Anarquismo

Una leyenda plateada

Cuenta una leyenda guaraní que, entre los jóvenes de la tribu, había una que se destacaba por su gran belleza y su extraña costumbre de pasar las noches sentada a la orilla del río o de algún lago, mirando la luna.

-¡Cómo me gustaría ser como ella!- repetía noche tras noche. –pero como conformaría con poder tocarla- suspiraba.

Queriendo cumplir su deseo, decidió subir a la sima de una montaña para poder estar más cerca. No imaginan la tristeza que sintió al descubrir que, al pesar del esfuerzo, no conseguía alcanzarla: estiraba sus brazos, se ponía en puntitas de pie, pero el astro luminoso seguía estando demasiado lejos.

La joven, decepcionada, se echó al suelo y lloró desconsoladamente.

Tupá, el dios de los guaraníes, al ver la escena decidió ayudarla. Él tenía poderes maravillosos, y seguramente ellos servirían para cumplir el sueño de la indiecita.

Al día siguiente, la jovencita bajó de la montaña y, al caer la noche, eligió una laguna para encontrarse con su amiga. Miro al cielo, allí estaba, tan brillante como siempre, pero al bajar la visita ¡qué sorpresa!: la luna estaba allí, bien cerquita de ella, como un disco plateado y redondo que nadaba en el lago.

Fue tanta la emoción que sintió, que intentó acariciarla y se cayó al agua.

Dicen que nunca más volvió a aparecer de las profundidades.

Al otro día, los demás habitantes de la tribu no salían del asombro al ver que la laguna estaba repleta de unas plantas hermosas, blancas, redondas que miraban al cielo. Las llamaron irupé.

Por su puerto que dios Tupá era el único que conocía el secreto, él había transformado a la joven en esas flores bellísimas que se parecían tanto a la luna y que, durante las noches, reflejan su brillos en el agua de las laguna, como un gran espejo.

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