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Introducción al cristianismo.


Enviado por   •  31 de Marzo de 2016  •  Informe  •  2.030 Palabras (9 Páginas)  •  319 Visitas

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INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO

Joseph Ratzenger

El texto fuente, “Introducción al Cristianismo”, es una reproducción de la lección inaugural que, con motivo de su llamamiento para la cátedra de Teología Fundamental de la Facultad Católica de Teología de la Universidad de Bonn, dictó el autor, Joseph Ratzinger, el 24 de junio de 1959. Al texto, le ha sido añadida, una serie de anotaciones para la fundamentación científica de lo que en él se dice sobre la fe bíblica en Dios. Su meta,  según expone textualmente en un publicado virtual era aclarar el problemático trasfondo de una frase demasiado utilizada, y con ello entrarle hasta el fondo a una cuestión que tanto para la propia orientación interior de la teología católica, como para el diálogo entre las confesiones, es de alta importancia: El conocimiento racional de Dios, en la creación y en la revelación, y la relación entre ellos.

Tal como lo expone el que fue el Sumo Pontífice número 265 de la Iglesia católica, elegido el 19 de abril de 2005, el conocimiento de que Dios es un Dios referido al mundo y al hombre, que opera dentro de la historia, o dicho más hondamente, el conocimiento de que Dios es persona -el "yo" que sale al encuentro del "tú"- exige un examen en toda la línea de las declaraciones filosóficas, un repensarlas como todavía no se había ejecutado suficientemente. En esta tarea de una apropiación más profunda del concepto de Dios podrían la teología católica y la protestante, viniendo de diversas partes, encontrarse de una manera nueva.

“En su libro Introducción al Cristianismo, defiende que el ser es ser pensado, pensamiento del Espíritu absoluto que se ha revelado como relación. Concibe la relación como una forma primigenia de lo real: la unidad originaria es unidad en el amor. Así es como hay que entender el dogma de la Trinidad, donde la más intrincada teoría transmite enseñanzas prácticas para concebir el cosmos y la vida, en particular la vida humana cuyo origen y meta está en el amor”.

Ahondando aún más en el sentido profundo de sus escritos, es que podemos darnos cuenta que el autor -influyente en términos teológicos, siendo catedrático en variadas instituciones en esta línea de estudio, y considerando que fue visto durante el tiempo del Concilio como un reformista convencido.- está dotado de una profunda reflexión acerca de la fe y la necesidad de abrirse a un nuevo lenguaje que, partiendo del Evangelio, conectase existencialmente con las inquietudes del hombre concreto contemporáneo.

Es de esta forma que en un intento por responder a ¿Qué es la Fé? o el ¿por qué creemos? es que en el apartado referido a "La Fe bíblica en Dios" y más especialmente, citando lo que expone el antiguo testamento en la aparición de Dios en la zarza ardiente ante Moisés, el autor intenta denotar la magnificencia y misteriosidad de este Dios único, personal/plural y vivo, en tanto en el texto bíblico Dios responde a las dudas de Moisés- quien desea legitimarlo como un alguien- diciendo: "yo soy el que soy" fundando en ese mismo instante, en si mismo, su existencia y unicidad. Además, a esa frase crucial en la historia de la fe, se le suma el que aparezca por vez primera un nombre con el cual llamar a Dios, y  es que el mismo, en ese instante, se hace llamar Yavé. Este, viene a ser, en voz de Ratzinger un momento crucial en el cristianismo y mas más que ello, del inicio de la Fé católica, en la cual Dios se da a si sí mismo un espacio y una denominación que no da lugar a la comparación con ídolos de la época, "dioses" helénicos ligados a elementos de la naturaleza o a lugares geográficos en los que se evidenciara alguna  presencia "divina". Todo lo anteriormente dicho, se resume y amplía a la vez, en que a Dios se le puede nombrar porque el mismo se nombra; Dios se hace nombre y se hace hombre. Esto, en voz del autor, nos permite relacionarnos con Dios de forma personal, como antes lo decíamos, podemos crear una comunicación en confianza, desde el conocimiento del otro, de este otro que es de todos y es uno.

De acuerdo a lo anterior, es que se hace necesario, primeramente, exponer una gran diferencia entre el concepto y el nombre. El concepto quiere expresar la esencia de la cosa tal y como es en sí misma. El nombre no se interesa por la esencia de las cosas; no quiere saber qué es la cosa en sí misma, sino que trata de hacer la cosa nominable, es decir, de hacerla invocable, de establecer con ella una relación. Es cierto que el nombre debe tocar la cosa misma, pero sólo con la mira de ponerla en relación conmigo y de que se me haga accesible. El nombre es ante todo lo que le hace nominable. Por el nombre otra persona entra en la estructura de mi co-humanidad, por el nombre puedo llamarlo. El nombre, pues, representa y realiza una ordenación social, una inclusión en las relaciones sociales. A quien solamente se le considera como número, queda fuera de la estructura de la co-humanidad. El nombre da a un ser la capacidad de ser llamado; de esta capacidad nace la co-existencia con el nombrado. Es en este sentido que la fe capta el concepto y el nombre, el Dios en esencia, su significancia en sí mismo y para nosotros, el Dios en y con nosotros. El nosotros como grupo y el yo como parte única e individual de ese grupo, que cree por el concepto y el nombre, el Yo que tiene fe en adhesión a la confianza en un otro que es todo y uno. Que es Dios.

Sólo confiamos en alguien a quien conocemos, por lo tanto, si no conocemos a Dios, ¿cómo vamos a tener fe (confianza) en Él? Así, el obispo emérito de Roma, Benedicto XVI nos alcanza una imagen sobre la  fe como revelación, ya que parece superar el abismo que yace entre lo eterno y lo temporal, entre lo visible y lo invisible, y porque a Dios nos lo presenta como un hombre, nominable, invocable, eterno como temporal, como uno de nosotros en el que podemos confiar en un mundo actual invadido de dudas de su existencia y la de Dios mismo, de la existencia de la fiabilidad plena en otro, en

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