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Anestesia


Enviado por   •  26 de Junio de 2013  •  1.587 Palabras (7 Páginas)  •  231 Visitas

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El tacto en la enseñanza

La palabra educación nos remite a un tiempo humano, concreto, dual; a un acontecer que se nos impone en nuestro trato con un Otro que se cuela en nuestro mundo, en nuestra firme seguridad, en nuestras certezas. El niño introduce un más allá, un futuro de posibilidades y simultáneamente un presente singularísimo como preocupación, tan cercano como la propia sombra, pero tan inasible como ella, tan huidizo. Estas obviedades se manifestaron el otro día en clase cuando les pregunté a mis alumnos y alumnas del Grado en Educación Infantil la razón por la que están estudiando la carrera y pude comprobar que en un elevadísimo porcentaje todo había comenzado con la relación de simpatía entablada con un niño. Me describen elementos como su indefensión, su alegría vital, su viveza, su espontaneidad, sus gestos de cariño. Todas esas cualidades remiten a un ser efectivamente indefenso, cuya indefensión demanda protección, reclama la atención y el cuidado del adulto.

La relación previa a todo estudio teórico emprendido por la pedagogía entendida como ciencia o reflexión (pues apenas llevan un mes en la universidad) que mis alumnos habían establecido con los niños era una relación de cuidado, de asir la mano tendida, de acogida, de receptividad. La cara del niño con sus grandes ojos exige al adulto que vele por él y de su rostro emana, como diría Levinas, una suerte de imperativo ético que siendo universalizado y extendido al género humano, al desvalido género humano, se manifiesta en el mandato “no matarás”. Es una ley sin palabras, porque se alza previa a la palabra creadora, a la poiesis, como condición de la misma. Esta es la teoría a la que apunta la carita del niño, la obligación de velar por su vida y, todavía más, por su futuro. Cuando se está con un niño se está también con su futuro, también subrayaba el poeta Khalil Gibram; un futuro suyo al que sin embargo no se debe sacrificar el presente. En el niño, de hecho, se concretizan dos tiempos: futuro y presente, el futuro por hacer y el singularísimo instante. Ambos inciertos y requeridos de protección y cuidado. Así pues, la pedagogía empieza con este momento práctico y existencial concreto, con todo un mundo por hacer, y la teoría pedagógica se nutre del mismo, hunde sus raíces en él.

Una consecuencia de este enraizamiento de lo educativo en lo más personal y concreto del niño es que nunca debe perderse de vista dicho momento concreto en la reflexión teórica o en la enseñanza universitaria que se da a futuros maestros. Me refiero a que aunque se enseñen métodos, didácticas, técnicas de enseñanza... hay una cualidad esencial que es en sí lo más específicamente pedagógico o educativo, como un tacto; es una sensibilidad que consiste en la buena lectura que uno hace de ese momento práctico, de ese ambiente concreto, de esa situación de educación y del estado del niño. Hay que advertir que la psicología ayuda pero esto no se reduce a psicología. Es más que eso, porque estamos hablando del ser capaz de ser demandado por el Otro y de ceder a la preocupación por su presente y su porvenir (ambos en equilibrio, so pena de incurrir en ciertos excesos nefastos para los niños). Es un ponerse en la situación de hacerse cargo del destino del niño como persona que va, que se hace, que está siendo, que requiere un porvenir y que tiene unas posibilidades por conquistar. Es responsabilidad.

Hay en esta relación educativa un obvio desnivel, porque el educador tiene autoridad, auctoritas, ganada día a día y concedida por el niño (la autoridad del adulto se la da el niño y el adulto se la gana). Mis alumnos han sido sensibles a esta llamada del Otro desvalido, del Otro niño, y se han puesto en situación de hacerse cargo del mismo. Es por eso que estudian una carrera que sería imperdonable que no recordara en sus teorizaciones y enseñanzas intelectuales (sumamente valiosas sin duda) ese origen existencial, concreto y tiernamente humano.

Estas ideas son frescamente desarrolladas, a partir de ejemplos prácticos, con imágenes concretas, por el catedrático de educación de origen holandés Max van Manem, en su libro El tacto en la enseñanza. El significado de la sensibilidad pedagógica (Paidós, Barcelona, 1998). Su objetivo es abandonar los abundantes enfoques psicologistas en pedagogía y acudir a una visión más próxima a la filosofía, de raigambre hermenéutica y fenomenológica, en la medida en que se elude la ontología de lo factual (positivismo) para ir, por el contrario, a lo fáctico, al mundo de la vida, a la inmersión en el contexto difícilmente captable con la mirada positivista y los instrumentos del psicólogo. No hay un rechazo, por supuesto y debo insistir de nuevo, a la psicología con sus métodos habituales, sino

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