El Cerebro y su capacidad de hablar
Enviado por Karla.Serna • 21 de Enero de 2016 • Ensayo • 3.789 Palabras (16 Páginas) • 326 Visitas
Cerebro y capacidad de hablar
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La adquisición del habla en el cerebro del niño depende enteramente de los estímulos medio ambientales en los que este se desarrolle. El primer experimento a favor de esta aseveración se hizo hace muchos siglos, allá por el año 1705.
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El emperador Mogol Akbar Khan, mando a aislar a 12 recién nacidos, dejándolos al cuidado de personas sordo mudas de manera que no recibieran ningún estimulo verbal en los primeros años de su vida. La intención del emperador era poder conocer el lenguaje original del hombre que dios le habría dado al inicio de su existencia.
Cuando los niños alcanzaron la edad de 12 años fueron llevados en presencia del emperador, pero estos no fueron capaces de articular ningún tipo de palabras.
Las desdichadas criaturas eran totalmente mudas y solo podían comunicarse por signos y gestos. Quizás el emperador descubrió sin quererlo el verdadero lenguaje primordial, que no era otro que el gestual.
Pero ante la pregunta de si estos niños podrían volver a hablar normalmente si a partir de los 12 años los entrenaran personas parlantes, la respuesta es no. Si un niño no ha oído hablar nunca a sus semejantes antes de los 6 o 7 años jamás hablará y si lo hace será con grandes dificultades, pues la ventana cerebral para el lenguaje se cierra en esa época.
Hoy sabemos con precisión que los circuitos neuronales que codifican el habla, se modifican y activan solo por la exposición a una lengua, en un periodo que se extiende desde los primeros meses (periodo de apertura), a los antes mencionados 6 o 7 años (periodo de cierre).
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Se ha sugerido que los circuitos neuronales ubicados en los lóbulos parietales y temporales, tienen un papel importante en la semántica o significado de las palabras, mientras que los lóbulos prefrontales lo tienen en el procesamiento sintáctico, gramatical o de construcción del lenguaje.
La sintaxis evoluciona en un periodo posterior a la semántica o sea que primero se aprenden palabras sueltas con su significado y luego a agruparlas para formar frases coherentes.
En los hombres los circuitos que codifican los diferentes aspectos del lenguaje están totalmente lateralizados en el hemisferio izquierdo mientras que en las mujeres, los ubican en ambos hemisferios que se mantienen conectados a través del cuerpo calloso.
Durante la maduración cerebral, se ha observado que en la adquisición del lenguaje en un periodo de 12 a 14 meses se registran en ambos hemisferios, pero a los 2 años (en el caso de los hombres) pasa a ser absorbidos por el hemisferio izquierdo proceso que termina alrededor de los 4 a 7 años.
Estudios modernos han mostrado cambios en el cerebro cuando este adquiere un segundo lenguaje, y también como los mismos varían según la edad del individuo. Así si una persona es mayor de 40 a 50 años, la sintaxis le será más difícil de adquirir que la semántica.
El poder de contexto para controlar la conducta humana
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Hace unos años, dos psicólogos de la Universidad de Princeton, John Darley y Daniel Batson, decidieron organizar un estudio inspirado en la historia bíblica del buen samaritano. La misma, narrada en el nuevo testamento, cuenta que le paso a un viajero al que le habían robado, golpeado, hostigado, violado, escupido, orinado y dejado por muerto a la vera del camino que iba de Jerusalén a Jericó.
La historia cuenta que algunos hombres piadosos, pasaron delante de aquel viajero maltratado, pero que no se detuvieron a ayudarlo. El único que lo hizo, fue un samaritano, perteneciente a una minoría despreciada, quien se acerco, trato sus heridas y lo llevo a una posada.
Entonces Darley y Batson decidieron hacer una replica del suceso aprovechando la realización de un seminario. Para ello se reunieron con un grupo de seminaristas participantes y les pidieron que prepararan una charla sobre diferentes temas, entre los que se encontraba la historia del buen samaritano. Antes de comenzar el experimento, los psicólogos le habían entregado a los estudiantes un cuestionario en donde se les preguntaba entre otras cosas, si consideraban que la religión era una forma de adquirir un crecimiento espiritual y personal, y otra era si estaban buscando una herramienta útil para dar sentido a sus vidas.
A ambas preguntas como era de esperar la mayoría de los seminaristas, contestaron con un rotundo si. Luego comenzó la prueba, que consistía que en un lugar del camino en donde debían efectuar su alocución, los estudiantes se encontraran con una persona tirada en medio de un callejón tosiendo y gimiendo. La idea, era ver quienes se detenían a ayudarlo.
Por último también variaron las instrucciones finales que les daban a algunos estudiantes justo antes de que estos salieran, los investigadores miraban sus relojes y les decían: “vamos, dense prisa que llegaran tarde, pues los están esperando hace minutos en el auditorio”.
Si se le pidiera a un observador externo que considerara cuales de los estudiantes se detendría a ofrecer ayuda al hombre lastimado, sin dudar diría que todos los jóvenes que iniciaron la carrera en el seminario con la idea de ayudar a otros, así como también aquellos que deberían dar una presentación sobre el tema del buen samaritano.
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Pero en realidad ninguno de estos dos factores tuvo peso a la hora de modular la conducta de los seminaristas, pues de hecho el factor que más influyo a la hora de decidir si se detendrían o no a socorrer al herido fue si tenían prisa o no.
Increíblemente la atención o es puesta en un tema u otro, aquí pesaba más emocionalmente tener que llegar que ayudar a la persona que sufría.
Del grupo que fue inducido a apurarse solo se detuvo el 10% de los participantes del experimento, mientras que del grupo que no tenían apuro se detuvo el 63%. Las palabras, “vamos que llegan tarde”, tuvieron más peso que ningún otro factor para convertir a una persona compasiva en una indiferente al dolor ajeno.
Esto tiene una implicancia enorme, pues la noción de la predisposición (modulación genética y memética o cultura), a la hora de tomar una decisión conductual parece ser secundaria ante un factor de gran peso como lo es el contexto ambiental.
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