“El Alma de la Toga”. Autor: Ángel Ossorio y Gallardo
Enviado por ivan.ortiz • 30 de Mayo de 2017 • Reseña • 2.284 Palabras (10 Páginas) • 666 Visitas
“El Alma de la Toga”.
Autor: Ángel Ossorio y Gallardo.
Introducción.
Publicada por primera vez en 1919, El Alma de la Toga sin duda una de las obras que no puede faltar en la biblioteca de un abogado. Todo aquél que haya tenido la grata experiencia de navegar por sus páginas sabrá que es una tarea nada sencilla el intentar realizar una síntesis que, comparada con tan excelente obra, pueda al menos tener la categoría de decente. Es por eso que la intención del que suscribe -mal haría si lo fuera- no es presentarle al lector un resumen que contenga las ideas principales de la obra con objeto de evitarle su lectura, sino por el contrario, es motivarle a adentrarse en ella mediante el desarrollo de diversas ideas contenidas en algunos de sus apasionantes capítulos, los cuales no sólo son el resultado de una brillante expresión intelectual, sino también de una crítica a la realidad por la que atraviesa la abogacía.
I. Quién es Abogado.
Es imposible no sentirse identificado con el sentimiento que expresa el jurista español en el primer capítulo de su obra. Todo abogado, licenciado en Derecho y estudiante de Derecho (importante hacer diferenciación, como se expone en el capítulo) está familiarizado con frases como “estudias Derecho para trabajar chueco” o “si levantas una piedra, aparece un abogado”. Frases tan molestas como éstas son las que el autor exalta para despertar en el lector la necesidad de cambiar la percepción tan difusa que se tiene de un abogado, término que acuña tajantemente sólo para aquellos que ejercen permanentemente la abogacía, la cual implica mucho más que un título universitario. “La abogacía no es una consagración académica, sino una concreción profesional” (p. 01).
El amor y la pasión que Ossorio y Gallardo tiene por la abogacía se notan inmediatamente en éste primer capítulo, el cual, a mí parecer, se resume con tan plausible frase: (los abogados) “participamos de honores que no nos corresponden y de vergüenzas que no nos afectan” (p. 01).
II. La Fuerza Interior.
Los constantes asaltos en los que tiene que luchar el abogado día con día requieren de un absoluto control y confianza en sí mismo. Para lograr esto, afirma Ossorio, es necesario saber utilizar la fuerza que se encuentra dentro de cada individuo. Ésta fuerza permite al abogado acariciar con raciocinio todas las situaciones que se presentan en su vida profesional, así como el saber discriminar todos aquellos sentimientos ajenos a la pasión con la que deben llevarse todos y cada uno de los asuntos.
El abogado depende sólo de sí mismo. Los resultados reflejados en las resoluciones sólo a él le pertenecen, de él es toda la responsabilidad, por lo que un abogado debe ser una persona segura de sus capacidades y habilidades. La fuerza interior le permite seguir con su cometido a pesar de las injusticias que pueden presentarse en los procesos.
“Fiar en uno, no es soberbia, es prudencia, es dignidad, no es vanidad” (p. XVII)
III. La sensación de la Justicia.
Lo que aquí se expone es una de las razones por las que la labor de un abogado puede ser considerada como una verdadera expresión artística, pues la esencia de la disciplina del Derecho es la Justicia, principio que al igual que aquéllos que reinan en las humanidades, es invisible ante los ojos físicos; la tarea del abogado es ver la Justicia desde su alma, sentir y hacer sentirla, estudiarla con los ojos del espíritu. Esto, desde luego, no es algo que se aprende en las leyes y la doctrina, pues el abogado más que conocedor del Derecho, debe ser conocedor de la vida.
El togado, en su toma de decisiones, refleja no sólo el cuerpo doctrinal que le da la categoría de letrado, sino la serie de experiencias obtenidas en su tarea de ser factor y protector de la Justicia.
“Quien tenga previsión, serenidad, amplitud de miras y de sentimientos para advertirlo, será abogado: quien no tenga más inspiración ni más guía que las leyes, será un desventurado ganapán” (p. 12).
IV. La Moral del Abogado.
Pudiera advertirse a simple vista que éste es un tema que causa muchos problemas al abogado, pero la forma concreta y clara en que Ossorio lo expone demuestra lo contario. Establece, como principio rector, que el abogado no debe perseguir causas que le parezcan injustas. Entonces, ¿qué hacer cuando un togado encuentre en conflicto el Derecho y la Justicia? Luchar por la Justicia. Es importante recordar que un abogado siempre deberá ser un servidor de la Justicia, cuya inexistencia sólo es sinónimo de caos.
Para facilitar la tarea, el escritor madrileño se ocupa de seis situaciones que el abogado debe considerar para lograr en el ejercicio de nuestro ministerio, la rectitud de la conciencia.
V. El Secreto Profesional.
Éste sin duda es uno de los mejores capítulos de la obra. En él se presentan una serie de casos muy interesantes que permiten al autor expresar de manera clara y precisa la importancia de ésta figura en la abogacía, la cual considera como un ministerio. A través de la lectura de las muy distintas situaciones que se presentan, no es muy difícil llegar a la deducción de que “el abogado debe guardar el secreto a todo trance, cueste lo que cueste” (p. 28). Sin embargo, es importante recordar que antes del compromiso que tiene con su cliente, el togado tiene un compromiso con la Justicia, ésta es la única razón por la que puede revelarse un secreto profesional, pero sólo en aquellos casos en los que se evite un mal ajeno y no perjudique directamente los intereses del cliente; haciendo mención también de que un abogado no debe aceptar nunca una causa que considere injusta o pueda provocar un mal.
VI. La Chicana.
Si hay algo que cause deshonra en un abogado es el entorpecer la Justicia. Recordemos que un togado debe siempre velar por ésta, debe ayudar al Tribunal al descubrimiento de la verdad. Ossorio y Gallardo define chicana como aquél acto que cometen los abogados con el único objeto de posponer cualquier acto dentro del proceso, una estrategia que sirve para ganar tiempo. Sin embargo, durante el desarrollo del capítulo se exponen razones y situaciones en las que la chicana puede ser utilizada para buen fin, no como una estrategia, sino como un medio último y necesario para lograr que se haga Justicia. En estos casos, la chicana pasa a ser algo loable. El abogado, en su labor de lograr Justicia, muchas veces tendrá que realizar actos buenos que parezcan malos. El fin justifica los medios.
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