El amor en los tiempos de cólera. ANALISIS
Enviado por Eribs_96 • 30 de Noviembre de 2015 • Ensayo • 16.065 Palabras (65 Páginas) • 307 Visitas
UNIVERSIDAD CATOLICA DE SANTA MARIA FACULTAD DE CIENCIAS ECONOMICAS Y ADMINISTRATIVAS.
INGENIERIA COMERCIAL.
Curso: PROPEDEUTICA DEL ESTUDIA UNIVERSITARIO.
Tema: EL AMOR ENLOS TIEMPOS DEL COLERA
GABRIEL GARCIA MARQUEZ.
Nombre: BERRIO SEQUEIROS, ERIKA.
Sección: I – B
Código: 2013601772
GABRIEL GARCIA MARQUEZ
García Márquez es un periodista colombiano nacido en Aracataca en 1928. Cursó estudios secundarios en San José a partir de 1940 y finalizó el bachillerato en 1946. Se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cartagena en 1947 aunque sin mostrar demasiado interés por los estudios. Fue corresponsal de El Espectador de Bogotá en Europa y fundador de la agencia cubana Prensa Latina. Fue por algún tiempo viajante de libros, lo que le permitió recorrer en toda su extensión la costa atlántica. Publicó en 1955 las novelas "La hojarasca", y "La mala hora" en 1962, que le representó el Premio Esso. No consiguió el reconocimiento mundial hasta 1967 en que publicó "Cien años de soledad" que le tuvo un extraordinario éxito de crítica y de público. Otras obras suyas son: la novela corta "Crónica de una muerte anunciada" en 1981 y las novelas "El otoño del patriarca" en 1975, "El amor en los tiempos del cólera" en 1982 y "El general en su laberinto" 1989. En 1982 ganó el premio Nobel de literatura. [pic 2]
EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL COLERA
Al acudir un caso, existía refugiado antillano llamado Jeremiah de Saint – Amour, invalido de guerra, fotógrafo. Quien se había puesto a salvo de las tormentas de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.
Encontró el cadáver en el suelo amarrado a la pata del catre y junto a él estaban sus muletas. La habitación era un ambiente sofocante con ventanas cerradas, había un mesón con una cubierta de líquido fijador, la cual estaba junto al cadáver.
El doctor Urbino pensaba que aquel no era un lugar propicio para morir en gracias de Dios; pero con el tiempo supuso que el desorden obedecía a una determina cifra de la Divina Procedencia. Antes de la llegada del doctor Urbino, un policía y un estudiante de medicina forense se adelantaron a ver el cadáver. El doctor Urbino describió el cadáver palmo a palmo con una parsimonia sacramental. Estaba totalmente desnudo, torcido y tieso, con los ojos abiertos y el cuello azul, tenía la barba y los cabellos amarillentos y el vientre atravesado por una cicatriz antigua.
En los años anteriores había celebrado los ochenta años con un jubilo policial, y en su discurso de agradecimiento resistió de retirarse. Había dicho: -Ya me sobrada tiempo de descansar cuando me muera, pero esta eventualidad no está todavía en mis proyectos.
Las instrucciones al comisario fueron rápidas y precisas, no era necesario hacer una autopsia, pues el dolor de la casa bastaba para determinar las causa de la muerte que habían sido las emancipaciones de cianuro activo en la cubeta por un ácido de fotografía.
El doctor Urbino ordeno que sortearan todas las instancias para que el entierro sea esa misma tarde, ordeno decir a los periódicos que la muerte del fotógrafo había sido natural. En la sala había una enorme cámara fotográfica y en el escritorio una partida de ajedrez sin terminar.
A las seis de la mañana cuando daba la última vuelta el sereno, había visto un letrero clavado en la puerta de la calle y decía: ‘‘Entre sin tocar y avise a la policía’’. Poco después el comisario y el practicante habían hecho un registro de la casa en busca de alguna evidencia y encontraron un sobre dirigido al doctor Urbino, el medico al leerlo quedo perplejo, no pudo dominar el temblor de los dedos, y guardo la carta en el bolsillo. Antes de leer la carta estaba seguro que era el primero, después de leerla no estaba seguro de nada.
Encontraron una baldosa suelta en el suelo, en el que estaba la clave de la caja fuerte, no encontraron mucho dinero como pensaban. Pero aquel dinero podía solventar los gastos del entierro y otros por menores. El doctor Urbino se comprometió en avisar a los refugiados del Caribe, por si quieran rendirle honores. También avisaron a sus compinches de ajedrez. De todos modos el doctor Urbino iba mandar una corona de gardenias, por si acaso Jeremiah de Saint - Amour había tenido algún arrepentimiento.
El doctor Urbino tenía una rutina, se levanta con los primero gritos del gallo, y a esa hora empezaba a tomar sus medicamentos secretos. Permanecía una hora en sus estudio preparando una clase de clínica general que dictaba en la Escuela de Medicina, y luego una breve lectura en francés. Terminando el estudio, hacia quince minutos de ejercicios respiratorios, luego se bañaba, se arreglaba la barba y el bigote. A los ochenta años conservaba el espíritu vivo, desayunaba en familia con un régimen personal, y almorzaba casi siempre en casa, hacia una siesta de diez minutos sentado en la terraza del patio.
Luego leía durante una hora los libros recientes y daba lecciones de francés y canto a su loro doméstico. A las cuatro solía tomarse un jarro de limonada
Desde que llego de Europa por primera vez andaba en el landó familiar. Aunque se negaba a retirarse, él sabía que lo llamaban solo para casos perdidos. Era capaz de saber qué es lo que tenía un enfermo con solo ver su aspecto físico. Pensaba en criterio estricto que todo medicamento era veneno, y que el setenta por ciento de los medicamentos apresuraban a la muerte.
De su entusiasmo juvenil paso a definir como un humanismo fatalista. Fue siempre un medico caro y excluyente, y en su clientela estuvo concentrado en las casa del barrio de los Virreyes. De joven se demoraba en la parroquia antes de volver a casa, y así perfecciono el ajedrez, con los cómplices de sus suegros y algunos refugiados del Caribe. Pero de los albores del nuevo siglo no volvió al café de la parroquia y trato de organizar turnos nacionales patrocinados por el club social.
Fue en esa época en que vino Jeremiah de Saint – Amour, ya con sus rodillas muertas y sin ser un fotógrafo de niños, y antes de tres meses era conocido como el que sabía mover el marfil, porque nadie había logrado ganarle en un partido.
Para el doctor Urbino fue un encuentro milagroso, en un momento en que el ajedrez era su pasión y ya no le quedaban adversarios para saciarla.
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