Miquel Fluxà Ortí lidera la diversificación de Camper

Miquel Fluxà Ortí lidera la diversificación de Camper.

La cuarta generación abre nuevos caminos.

MAR GALTÉS – BARCELONA. La Vanguardia · 14/06/04- Los Fluxà dan un aire cosmopolita a sus raíces rurales, que quieren imprimir a hoteles y restaurantes. El mercado nos pedía que hiciéramos relojes, gafas, ropa o perfumes, pero teníamos que hacer una diversificación más original, aunque fuera más arriesgada”. Miquel Fluxà Ortí tiene 28 años y es miembro de la cuarta generación de la familia de empresarios mallorquines Fluxà, dueños de Camper, Lotusse y Viajes Iberia. Miquel forma parte del equipo de diversificación de Camper, creado hace dos años. “Nunca hemos querido dar licencias para no perder el control de la marca”, pero ahora se han decidido a pasar por alto ese viejo lema de “zapatero a tus zapatos”. Y por lo pronto, Camper –que no fabrica ningún zapato: los diseña y comercializa– ha abierto en Barcelona un moderno establecimiento de comida rápida, que sirve unas bolas de arroz que nadie puede negar que son originales, y antes de finales de año la apuesta tendrá su continuación en el que tiene que ser el primero de los hoteles Casa Camper.

La saga se remonta a hace más de 130 años, cuando el bisabuelo Antonio Fluxà tuvo la idea de importar maquinaria británica para hacer zapatos. Su hijo Lorenzo industrializó el proyecto y creó la marca Lotusse, y también compró una agencia de viajes que daría lugar a Viajes Iberia. Hoy son los nietos, los tres Fluxà Rosselló, quienes comparten la propiedad y gestionan cada una de las tres divisiones: Antonio, los clásicos zapatos Lotusse; Miquel, la división de viajes, y Lorenzo dirige Camper, que él mismo fundó en 1975. Y en Camper se han incorporado ya dos bisnietos, hijos de Lorenzo, aunque no quieren que se les ponga etiquetas con cargos: Llorenç está en la división comercial de los zapatos, Miquel encabeza la apuesta por la restauración; y la pequeña, Aina, estudia arquitectura.

Miquel Fluxà Ortí se formó en Esade y trabajó dos años en Arthur Andersen, con un pie en la Ciudad Condal y otro en la oficina de Palma, para después pasar otros dos años en la central de Crédit Suisse en Zurich, en el departamento de fusiones y adquisiciones de medianas empresas. “De todo se aprende”, dice, aunque también añade, con buen sentido del humor, que esos conocimientos que adquirió en Suiza no son para aplicarlos ahora en Camper.

“Tenía claro que acabaría trabajando en Camper, por ganas y por la responsabilidad que da ser la cuarta generación” explica Miquel. Ahora, su centro de operaciones está en Son Forteza, la finca rural en Inca que su padre Lorenzo ha convertido en un laboratorio de ideas, un edificio del siglo XVI que ha restaurado Rafael Moneo. Allí Camper prepara su planificación estratégica, diseña los más futuristas modelos de zapatos y también gesta una diversificación durante muchos años larvada. “Hemos tardado treinta años en hacer algo diferente a los zapatos, nuestra filosofía es la de nuestra publicidad: ‘camina, no corras’”.

Igual que hace su padre, Miquel ejerce de cosmopolita pero sin perder su origen muy mediterráneo y rural, de la Mallorca donde vive y de la que conserva su marcado acento. Lleva años viajando por el mundo, “intentamos alojarnos en hoteles que sean diferentes, para aprender y recabar ideas”, explica. Asegura que las bolas de arroz que sirven en el Foodball son un invento propio –“de inspiración asiática, pero con ingredientes muy mediterráneos”–, que ha contado con el asesoramiento del restaurador Paco Guzmán. Y los hoteles –el primero abrirá a finales de año en el Raval, con 25 habitaciones– “tendrán nuestro espíritu simple, de calidad, original y poco sofisticado”. Para Camper, “Barcelona es una ciudad especial, es la capital de nuestra cultura mediterránea. Aquí tenemos una gran parte de nuestros colaboradores”, explica; por eso fue en la calle Muntaner donde Camper abrió en 1981 su primera tienda propia, que diseñó Ferran Amat, de Vinçon. Y por eso ha abierto muy cerca del Macba el Foodball, en un local con gradas, sin mesas, diseñado por Martí Guixé.

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