Immanuel Kant nos propone a la naturaleza como una fuerza sabia
Enviado por jorgeignacio.mon • 30 de Agosto de 2017 • Ensayo • 681 Palabras (3 Páginas) • 91 Visitas
Al no existir leyes capaces de aclarar los comportamientos humanos (y con ley me refiero específicamente a explicaciones irrefutables), existen postulados teóricos que tratan de esclarecer (en cierta medida) estos fenómenos. Immanuel Kant dedicó parte de su trabajo a buscar una manera de explicar el comportamiento de la naturaleza, proponiendo la idea de un “plan”, como si de cierta forma existiese una suerte de guía (común) en todo lo que nos rodea y en la manera en la que el ser humano se comporta y se desarrolla a lo largo de la historia. “De manera semejante, cuando el historiador habla de un plan de la naturaleza que se desarrolla en la historia, no quiere decir que existe una mente real llamada Naturaleza que elabora conscientemente un plan que ha de cumplirse en la historia, quiere decir que la historia procede como si existiera tal mente” (Aramayo, 1994).
De esta forma, Kant nos propone a la naturaleza como una fuerza sabia, que siempre espera sacar el mayor provecho de las habilidades innatas del hombre (Primer Principio). Lo anterior es el puntapié inicial para otros ocho principios más, en los que se explica cómo el ser humano logra mediante la práctica, desarrollarse. Experimentando, entonces, el ensayo-error, la reflexión, la capacidad de asumirse como un ser autosuficiente y capaz, que va escribiendo una historia en la que se puede remontar las veces que sean necesarias para así ir generando cambios, movimientos sociales, diferentes paradigmas, culturas, y así, conjuntamente, marcando precedentes.
Mediante este desarrollo humano histórico, también se va generando la moral, afín al hombre pensante y racional, la cual va variando y adaptándose de acuerdo a las necesidades y realidades (paradigmas sociales) a los cuales se ve enfrentado en comunidad. Conectado con lo interior y lo exterior, tanto en su realidad de entorno como fuera de si, el ideal sería entonces, un hombre capaz de alcanzar una constitución social cosmopolita.
En la vida diaria nos encontramos con claros ejemplos de la lucha del ser humano por aprender y lidiar consigo mismo y el entorno (en su naturaleza egoísta, altanera y ambiciosa). Por ejemplo, todas las mañanas en el gran Santiago, las personas se ven expuestas a la (estresante) rutina del transporte público. En este contexto, se puede apreciar fácilmente cómo el ser humano en situaciones críticas, de poco bienestar y comodidad, se trata de imponer frente a sus pares, con tal de conseguir lo que desea, en este caso, un puesto relativamente “cómodo” en el metro, micro u otros.
Tal y como reflexiona el Tercer Principio “A la naturaleza no le ha importado en absoluto que el hombre viva bien sino que se vaya haciendo camino para hacerse digno, por medio de su comportamiento, de la vida y del bienestar” (Aramayo, 1994). Así, pasamos también al Cuarto Principio, en el que el ser humano vive y se comporta dentro de un constante “antagonismo” en el tiende a ser hostil con sus pares, amenazando así la sociedad. El ser humano necesita de la sociabilización, pero también es individualista. Se procura una “posición entre sus congéneres, a los que no puede soportar, pero los que tampoco puede prescindir” (Aramayo, 1994).
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