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EL ESTADO DE GUERRA EN EL CAMPO DE LA SIGNIFICACIÓN


Enviado por   •  3 de Marzo de 2013  •  Tesis  •  3.562 Palabras (15 Páginas)  •  508 Visitas

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Doctorado en Estudios de la Sociedad y la Cultura Jeanette Amit

Seminario: Poder y procesos socioculturales

LA ALTERIDAD EN LA MODERNIDAD:

EL ESTADO DE GUERRA EN EL CAMPO DE LA SIGNIFICACIÓN

Comentario elaborado a partir de las primeras tres conferencias de

Enrique Dussel (1994) en diálogo con otros textos.

Es importante resaltar el hecho de que estas conferencias de Enrique Dussel, que en su

conjunto se titulan 1492 El encubrimiento del otro, tuvieron lugar en Frankfurt, Alemania, en

1992. Este año aporta un sentido obvio, como hito de los 500 años pasados desde el

descubrimiento europeo de América, coyuntura que permitió fortalecer el intento de

replantear ‐en suelo europeo‐ la comprensión eurocéntrica de la modernidad, para

referirse a una modernidad alterna desde la experiencia histórica de la periferia o, si se

prefiere, a la experiencia de la alteridad dentro del proyecto moderno europeo.

La tesis fundamental que propone Dussel en estas conferencias es que el cambio global que

inicia en 1492 es fundamental para comprender la modernidad. Precisamente, como señala

por su parte Quijano (2000), la percepción del cambio histórico es un elemento fundante de

la nueva subjetividad moderna.

El descubrimiento de América, como descubrimiento europeo del ‘Otro’ a quien se puede

conquistar, violentar, vencer y controlar, actúa como momento constitutivo del ego

moderno y de un nuevo sistema de relaciones intersubjetivas. Es en relación con esta

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alteridad que el ego europeo se descubre, se define y al fin internaliza su ego como

descubridor, conquistador y colonizador. Para Dussel, ese ego es la base para el devenir del

sujeto moderno. La nueva alteridad sometida se construye como la primera periferia

europea, con resultados altamente provechosos para quienes la dominan. El correlato de

este proceso es el encubrimiento de la alteridad descubierta.

La conquista y el encubrimiento que la acompaña hacen que la modernidad se construya

como un proyecto unívoco y hegemónico, en el que Europa pasa a ocupar el centro de un

nuevo orden mundial. Dussel define la modernidad como mito paradójico. Por un lado

racional, que difunde una promesa de emancipación; por otro, irracional y victimario, que

justifica la violencia y la destrucción ejercidas sobre la alteridad. La primera cara del mito

encubre a la segunda.

Pero la violencia y la destrucción no han sido solo materiales sino también simbólicas: el

‘Otro’ des‐cubierto ha sido en‐cubierto. Con violencia se le omite de la historia, se usurpa su

historia y cultura particulares en lo que Quijano, por su parte, ha denominado un proceso

de re‐identificación histórica en el que Europa se atribuye el poder de asignar nuevas

identidades geoculturales a las otras regiones del mundo. Surge así una nueva geografía del

poder que incluye una dimensión simbólica e imaginaria. El meridiano de Greenwich será

después la línea que divida esa geografía y que aún hoy coloniza el imaginario colectivo y

que se concreta en relaciones sociales, materiales e intersubjetivas.

Para Dussel, el resultado de este proceso es que ‘el Otro’ se convierte en “lo Mismo”. Pero se

trata de lo mismo devaluado frente al modelo superior europeo, a partir de una serie de

significados de inferioridad que se le atribuyen. Los europeos son los protagonistas activos

de la historia; mientras que todo otro es secundario, subordinado, sujeto pasivo modelado

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por la acción de los primeros. Al igual que las identidades y prácticas culturales alternas, las

historias del otro son removidas, reubicadas y encubiertas. En este sentido, Europa logra

imponer una visión de mundo en la que, como señala Quijano, ella representa la

culminación de la civilización (encarnada en el sujeto moderno); mientras que los otros son

ubicados en el pasado, en la infancia de la humanidad y en el estado de naturaleza original,

tal como han sido entendidos por el pensamiento de la Europa occidental.

Los europeos tuvieron enorme éxito al naturalizar su superioridad dentro de una jerarquía

racial, y fueron “capaces de difundir y de establecer esa perspectiva histórica como

hegemónica dentro del nuevo universo intersubjetivo del patrón mundial de poder”

(Quijano, 2000: 212). El discurso sobre el progreso y el desarrollo actuó como una falacia

legitimadora de la acción del ego moderno en su tarea de educar, civilizar y modernizar el

mundo, de someterlo por su propio bien para guiarlo hacia un futuro mejor (que ofrecía la

esperanza de ser más semejante a ‘lo Mismo’). La superioridad natural otorgaba el derecho

sobre ‘el Otro’. Con este discurso eurocéntrico se justifican las inequidades sociales y la

dominación, bajo la promesa de igualdad y emancipación.

Desde un inicio la modernidad usufructuó sus propias contradicciones, aunque fuera el otro

colonial el que las asumiera. Europa es la tierra cultivada y productiva, fruto del trabajo

racional del ser humano; América es la tierra sin cultivar, común al género humano y por lo

tanto propiedad potencial de quien la reclamara para hacerla productiva (Locke: 1689). La

falacia desarrollista justifica la desposesión y a la vez omite la explotación. Bajo estas

premisas, el territorio del otro se convierte en común y propio para los europeos, abierto

para ser conquistado y colonizado. De esta manera, América fue re‐identificada como nueva

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tierra prometida para los pobres y desterrados de Europa, a quienes la modernidad

otorgaba la posibilidad de riquezas ilimitadas que de otra manera no podrían realizarse.

En este sentido, Dussel afirma que el mundo colonial es el recurso que en buena parte

permite que la modernidad europea cumpla las promesas emancipadoras y progresistas

que había hecho a los suyos. Este mundo colonial se convierte así en campo y materia para

la acción el ego moderno. Además, como señala Quijano, mientras ‘el Otro’ pueda asumir el

trabajo menos valorado (no asalariado), las condiciones del trabajador blanco mejoran para

que progresivamente surja en su nuevo papel de consumidor.

Para Dussel, el encubrimiento del ‘Otro’, de esa alteridad cuyos significados la excluyen de

la modernidad, niega el papel esencial que la periferia ha tenido para la modernidad.

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