¿Por qué hablar de cultura?
Enviado por lomenchu • 6 de Noviembre de 2016 • Ensayo • 3.472 Palabras (14 Páginas) • 257 Visitas
¿Por qué hablar de cultura?
Para responder a esta pregunta debemos comprender que toda palabra en su definición etimológica debe ser contextualizada, esto quiere decir, que debemos explicitar su contexto, tanto social como político, lo que más tarde nos permitirá complejizarla.
De esta forma, no sirve decir que “todo es cultura”, ya que, indica que esta es algo neutro. Por ello, una aproximación etimológica dota de un carácter político a la palabra, lo que permite reconocer en la palabra “cultura” una consideración que no es inocua, sino más bien, le otorga forma y sentido, por consiguiente, definiremos cultura como todo lo creado por el hombre, permitiéndonos aseverar que está provista de ideología, lo que, finalmente conlleva al control social.
Tal como lo expone la filósofa alemana Hannah Arendt, la cultura cuando se industrializa y se modifica, crea un individuo consecuencia de la sociedad de masas y esta sociedad de masas se ha transformado a su vez en una cultura de masas, esto quiere decir que la sociedad es consumidora de “cultura”, o sea, se alimenta de los objetos culturales que se producen. Así según la filósofa, la acumlación de conocimientos va en beneficio de mi posición social y por esta razón te otorga un status social.
A partir de lo anteriormente expuesto, nos adentraremos a explorar las dimensiones que configuran el individuo enajenado y por qué es importante hablar de cultura, con el fin de descubrir que existe detrás de esta palabra.
En primer lugar, es necesario mencionar que la historia se basa en la disposición de significados y de las prácticas significantes que en la sociedad revelan el papel representado por el poder en la regulación de las actividades cotidianas. Por esto, se construyó un relato que justifica el porqué de la creación del Estado, una historia universal. Con ello, se vislumbra el pase de “yo soy el Estado” al Estado Moderno, o sea, la configuración del ser humano, mediante el encauzamiento de la conducta.
Sin embargo, lo que se pretende encauzar no es solo la conducta, sino también el cuerpo, esto significa el establecimiento de una nueva forma de enderezar u orientar desde un sentido ortopédico el cuerpo, el ideal de hacer útiles a los inútiles, cuerpos dóciles que pueden ser sometido y por lo tanto transformados y perfeccionados.
Este arte de prevenir y corregir aquello que es considerado como desviado (fuera de la norma), utilizó el mecanismo de la disciplina, la cual, disocia el poder del cuerpo, o sea, aumenta la aptitud y acrecienta la dominación. Por consiguiente, permite el control minucioso de las operaciones del cuerpo y garantiza la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad. Tal como menciona el historiador Michel Foucault en su libro castigar y vigilar:
“El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Una "anatomía política", que es igualmente una "mecánica del poder", está naciendo; define cómo se puede hacer presa en el cuerpo de los demás, no simplemente para que ellos hagan lo que se desea, sino para que operen como se quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que se determina.” (Foucalt;2003; 83)
Es por ello, que estas conductas, estas desviaciones, deben ser castigadas, con el fin último de reducirlas. Sin embargo, para que esto funcione, el castigo debe ser correctivo, elemento de un sistema dual de gratificación y sanción, lo que conlleva una forma específica de castigo competente a la penalidad disciplinaria: calificar y reprimir en conjunto las conductas.
Para que todo este sistema disciplinario funcione, se utilizan técnicas y dispositivos de control. Estos dispositivos giran entorno a nosotros desde que nacemos y permiten jerarquizar el valor de las capacidades que tiene cada uno, por lo tanto, homogeneizan, excluyen, comparan y normalizan.
Por consiguiente, la escuela, la cárcel, el hospital, la industria y el ejército, son dispositivos que permiten el encauzamiento del ser humano, los cuales implantan la idea de dominación a través del nacimiento de un sujeto jurídico del derecho, una doble atadura que nos transforma en sujeto cautivo: un sujeto de sí mismo y un sujeto de los demás.
“Las instituciones disciplinarías han secretado una maquinaria de control que ha funcionado como un microscopio de la conducta; las divisiones tenues y analíticas que han realizado han llegado a formar, en torno de los hombres, un aparato de observación, de registro y de encauzamiento de la conducta” (Ibid; 106)
Así, lo que llamamos o identificamos como poder está determinado no sólo por acciones cotidianas, sino también por significados y significantes, esto quiere decir, por cosas que nos dan sentido en la sociedad. Por consiguiente, lo que se pone en cuestión debiera ser la manera en como se piensa el mundo, a partir de esta conducta normalizadora, conducta que además está estructurada por instituciones que la sustentan.
Por ejemplo, dentro de la sociedad chilena las instituciones funcionan de tal forma que, nosotros mismos estudiamos un programa educacional creado en dictadura, lo que nos determina como un “producto de este sistema”. Así, se pone en evidencia cómo las instituciones se cruzan y organizan el poder, a través de instrumentos creados para tal efecto.
En esta línea, el Sociólogo italiano Alessandro Baratta en su libro La Criminología Crítica fija la mirada ante el fenómeno de la dominación, a partir de la reproducción social que ejercen las instituciones de socialización en la vida del individuo. Desde esta perspectiva el autor encuentra el origen de la condición de la marginalidad en la relación entre el sistema educacional y el sistema penal.
“El carácter complementario de las funciones ejercidas por el sistema escolar y por el penal responde a la exigencia de reproducir y asegurar las relaciones sociales existentes, esto es, de conservar la realidad social. Esta realidad se manifiesta con una distribución desigual de los recursos y de los beneficios, en correspondencia con una estratificación en cuyo fondo la sociedad capitalista desarrolla zonas consistentes de subdesarrollo y de marginación” (Baratta; 2004; 179)
La escuela emplea por tanto, un mecanismo que adapta las subjetividades de los individuos hacia un modelo capitalista, lo que permite que éstos adopten ciertos roles y estilos de vida acorde a su pertenencia en la escala social; como diría Foucault, instala su “verdad” para conseguir una estructura social estable, por lo tanto, determina las acciones del resto desde la institucionalidad. Este mecanismo reproduce la estratificación social existente donde las clases de poder aseguran su lugar, mientras que los pobres siguen desprovistos del acceso igualitario de recursos y beneficios, o sea, se perpetúa la pertenencia social. Desde esta lógica radica la diferencia educacional en Chile, lo que queda en evidencia en cada resultado de las pruebas Simce y Prueba de Selección Universitaria (PSU), donde la brecha en cuanto a desempeño es preocupante entre colegios particulares (educación privada) y municipales (educación pública). Por lo tanto, la perspectiva tanto de Baratta como de Foucault llenan de sentido nuestra realidad-país.
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