"El Jardín De Los Senderos Que Se Bifurcan", El Relato De Borges Que Anticipó El Hipertexto
Enviado por ramixeneize • 29 de Octubre de 2013 • 601 Palabras (3 Páginas) • 914 Visitas
En 1941 Konrad Zuse inventó la Z3, la primera máquina programable del mundo. Quedaban aún varios años para la invención de las computadoras de válvulas y unas cuantas décadas para el desarrollo del hipertexto, el hilo mágico que enhebra la tela de Internet. Durante aquel año y lejos de la contienda que sacudía Europa y buena parte del resto del mundo, Jorge Luis Borges escribía en Buenos Aires su relato “El jardín de los senderos que se bifurcan”, considerado el texto que anticipaba el hipertexto y cuyo original va a subastarse inminentemente en Nueva York.
El breve cuento relata la persecución del capitán Richard Madden al espía Yu Tsun, siempre a la sombra de su bisabuelo, el astrólogo Ts’ui Pên, quien se propuso la tarea imposible de construir un laberinto infinitamente complejo y una novela interminable (siendo uno y la otra la misma cosa). Valga una muestra de ese libro hipertextual e infinito:
“Antes de exhumar esta carta, yo me había preguntado de qué manera un libro puede ser infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un volumen cuya última página fuera idéntica a la primera, con posibilidad de continuar indefinidamente”.
Pero “El jardín de los senderos que se bifurcan” no sólo adelanta el hipertexto sino también el multiverso, el modelo derivado de la mecánica cuántica según la cual vivimos en uno de los muchos universos existentes, que surgen a cada instante en infinitas bifurcaciones espacio-temporales. El multiverso, indemostrable por definición, escapa del terreno de la física para entrar en la pantanosa arena de la metafísica o bien de la literatura, allí donde reina Borges:
“En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta —simultáneamente— por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también, proliferan y se bifurcan”.
Dice, más adelante, Stephen Albert, interlocutor (y, ¡spoiler!, inesperada víctima) de Yu Tsun:
“A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos”.
Llegados a este punto vale la pena recordar que la inmensa erudición de Borges incluía también al budismo y su idea del tiempo circular. Las convergencias entre la concepción del tiempo del budismo –pero también del taoísmo y del hinduismo- han sido puestas de manifiesto repetidamente, aunque no siempre con rigor.
La plasmación popular y preinternáutica de la idea de Borges serían los libros de “Elige tu propia aventura”, aquellas novelas de misterio en las que mediante un arcaico hipertexto (“si quieres enfrentarte al vampiro ve a la página 45”, etc.) cada lector protagonizaba
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