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Rituales De Día De Muertos


Enviado por   •  25 de Octubre de 2012  •  2.321 Palabras (10 Páginas)  •  760 Visitas

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Rituales del día de Muertos

Ruth D. Lechuga

Esta autora, en sus múltiples viajes por los pueblos mexicanos, testificó algunas de las distintas maneras de recibir a los muertos en su día. En este artículo, ella relata las similitudes, las diferencias, y encuentra algunos ecos de los ritos prehispánicos que, a pesar de los siglos, siguen vivos en la conciencia de ciertas comunidades indígenas.

Como hizo notar Paul Westheim: “Lo único que tiene en común el día de los muertos mexicano con la fiesta de los fieles difuntos, tal como se celebra en Europa, es el hecho de tratarse aquí y allá de un día consagrado a la memoria de los muertos queridos”. Mientras que para el europeo la simple mención de la muerte es tabú, como si al rechazar el pensamiento se pudiera evitar el hecho, el mexicano se familiariza con la idea desde la niñez. Esta cercanía se manifiesta de muchas maneras, por ejemplo las múltiples expresiones para decir que una persona murió: se peló, se petateó, estiró la pata, lo sacaron con los tenis por delante, felpó, se difunteó, se enfrió, se ausentó, se nos fue, se lo chupó la bruja, se lo cargó patas de catre, entregó el equipo, acompañó a la flaca, dobló el pico, lo cafeteamos, etcétera. a La diferencia también se deja ver en el ritual: el europeo visita el cementerio el día de los fieles difuntos para recordar a sus seres queridos ya fallecidos, mientras que el mexicano piensa que en estos días los difuntos regresan a la tierra, para pasar el día con sus parientes. Incluso se ha heredado de la tradición prehispánica la costumbre de dedicar un día a los niños y otro a los adultos muertos. Actualmente, la fiesta puede durar muchos días, además de los dedicados a los muertos pequeños y adultos, respectivamente.

Cuenta María Cristina Morales, por ejemplo, que en la Huasteca hidalguense se considera que san Miguel abre las puertas del cielo, para que las ánimas inicien su peregrinar y visiten a los vivos el 30 de septiembre y san Andrés las cierra el 30 de noviembre, fecha en la que todas las almas deben haber regresado a su morada.

También los totonacos de la sierra concluyen las festividades hasta el día de san Andrés. A decir de los investigadores de El Colegio del Idioma Totonaco, ellos dedican, además, el día de San Lucas —18 de octubre— a aquellos que han muerto con violencia: accidentados, asesinados, ahogados. Los totonacos de Papantla, Veracruz, y los nahuas de Cuetzalan, Puebla, asignan un día, el 30 de octubre, a los niños que no han sido bautizados y, a decir de Simón Gómez Atzin lo llaman “el día de los limbos”.

La visita anual de los muertos no es ocasión de luto, sino motivo para celebrar una gran fiesta. Quizá una explicación para ello se encuentre en el Códice Matritense: “Decían los viejos: quien ha muerto, se ha vuelto dios. Decían: Se hizo dios, quiere decir que murió”. De hecho, Robert Childs y Patricia Altman aseguran que todavía se cree que “el alma del difunto se vuelve un ser sobrenatural con el poder de interceder por los familiares vivos”. Más adelante, agregan otro elemento distintivo del día de Muertos mexicano con respecto al europeo: “en la práctica católica ortodoxa, uno reza por las almas de los muertos para salvarlas del purgatorio. Los indígenas, por el contrario, no rezan por las almas, sino que les rezan a ellas”.

Al igual que los dioses del pasado, hay que agradar a los antepasados para que miren favorablemente las peticiones de los vivos: ellos también esperan sus ofrendas. Los descendientes deben destinar algo de su tiempo y de su dinero para agasajarlos convenientemente. En todos los pueblos se relata cómo una persona que no puso su ofrenda con el debido respeto fue castigada por los difuntos. La pena impuesta puede ir desde los azotes, hasta la muerte del pariente desobligado.

Por ejemplo, en un relato recogido por Fernando Horcasitas, un hechicero de Milpa Alta cuenta que una señora encargó a su hijo ir por leña y comprar lo necesario para la ofrenda. El muchacho se distrajo todo el día, jugando en el monte y, cuando quiso regresar, “advirtió que detrás de él venía la larga procesión de los viejitos. Vio a su padre, sus abuelitos, bisabuelitos, tatarabuelitos, todos temblando de frío, muertos de hambre y sed, cargando sus morrales vacíos y sus petatitos enrollados bajo el brazo, todos deseosos de volver a su casa, donde eran esperados para calentarse, comer y dormir por una noche. ¿Qué haces aquí? —le riñeron—, ¿por qué no nos estás esperando allá en tu casa? El muchacho, azorado, no pudo contestar. Los difuntos lo amarraron a un árbol y lo dejaron allí toda la noche. Al amanecer, cuando ya se desvanecía el humo perfumado del copal, cuando se iban apagando las ceras de cada ofrenda, los viejitos difuntitos volvieron a pasar lentamente por el bosque, desataron al muchacho y siguieron su camino. El muchacho regresó a su casa llorando. —¡Ahora sí, mamacita, ya sé que vuelven los muertitos; el año que entra les compraremos su comida y los esperaremos a todos!”

Otra historia, referida por los investigadores de El Colegio del Idioma Totonaco, acabó más trágicamente: un señor que no creía en los muertos y no hizo caso de su día, iba rumbo a su casa después de una parranda. “De pronto vio que venía mucha gente a su paso, pero que todos eran difuntos que ya retornaban a su mundo, entre ellos iban su papá y su mamá sin ofrenda: en cambio los otros iban bien cargados de sus ofrendas. Vio que sus difuntos sólo cargaban un pedazo de tepalcate como incensario, y que les quemaban las manos; iban lamentándose, muy tristes. Entonces aquel hombre no dudó más, de carrerita y muy apresurado fue a poner la ofrenda. No tenía mucho rato de haber llegado a su casa, cuando empezó a sentir mareos y ascos, y luego enfermó sin más tiempo: repentinamente murió. La comida que había mandado a preparar para la ofrenda, sólo sirvió de comida para su entierro”.

Pasada la fiesta, los muertos deben regresar a su morada. Hay algunos que, renuentes a hacerlo, rondan en las cercanías de la casa de los parientes, quizá con el objetivo de volverse espíritus chocarreros. En algunos pueblos se hacen ceremonias especiales para evitarlo. Frances Toor relata que “en Yalalag, Oaxaca, el sacerdote, acompañado de músicos, camina a lo largo del pueblo, recitando responsos y Salve Reginas, con o sin música, según lo que la gente esté dispuesta a gastar. Se dicen dentro y fuera de las casas para asegurar que ningún alma se está escondiendo, porque algunos se pierden en el camino y otros están renuentes a regresar; con los rezos tienen que partir y dejar de perturbar a sus parientes”.

Los totonacos de la sierra hacen otra ofrenda pequeña el día de san Andrés. “Por la tarde

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