Magia y religión en Los ríos profundos
Enviado por David Leonhardt • 20 de Mayo de 2024 • Monografía • 1.699 Palabras (7 Páginas) • 54 Visitas
Magia y religión en “Los ríos profundos”
“Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe. [...]
por la virginidad del paisaje, por la formación, por la ontología,
por la presencia fáustica del indio y del negro,
por la Revelación que constituyó su reciente descubrimiento,
por los fecundos mestizajes que propició,
América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías.”
Alejo Carpentier, El reino de este mundo
Introducción
El término sacerdote proviene del latín sacerdos, que significa “el que realiza las ceremonias sagradas”.En la Antigüedad, el imperio medo consideraba que los magi (magus) –“magos” para el castellano actual- eran quienes se encargaban de las prácticas religiosas y funerarias; los personajes llegados de Oriente y mencionados en la Biblia (Mateo 2, 1-12) eran magos en este sentido del término, sacerdotes persas, que más tarde fueron nombrados “reyes” magos – aunque no existen registros que prueben dicha unión con algún tipo de realeza-. Magia y religión, eslabones inseparables de la historia de los seres humanos; desde sus albores, herramientas que sirvieron para dar sentido al mundo que nos rodea.
Sara Castro Klarenafirma que “la magia es el medio gracias al cual el ser humano puede intentar comunicarse y comprender el mundo que le rodea y que apenas entiende.”[1] Ernesto, personaje niño, interlocutor autobiográfico de José María Arguedas, se pregunta “¿Qué, qué es, pues, la gente?”, interrogación que, según Susana Zanetti, “introduce tácitamente la pregunta sobre ¿quién soy?”[2]. Arguedas, en Los ríos profundos, abre las puertas de su memoria, atravesada por una constante pugna entre el Mundo Viejo y el Nuevo Mundo, Tawantinsuyu y Españoles, magia y religión. Recorreremos, en estas páginas, diversos momentos en los cuales magia y religión se entrecruzan como espejismos de una búsqueda del yo, una “compleja exploración del sujeto y su aventura constitutiva”[3] -en palabras del crítico peruano, José Ortega-.
Desarrollo
La obra -editada en el año 1958, y de nombre quechua “Uku mayu”- comienza con su entrada al Cuzco; nada mágico sucede, muy por el contrario:
“Entramos al Cuzco de noche. La estación de ferrocarril y la ancha avenida por la que avanzábamos lentamente, a pie, me sorprendieron. El alumbrado eléctrico era más débil que el de algunos pueblos pequeños que conocía.”
Tanta expectativa en los ojos de Ernesto, generada por miles de historias narradas por su padre, vencida tras los primeros pasos. Pero no tardó en presentarse “el muro”, y así, el despertar de su esencia animista.
“Toqué las piedras con mis manos; seguí la línea ondulante, imprevisible, como la de los ríos […] En la calle oscura, en el silencio, el muro parecía vivo; sobre la palma de mis manos llameaba la juntura de las piedras que había tocado. […] Puk´tikyawar rumi ‘piedra de sangre hirviente’ ”
Frente a la magia de la piedra incaica, del muro que se movía como el agua de los ríos que bajan furiosos por la montaña, Ernesto no tardó en ser testigo del nuevo mundo, el de la religión dominante. La catedral se presentaba imponente, con sus cúpulas que tapaban el sol.
“-Papá –le dije-. La catedral parece más grande cuanto de más lejos la veo ¿Quién la hizo? –El español, con la piedra incaica y las manos de los indios. […] Los españoles las cincelaron (dijo el padre, y Ernesto responde) Golpeándolas con cinceles les quitarían el ‘encanto’. […] (el padre) Tú ves, como niño, algunas cosas que los mayores no vemos. La armonía de Dios existe en la tierra.”
He aquí la primera experiencia de Ernesto en el Cuzco, en la que vio enfrentadas la magia del legado de los Incas, símbolo de su infancia en el ayllu, sus raíces más profundas, con la omnipotencia del mayor símbolo de la religión católica: la catedral, hecha sobre el avasallamiento del indio y su piedra. Esta experiencia mística, animista, donde Ernesto se siente capaz de captar la vida interior del muro del palacio de Huayna Capac y su padre lo reconoce como “capaz” de ver más allá, será clave para el desarrollo de su búsqueda.
Otro elemento clave en este primer momento de su viaje es representado por la María Angola, campana de seis toneladas, forjada, según la leyenda, con el oro de María Angola, una mujer que donó todas sus riquezas tras perder trágicamente a su padre y a su amado en el siglo XVII.
“La voz de la campana resurgía. Y me pareció ver, frente a mí, la imagen de mis protectores, los alcaldes indios: don Maywa y don Víctor Pusa, rezando arrodillados delante de la fachada de la iglesia de adobes, blanqueada, de mi aldea […]”
Este nuevo elemento, surgido del oro de las entrañas de la tierra (símbolo de la naturaleza del Inca), moldeado por los españoles para coronar la Catedral de Cuzco, representa, nuevamente, el enfrentamiento de ambos mundos: el de la religión, el contaminante y dominante mundo español, que forma parte de la vida y ascendencia de Ernesto, y el de sus recuerdos, el de la magia, que le permite transportarse a lado de sus protectores indios, donde está a salvo.Al mismo tiempo, dichos personajes, representantes del mundo Inca, se le aparecen arrodillados frente a una iglesia. “El mundo de los hombres es para Ernesto una contradicción imposible”, dice Vargas Llosa.[4] El plano de la memoria, en Ernesto, representa “una entraña maternal” según Bellini[5]; Arguedas pierde a su madre a los cuatro años. “Ernesto no se encuentra a gusto con el presente”[6], agrega el catedrático italiano.
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