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Ensayo Literario. Eterno resplandor de una prosa sin recuerdos


Enviado por   •  7 de Enero de 2019  •  Ensayo  •  575 Palabras (3 Páginas)  •  243 Visitas

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Eterno resplandor de una prosa sin recuerdos

“Yo me reconozco en esta fastidiosa herencia, soy  hijo de la estafa y de los muertos recurrentes”.

(Joaquín Gianuzzi)

Lo que se hereda no es destino es un pensamiento que siempre contemplé en relación a la prosa. Para mí, es necesario cuestionarse el eterno retorno a los orígenes. Pero ¿Quién soy yo para dilapidar aquello que construyó lo que soy ahora? Mi recorrido por las figuras centrales de la literatura argentina era equivalente, otrora, a mis progenitores. Eran a quienes  siempre volvía cuando todo parecía derrumbarse, cuando dejaba ganar la pesadumbre.

Y es que, cuando releo mis obras, tanto así como a la de mis pares, me es imposible no reconocer los rastros de los grandes, de quienes, se quiera o no, ejercen cierta influencia. Hoy puedo decir que aquellos escritos eran una caricatura de los clásicos, más que una obra propia. Eran la casa tomada, las voces que hacían eco hasta tomar fuerza: seguir el camino de los grandes era equivalente a lograr un estilo, una prosa de excelente carácter.

Hace tiempo he resuelto no contemplar a los maestros en un pedestal,  para no repetir a  Katchadjian en su “homenaje” a Borges, sino verlos como los que nos otorgaron las herramientas  para llegar a donde queramos.  ¿Cómo llegué a esta postura? Cuando me liberé del fastidioso ejercicio de “llegar a ser igual de bueno que...”.  Aquello me enervaba, derivaba en el pensamiento de no sentirme suficiente, de que aún muertos quienes me inspiraron tenían cierta constancia en el presente, es decir, revivían. Gracias a mí revivían: en la reescritura de los modelos de tradición, cada maestro salía de nuevo en mis palabras aunque yo no lo buscara. Así, en cada página dialogaba con Borges, Cortázar, Bioy Casares, Sabato. Por supuesto que este suceso no era intencional: justamente causal. ¿Por qué digo esto? porque sobre lo que escribía ya había sido escrito (y quién no lo habrá pensado). Al realizarlo, me vi entrar en el túnel. Aquel del cual sólo se me mostraría la salida una vez que, deshecha la herencia, me resuelvo a asesinar a  Sabato en mi mente. Fue entonces cuando vi todo con más claridad: aquel fastidio me lo permitía sentir si y solo si, me comparaba con quienes consideraba importantes. Con quienes el canon literario establece como los clásicos. Aquella construcción no la había hecho yo, aquellas lecturas eran para sentirme dentro del círculo,  esa sensación de pertenencia me otorgaba seguridad.

Una vez, por obra del destino, cayó en mis manos Muchacha punk. Aquella literatura disruptiva, provocadora, que yo creía que había llegado a su máxima elaboración en la prosa de Cortázar, me abrió los ojos. De Fogwill fui a Saer, de Saer fui a Molloy, de  Molloy fui a Lemebel, de Lemebel a Perlongher.Y allí fue donde partí. La nueva generación de escritores argentinos tal vez no sea igual de gloriosa que Pizarnik, ya con eso en mente, comencé la creación. Desde el comienzo es que destruímos aquellas escrituras otorgadas por la lectura. No más angustia de las influencias, no más eterna comparación: para que la herencia no pese, no hay que tener recuerdos.

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