo llegó con su abuela y le dijo que le iba a ayudar a desgranar maíz, y ella le comentó que ya habían terminado y sin embargo, podía ayudar a hacer chocolate. Pero movida por la curiosidad, la abuela del niño le preguntó que dónde se la había pasado durante la tormenta. Él había respondido que se la había pasado en el otro patio, tan sólo viendo llover. La abuela lo miró con ojos de adivinar lo que tenía adentro, y lo mandó a limpiar el molino. Pedro Páramo pensó en que Susana se encontraba ahora ya muy lejos de él, que estaba en un lugar donde él no podía ni verla ni hablarle. Mientras tanto, le contestó a su abuela que tenían el molino roto. La abuela le echó la culpa a Micaela, por estar de seguro moliendo mecates en el molino. Pedro Páramo sugiere comprar otro molino, pero la abuela le responde que a pesar de ser buena idea, todo el dinero se lo habían gastado enterrando a su abuelo y pagando el diezmo a la iglesia. Por tal motivo le pidió que fuera con Inés Villalpando para comprarle un nuevo molino, un cernidor y una podadera y pagárselo hasta la cosecha. Antes de salir de casa, su madre le encargó también que trajera una tafeta negra y cafiaspirinas.
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