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Los legados de la revolución en el rosismo: orden social y capitalismo agrario pampeano


Enviado por   •  21 de Noviembre de 2020  •  Ensayo  •  3.821 Palabras (16 Páginas)  •  191 Visitas

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Los legados de la revolución en el rosismo: orden social y capitalismo agrario pampeano

No sé si Rosas

fue sólo un ávido puñal como los abuelos decían;

creo que fue como tú y yo

un hecho entre los hechos

que vivió en la zozobra cotidiana

y dirigió para exaltaciones y penas

la incertidumbre de otros.

Jorge Luis Borges.

El 30 de marzo de 1793 nacía, en Buenos Aires, Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio, y con él, un devenir historiográfico cargado de subjetividades donde se le adjudicó tanto el rol de héroe, como el de detentor de todos los males de la Argentina moderna. Estas imágenes históricas tan polarizadas se constituyeron a partir de los diferentes historiadores que, cargados con sus propias construcciones políticas e intelectuales, encontraron en la encantadora figura del estanciero, un canal para descargar teorías muchas veces anacrónicas, prejuiciosas, o directamente erróneas por falta de apoyos científicos en las lecturas de las fuentes. Es por ello que, al analizar cualquier aspecto de este personaje, es necesario realizar una investigación sumamente crítica y minuciosa, entendiendo el complejo entramado del gobierno rosista y destacando cada etapa del mismo en su especificidad y particularismo; siempre resaltando los puntos de vista a los que, los autores que lo refieren adscriben. El objetivo de este trabajo es, entonces, tratar de desentrañar la trayectoria política de Rosas y su injerencia en la conformación del capitalismo agrario argentino, entendiendo que la construcción de esta forma de relación social no puede comprenderse de forma acabada sin hacer un breve recorrido en las formas de reproducción tanto económicas como políticas del espacio del ex virreinato del Rio de la Plata al acontecer la Revolución de 1810.

Tulio Halperin Donghi, en la conclusión de su magnánimo estudio “Revolución y guerra” expone: “Tal como entrevió Sarmiento, la Argentina Rosista, con sus brutales simplificaciones políticas, reflejo de la brutal simplificación que independencia, guerra y apertura al mercado mundial habían impuesto a la sociedad rioplatense, era la hija legítima de la revolución de 1810[1]. Este párrafo debe ser comprendido desde la perspectiva histórica halperiniana donde sus estudios se encaran desde una historia de las elites, donde la política y la economía se interpretan únicamente desde la lógica de las clases dominantes. En esta línea interpretativa, lo que Halperin propone es que, la nueva coyuntura marcada por la Revolución de 1810, donde se suscitaron, simultáneamente, los procesos de regionalización, militarización, ruralización y democratización de la sociedad fueron fielmente continuados y desarrollados por el gobierno rosista, al sostener su forma de gobierno, desde la nueva estructura económica dispuesta por la transformación de una hegemonía mercantil a una terrateniente. Esta mutación en la cúpula del poder rioplatense es la expresión, según el autor, de la mutilación del antiguo pacto colonial, y el empobrecimiento del orden social americano, restituido a partir de la aparición de la nueva clase dominante como producto de estas configuraciones. Chiaramonte, quien analiza también las consecuencias de la Revolución de 1810 desde la perspectiva histórica de las elites, discute con Donghi, al sugerir que la formación económico social del nuevo contexto histórico no es tan drásticamente modificada, dado que, según su análisis de la provincia correntina, la actividad mercantil se mantiene como eje principal económico de la región. Sin embargo, el autor, quien expone sus trabajos en los 90’, replica ciertas cuestiones postuladas por Halperin, dotando sus trabajos no desde una contraposición explícita entre ellos, sino, más bien, con ciertas diferencias puntuales. La importancia de estos trabajos reside en las formas de caracterización del espacio de la actual nación argentina posterior a la revolución que, durante mucho tiempo, se implantaron como esenciales para el estudio del período: una fuerte militarización de los sectores subalternos en detrimento de la conformación de las milicias, una fuerte regionalización donde las provincias conforman estados independientes sin existir una idea de nación unificada, una fuerte ruralización donde las clases dominantes rebuscan sus formas de mantenerse en la cúpula del poder económico teniendo que mirar hacia la campaña al no poder competir con los productos mercantiles del viejo continente, y una fuerte democratización del poder político como consecuencia de las postulaciones previas.

Sin embargo, desde un punto de vista historiográfico, las cuestiones analizadas por las eminencias previamente mencionadas no proponen un análisis completamente abarcativo: la necesidad de incluir un punto de vista desde abajo, donde la historia a contrapelo esclarezca ciertos vacíos históricos, lleva a Fradkin a escribir sobre ello. Fradkin se propone analizar, desde el estudio de los sectores rurales, las transformaciones de la Revolución de 1810. En esta línea, el autor parte de la idea de que, durante el período colonial, no existió una clase terrateniente consolidada ni la misma se formó mágicamente con el devenir revolucionario. Por el contrario, Fradkin planta la existencia de un complejo entramado social que se abrió paso con los acontecimientos de la primera década del siglo XIX, donde comenzó a acrecentarse la gran propiedad pero que, al mismo tiempo, mantuvo a los pequeños y medianos productores. Esta afirmación rompe con los esquemas de la historiografía tradicional, al exponer la coexistencia de ambos sectores, posibilitado por el contexto específico de la región, donde la mano de obra era escasa, dada la abolición de la esclavitud y el trabajo coactivo, y la disponibilidad de tierras abundante gracias a la expansión de los territorios de campaña más allá del Rio Salado. Por lo tanto, el autor propone a esta etapa post revolucionaria como el primer espacio de expansión de un capitalismo agrario en crecimiento, pero sin poder denominarse como tal en todo su esplendor dado que todavía no se constituía el trabajo asalariado, como la relación social fundamental de la época.

A la luz de la exposición precedente, la clave central se encuentra en entender por qué el rosismo se coloca como la fase decisiva del desarrollo del capitalismo agrario pampeano, comenzado en la época post revolucionaria. Todos los estudios de la época mencionados coinciden en un legado indiscutible de la revolución: el desorden, el cual obturaba el desarrollo de cualquier formación social que trató de surgir, cuestión que se resolvió con la llegada de rosas al poder.  La falta de una elite poderosa que impusiera sus necesidades a la merced de un estado por sobre el resto de las clases, y la beligerante clase subalterna, militarizada y con sed de emancipación surgida de las revueltas previas a 1810, solo pudieron ser efectivamente ordenadas bajo la llegada de Juan Manuel de Rosas quien, como Fradkin y Gelman exponen: “no solo había surgido como fruto de la activa movilización de las clases populares sino también porque pudo gobernar tantos años manteniendo y reproduciendo esa adhesión hasta terminar por convertirse en una eficaz herramienta para su disciplinamiento y para el control social […] también imponiendo una férrea disciplina a las elites, que hasta el momento habían fracasado reiteradamente en sus intentos de reconstrucción política.”[2]

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