Ananquia Americana (L Fernandez)
Enviado por eramirez82 • 27 de Abril de 2013 • 1.774 Palabras (8 Páginas) • 343 Visitas
La tradición anarquista es vasta, nutrida, compleja y sabia, así como exigua en el número de adscriptos a la causa. Es la historia de una pulsión, de un sentimiento y una razón (que no se combaten), a fin de cuentas, un temperamento que no quiere ni amo ni dios: un conflicto con la autoridad está en su gestación. Un linaje que desconoce del maestro, del vigía, de aquel que se apropia del lugar de decisión. Es, también, la historia de almas bellas que trasuntan cierta cuestión salvífica y hasta santa. Nada más lejos del anarquista que el cliché del violento “pone bombas”. Si bien existe esa ala dura y crítica acérrima, es una violencia transfigurada en vitalidad, pero allí está, encallada en sus ladridos de perro. Sin embargo, es a la inversa, es el ladrido bello y doloroso del puro, el amoroso, el libidinal, el que decide sobre su vida y su cuerpo. El anarquista es el que celebra la existencia, por ello no hace del racionalismo un culto inoxidable y normativo (aunque veamos sí un elogio de la razón, incluso de cierto rigor científico en muchos de sus postulados del siglo XIX); hay en ese enclave, en todo caso, una relación dialógica donde el cuerpo, el placer, la amistad y la emoción tienen un territorio propicio y cultivado, una zona que aspira a la bondad de la cercanía y no a la mácula de la abstracción de la norma que restringe el deseo. Es la zona agreste y furtiva, también tormentosa, allí donde el cuidado de sí, el naturismo, el vegetarianismo, el hedonismo, el nudismo, el amor libre y el ejercicio físico son elementos constantes y necesarios para empoderar la disciplina personal que nos libra de la dependencia burguesa y la doble moral hipócrita; pero, a la vez, nos abre al goce del momento, a la deliberación por cuenta propia, a través de la autogestión, el grupo de afinidad, el amor de camaradería y el mutualismo.
Lao Tsé, Epicuro y Zenón, el estoico, pueden ser pensados como el germen del pensamiento anarquista en la Antigüedad. Los filósofos cínicos, como Diógenes de Sínope, Hiparquia o Crates, también. Pero es más tarde, en el siglo XVI, con la figura referencial de Etienne de la Boétie, amigo de Michel de Montaigne, a través de ese opus de juventud titulado Discurso sobre la servidumbre voluntaria, que se hace carne una pregunta impropia y hasta difícil de formular: ¿por qué obedecemos? ¿Por qué somos siervos voluntarios? Respuesta de compleja expresión, en la Ilustración la figura de William Godwin será capital para comprender esta filiación que se expandirá por izquierda y por derecha. Por izquierda (críticos de la propiedad privada) serán los Proudhon, Fourier, Owen, Bakunin, Malatesta. Emma Goldman y Kropotkin quienes mejor encarnen la tradición del anarcocomunismo o anarcosindicalismo. Por derecha, será la tradición del anarcoindividualismo (no críticos de la propiedad privada) en la que surgirán nombres como Stirner, Nietzsche, Thoreau, Tucker, Emile Armand y el propio Lysander Spooner, al que haremos referencia. Estas dos grandes líneas del anarquismo (la comunista y la individualista) serán ricas, especialmente el tronco del anarquismo individualista que oficiará de viga maestra, a su vez, con ramificaciones no menos potentes, como el anarcocapitalismo (Rothbard, Friedman, Konkin o Karl Hess) y el anarquismo feminista (Voltairine de Cleyre y Wendy McEllroy, entre otras).
Posteriormente, a mediados del siglo XX, a caballo de la contracultura, los beatniks, el hippismo, mayo del ’68, el rock y la estetización de la forma de vida, aparecerán esquirlas libertarias, a raíz de la fibra anarquizante de la denominada “nueva izquierda” de Foucault, Deleuze, Guattari, Schérer, Vaneigem (leyendo a Nietzsche desde la igualdad). A comienzos del siglo XXI, la presencia de Michel Onfray da cuenta de una lógica, una actitud y un modo de acción libertaria en el presente, con la forma de microrresistencias a la derecha y la izquierda simultáneas; algo que algunos darán en llamar posanarquismo, o también neolibertarismo, ya que el Estado no será el mal absoluto y el voto se podrá ejercer con búsquedas coyunturales y pragmáticas.
El tronco del anarquismo individualista, como dijimos, es fuerte. Crítico de la servidumbre voluntaria, también puede verse como un núcleo o germen que impactó colateralmente en el liberalismo. Anarquismo y liberalismo se tocan en el anarquismo individualista. Al no poner en cuestión la propiedad privada, es el comienzo o, en todo caso, nos permite ver las incrustaciones libertarias en lo liberal. Una figura heterodoxa y singular como el economista Murray N. Rothbard plantea su libertarianismo (anarcocapitalismo) contra cuatro focos: el imperio, el impuesto, el monopolio y el militarismo. El credo del libertarianismo, apoyado en el principio de no agresión, será central en las libertades civiles y, sobre todo, en los llamados “crímenes sin víctimas”, es decir, la propiedad sobre el cuerpo de uno mismo: pornografía, perversiones, prostitución, drogas, etc. Es el derecho absoluto sobre el cuerpo propio, sobre los recursos naturales y la posibilidad del intercambio libre de bienes y servicios. En definitiva, libertad personal y de empresa. En ese sentido, es que vuelve a surgir en el horizonte una figura como la de Lysander Spooner; pensador que resulta capital para comprender cómo el anarquismo individualista permitió el enriquecimiento conceptual del liberalismo desde estas gemas anarquistas, y arribar a expresiones como el liberalismo libertario.
Lysander Spooner (1808-1887) fue un abogado, teórico legal, abolicionista,
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