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Yo, aunque era un niño, noté que «aquella palabra» se refería a mi hermanico, y dije para mí: «¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!».


Enviado por   •  2 de Marzo de 2017  •  Resumen  •  3.379 Palabras (14 Páginas)  •  429 Visitas

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TRATADO PRIMERO

Me llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Nací dentro del río Tormes, tomando mi sobrenombre. Mi padre trabajaba llevando trigo a un molino que está en la ribera de aquel río(X 15 años) y estando mi madre preñada de mí, una noche en el molino, me parió allí. ¿a que se debe el sobreenombre?

A mis ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías hechas en los sacos de los que allí a moler venían, por lo que fue preso y confesó y fue condenado. En este tiempo se preparó un ejército contra los moros, en el cual mi padre que estaba desterrado  fue con un cargo de acemilero (encargado de los caballos y mulos de un señor. Deriva de «acémila» o mula.) de un caballero y con su señor, como leal criado, falleció.

Mi madre viuda y sin abrigo, se fue a vivir a Salamanca y alquiló una casa y guisaba para ciertos estudiantes y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre negro de aquellos que cuidaban las bestias, vinieron en conocimiento. Al principio no me gustaba y le tenía miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; pero al ver que con su venida mejoraba el comer, le fui apreciando ya que traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños, con los que nos calentábamos. De manera que mi madre dio un negrito muy bonito, con el cual yo jugaba y ayudaba a calentar. Y recuerdo que, estando el negro de mi padre jugando con el mozuelo, como el niño veía a mi madre y a mí blancos y a él no, huía de él con miedo y señalando con el dedo decía:
- ¡Madre, coco!
Respondió él riendo:
-
¡Hideputa!
Yo, aunque era un niño, noté que
«aquella palabra» se refería a mi hermanico, y dije para mí: «¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!».

El  mayordomo del Comendador se enteró que Zaide robaba la mitad de la cebada que le daban a las bestias, salvado, leña, almohazas(cepillos para caballos) y mandiles y fingía que se perdían las mantas y sábanas de los caballos y  las bestias desherraba y todo el dinero que sacaba se lo daba a mi madre para criar a mi hermanico. Y se demostró, porque a mí con amenazas me preguntaban y como niño respondía y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que vendí a un herrero por mandado de mi madre. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron(derretir tocino sobre heridas de  azotes.) y a mi madre le pusieron por pena, 100 azotes y no entrase en casa del Comendador Y en su casa al lastimado Zaide. 

Mi madre se fue a servir a los que vivían en el mesón de la Solana y allí, padeciendo mil importunidades, crió a mi hermanico hasta que andó y yo hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban. En este tiempo vino a hospedarse en el mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo serviría para guiarle, me pidió a mi madre y ella me encomendó a él, diciéndole que yo era hijo de un buen hombre que murió en la batalla de los Gelves(contra los turcos, muriendo gran parte de las tropas cristianas) y que ella confiaba en Dios que yo no saldría peor hombre que mi padre y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él dijo que así lo haría y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así comencé a servir y guiar a mi «nuevo y viejo» amo.

Estuvimos en Salamanca algunos días, pero  mi amo al no estar contento con las ganancias, se fue de allí y  yo me despedí de mi madre y, ambos llorando, me dio su bendición diciendo:
- Hijo, no te veré más. Procura ser bueno y que Dios te guíe. Te he criado y con buen amo te he puesto. Ahora tienes que valerte por ti mismo.

Y me fui con mi amo, que estaba esperándome. Salimos de Salamanca y llegando al puente, el ciego me mandó que me acercara al animal de piedra de forma de toro y me dijo:
- Lázaro, apoya el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.
Yo le creí y lo hice, cuando sintió que tenía la cabeza sobre la piedra, cerró la mano y me dio un gran golpe contra el toro que más de tres días me duró el dolor de la cornada y me dijo:
- Necio, aprende que el mozo del
ciego ha de saber un poco más que el diablo. Y rió.

En  aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba. Me dije: «Verdad dice este, tengo que estar atento y espabilar,  estoy solo y debo pensar en valerme por mí mismo».
Comenzamos nuestro camino y en pocos días me enseñó jerigonza(braile) y como veía que yo aprendía rápido, disfrutaba mucho y decía:
- Yo ni oro ni plata te puedo dar, pero consejos para vivir muchos te enseñaré.
Y fue así que, después de Dios, éste me dio la vida y siendo
ciego me alumbró y adiestró en la carrera de vivir.

Mi amo era astuto y sagaz. En su oficio era un águila; más de cien oraciones sabía de memoria: un tono bajo, reposado y muy sonable que hacia resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto que ponía cuando rezaba, sin hacer gestos con la boca ni los ojos, como otros hacen. Tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían,  las que estaban de parto, las que eran malcasadas que sus maridos las quisiesen bien,  pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que Galeno(famoso médico griego siglo II) no supo la mitad que él para muela, desmayos o males de madre.
Finalmente, si alguien le decía padecer alguna enfermedad le decía que hacer , coged tal hierba, tomad tal raíz.
Con todo esto tenía a todo el mundo tras él, especialmente las mujeres, que le creían todo. De ellas sacaba él grandes provechos con las artes que digo y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.

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