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Revolucion de psicoanalisis


Enviado por   •  29 de Marzo de 2019  •  Informe  •  682 Palabras (3 Páginas)  •  102 Visitas

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Freud revelo en la “interpretación de los sueños” lo que lo había guiado al escoger los nombres de sus hijos: quería que sus nombres no fueran escogidos de acuerdo con la moda ni con una tradición familiar, sino para perpetuar el recuerdo de personas queridas, generalmente sus maestros y amigos. Esta regla, según él, convertiría a sus hijos en aparecidos y lo situaba a él mismo fuera del tiempo perecedero confiriéndole una especie de inmortalidad. Era también sin duda el equivalente a un acto de piedad.

De hecho, Freud la siguió escrupulosamente con sus seis hijos: llamo a sus tes hijos Jean Martin, en homenaje a la memoria de Charcot – y no de Lutero, como a veces se ha pretendido-; Oliverio, en recuerdo de uno de los héroes favoritos de su infancia, Cromwell y Ernest, para recordar a su viejo maestro Brücke, cuyo nombre, decía, le fue caro toda su vida.

En lo mas fuerte de sus apasionadas relaciones con Fliess había decidido ponerle Wilhelm a su próximo hijo varón. Pero no lo tuvo y, a pesar de su entusiasmo por su amigo, no pudo resolverse a llamar a una de sus hijas Wilhelmine.

Los hijos representaban, pues Freud un lazo vivo entre el amor, la amistad y la admiración que le inspiraban ciertas grandes figuras. Mas tarde, sus primeros discípulos descubrieron que los asociaban con frecuencia en sus sueños con el psicoanálisis, cuyo futuro le dio por mucho tiempo serias preocupaciones. De ellos decía que eran su orgullo y su riqueza -lo que en sus mejores momentos pensaba, quizá, pero no se atrevía a decir, de su obra.

De cualquier manera, esta forma profunda de apego viril no era el residuo ordinario de la adolescencia: Freud la conservó en la edad madura y la experimentó todavía en la vejez, aunque con el tiempo que nos ocupa se había vuelto tan excesiva que probablemente precipitó, sino provocó, el nacimiento del psicoanálisis.

En tales condiciones no es de sorprender que Freud se haya juzgado a veces a sí mismo como un schnorrer, ese parasito amable y cínico que forma parte inevitablemente de la vida judía y que, según la tradición paga su contribución con chistes ingeniosos.

Así se comprenderá que la singular complicidad de las deudas y la amistad que caracterizó durante mucho tiempo sus relaciones formen uno de los temas mas frecuentes y mas dolorosos de la “interpretación de los sueños”.

En ninguna parte los sentimientos de Freud se mostraron tan contradictorios, tan extremados y desconcertantes como en su amistad con Wilhelm Fliess que duró doce años y acabó también con una ruidosa ruptura. La palabra pasión no es demasiado fuerte para designar aquella extraordinaria inclinación que, durante un largo periodo, fue el centro de la vida de Freud y determinó de una vez por todas el curso de su obra.  

La aventura dura demasiado para que pueda hablarse de capricho, es mas bien una especie de hechizo contra el cual son vanas las tentativas ordinarias de liberación. Freud solo escapara corriendo el riesgo de la empresa mas audaz que haya intentado jamás un hombre sobre sí mismo: su propio análisis.

Fliess vivía en Berlín, Freud en Viena, y aunque los dos hombres hacían lo imposible por verse con frecuencia, lo esencial de sus relaciones se desarrolla en una correspondencia muy íntima, donde se participaban mutuamente lo mas hondo de sus pensamientos.

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