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Reseña De La Película ''La Rosa púrpura Del Cairo''


Enviado por   •  20 de Abril de 2014  •  2.249 Palabras (9 Páginas)  •  667 Visitas

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La rosa púrpura de El Cairo, una película de Woody Allen

“Los seres de ficción quieren tener una vida real y los seres reales una vida de ficción”. Esta frase, que forma parte del guión, resume por sí sola la cuestión principal que aborda Woody Allen en esta maravillosa película. Con ‘La rosa púrpura de El Cairo’ el genial director neoyorquino se propuso un tour de force con vistas a traspasar los límites del lenguaje cinematográfico. Pocas películas han hablado mejor del cine, de su producción y de su impacto social que ésta. Sólo Billy Wilder y más recientemente David Lynch han sido capaces de alumbrar los entresijos de Hollywood, pero tanto en ‘El crepúsculo de los dioses’ como en ‘Mulholland Drive’ predomina el enfoque cáustico o sarcástico. Muy al contrario, ‘La rosa púrpura de El Cairo’ es una comedia entrañable con tintes dramáticos no exenta de ciertas dosis de crítica, un género híbrido que Woody Allen ha cultivado durante buena parte de su dilatada carrera y del que sus frutos más selectos son ‘Annie Hall’ y ‘Manhattan’. Hay que ser muy hábil para plantear un conflicto de hondas dimensiones dramáticas y darle un tratamiento tal que no hiera la sensibilidad del espectador. En esto Allen Stewart Konisberg (su verdadero nombre) es un maestro, y ello gracias a su talento para endulzar la dura realidad con un sentido del humor mordaz e ingenioso, pero también respetuoso. Esto último es precisamente lo más difícil de conseguir: hacer reír sin caer en la befa irreverente o en el chiste escatológico.

La protagonista absoluta de ‘La rosa púrpura de El Cairo’ es Mia Farrow, convertida en musa de Woody Allen tras la ruptura de éste con Diane Keaton. Su interpretación de Cecilia, la tímida e ingenua camarera de una cafetería de Nueva Jersey, es excepcional. En sus dulces facciones y en su serena mirada se adivina su hastío por una vida mostrenca lastrada por la Gran Depresión, unas condiciones precarias que le han forzado a casarse con un haragán y delincuente de poca monta que se aprovecha del poco dinero que ella recauda para apostarlo –y perderlo, se intuye– en juegos de azar. Este mohatrero, al que da vida Danny Aiello en uno de sus clásicos roles, emascula con un corte profundo el romanticismo un tanto adocenado que late con fuerza en el corazón de la melancólica y soñadora Cecilia. Woody Allen sabe cómo hablar de un tema tan peliagudo como los malos tratos sin resultar ofensivo o grosero, en un registro humorístico similar al que empleó el maestro Wilder en ‘Irma la dulce’ con otro problema social delicado: la prostitución y los proxenetas. La admiración de Allen por el director austriaco es bien conocida, y precisamente en esta película le rindió un peculiar homenaje con el ukelele que toca Cecilia a imitación de Marilyn Monroe en ‘Con faldas y a lo loco’.

El compañero de reparto de Mia Farrow es Jeff Daniels, que interpreta al actor Gil Shepherd y a su personaje, el apuesto arqueólogo Tom Baxter. Son dos roles antagónicos, tanto por sus valores como por la batalla que emprenden por conquistar el corazón de Cecilia. Gil Shepherd es ufano y engolado, amén de arribista –aunque su simplicidad fraguada en la alta sociedad no le impida tener remordimientos de conciencia al no cumplir su palabra–. Tom Baxter, su díscolo alter ego, es, por el contrario, humilde y cándido, sin otra aspiración que respirar el mismo aire que su amada. Representan las dos caras de la misma moneda, y para enseñarnos lo caprichoso e inexplicable que es el amor, Cecilia se enamora de ambos. Al final se decanta por el ser de carne y hueso, y el abandono que sufre a manos de éste nos dice a las claras que, en contra de lo que predican los informativos, la realidad nunca supera a la ficción, aunque a la postre se imponga con sus dolorosas consecuencias.

Lo que une a Cecilia y a Tom Baxter es la inocencia, cualidad que sólo ellos poseen y que para Woody Allen es un tesoro de un valor incalculable. La ingenuidad del arqueólogo se pone en evidencia en los momentos más cómicos del filme, como cuando paga en un restaurante con el dinero falso sacado de la película de la que ha salido o como cuando entra en un burdel atraído por la invitación de la madame interpretada por Dianne Wiest, sin saber qué clase de local es. Este humor fruto de la candidez encuentra su máxima expresión en la secuencia del parque de atracciones, en la que, a la luz de la Luna y al socaire de una noria, Baxter besa apasionadamente a Cecilia y a continuación le pregunta sorprendido por qué no se produce un fundido en negro, transición de rigor cuando dos personajes se disponen a hacer el amor. Sólo esta secuencia bastaría para hacer grande una película. Cecilia, a pesar de estar enamorada como nunca lo ha estado, no se entrega a los brazos de su amante, y aunque ella aduce que su renuencia se debe a su condición de casada, el espectador advierte que lo hace porque es una mujer noble y sincera, que antes de entregarse por completo necesita darse tiempo para conocer a su pareja. Mujeres así quedan pocas, de ahí que como espectador no pueda dejar de sentir una infinita ternura por ella. En esta secuencia también se plantea una cuestión no menos interesante: ¿se puede vivir sólo del amor? Es lo que Tom le sugiere convencido de su viabilidad, pero Cecilia, una mujer insegura por naturaleza, no acaba de creérselo. Quizá porque aún piensa que todo lo que le está pasando es un sueño, o quizá porque todavía está demasiado atada a la macilenta realidad.

‘La rosa púrpura de El Cairo’ sobresale, principalmente, por su interpelación al espectador, una de las obsesiones creativas del cineasta de Brooklyn. Ya en ‘Annie Hall’, su primera obra maestra, dejó muestras de su capacidad para subvertir las convenciones narrativas con la inolvidable secuencia de la cola en el cine. En aquella ínclita escena, Alvy Singer, el trasunto ficticio del propio Allen, pedía la opinión del espectador para determinar si un hombre que estaba detrás de él era un pedante, para posteriormente reclamar la atención del mismísimo Marshall McLuhan con objeto de dilucidar la cuestión.

El diálogo con el espectador no es tan directo en ‘La rosa púrpura de El Cairo’, pero también está presente. Lo primero que hay que considerar es que es una película compuesta por diferentes capas –al modo de una cebolla–, capas que convergen y que están interrelacionadas. La más profunda es la que hace referencia a la película de los años 20 que se proyecta en el cine

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