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Aviso antipedagógico


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2012  •  Tutorial  •  31.640 Palabras (127 Páginas)  •  421 Visitas

Página 1 de 127

Fernando

Savater

Ética

para

Amador

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AVISO ANTIPEDAGÓGICO

Este libro no es un manual de ética para alumnos de bachillerato.

No contiene información sobre los más destacados autores y más

importantes movimientos de la teoría moral a lo largo de la historia.

No he intentado poner el imperativo categórico al alcance de todos

los públicos...

Tampoco se trata de un recetario de respuestas moralizantes a

los problemas cotidianos que puede uno encontrarse en el periódico

y en la calle, del aborto a la objeción de conciencia, pasando por el

preservativo. No creo que la ética sirva para zanjar ningún debate,

aunque su oficio sea colaborar a iniciarlos todos...

¿Tiene que hablarse de ética en la enseñanza media? Desde

luego, me parece nefasto que haya una asignatura así denominada

que se presente como alternativa a la hora de adoctrinamiento

religioso. La pobre ética no ha venido al mundo para dedicarse a

apuntalar ni a sustituir catecismos... por lo menos, no debiera

hacerlo a estas alturas del siglo xx. Pero no estoy nada seguro de

que deban evitarse unas primeras consideraciones generales sobre

el sentido de la libertad ni que basten a este respecto unas cuantas

consideraciones deontológicas incrustadas en cada una de las

restantes disciplinas. La reflexión moral no es solamente un asunto

especializado más para quienes deseen cursar estudios superiores

de filosofía sino parte esencial de cualquier educación digna de ese

nombre.

Este libro no es más que eso, sólo un libro. Personal y subjetivo,

como la relación que une a un padre con su hijo; pero por eso

mismo universal como la relación entre padre e hijo, la más común

de todas. Ha sido pensado y escrito para que puedan leerlo los

adolescentes: probablemente enseñará muy pocas cosas a sus

maestros. Su objetivo no es fabricar ciudadanos bienpensantes (ni

mucho menos malpensados) sino estimular el desarrollo de

librepensadores.

Madrid, 26 de enero de 1991

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PRÓLOGO

A veces, Amador, tengo ganas de contarte muchas cosas. Me

las aguanto, estáte tranquilo, porque bastantes rollos debo pegarte

ya en mi oficio de padre como para añadir otros suplementarios

disfrazado de filósofo. Comprendo que la paciencia de los hijos

también tiene un límite. Además, no quiero que me pase lo que a

un amigo mío gallego que cierto día contemplaba pacíficamente el

mar con su chaval de cinco años. El mocoso le dijo, en tono

soñador: «Papi, me gustaría que saliéramos mamá, tú y yo a dar un

paseo en una barquita, por el mar. » A mi sentimental amigo se le

hizo un nudo en la garganta, justo encima del de la corbata: «

¡Desde luego, hijo mío, vamos cuando quieras!» «Y cuando

estemos muy adentro -siguió fantaseando la tierna criatura- os

tiraré a los dos al agua para que os ahoguéis. » Del corazón partido

del padre brotó un berrido de dolor: « ¡Pero, hijo mío ... !» «Claro,

papi. ¿Es que no sabes que los papás nos dais mucho la lata?» Fin

de la lección primera.

Si hasta un crío de cinco años puede darse cuenta de eso, me

figuro que un gamberro de más de quince como tú lo tendrá ya

requetesabido. De modo que no es mi intención proporcionarte más

motivos para el parricidio de los ya usuales en familias bien

avenidas. Por otro lado, siempre me han parecido fastidiosos esos

padres empeñados en ser «el mejor amigo de sus hijos ». Los

chicos debéis tener amigos de vuestra edad: amigos y amigas,

claro. Con padres, profesores y demás adultos es posible en el

mejor de los casos llevarse razonablemente bien, lo cual es ya

bastante. Pero llevarse razonablemente bien con un adulto incluye,

a veces, tener ganas de ahogarle. De otro modo no vale. Si yo

tuviera quince años, lo que ya no es probable que vuelva a

pasarme, desconfiaría de todos los mayores demasiado

«simpáticos», de todos los que parece como si quisieran ser más

jóvenes que yo y de todos los que me diesen por sistema la razón.

Ya sabes, los que siempre están con que «los jóvenes sois

cojonudos», «me siento tan joven como vosotros» y chorradas por

el estilo. ¡Ojo con ellos! Algo querrán con tanta zalamería. Un padre

o un profesor como es debido tienen que ser algo cargantes o no

sirven para nada. Para joven ya estás tú.

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De modo que se me ha ocurrido escribirte algunas de esas cosas

que a ratos quise contarte y no supe o no me atreví. A un padre

soltando el rollo filosófico hay que estarle mirando a la jeta, mientras

se pone cara de cierto interés y se sueña con el liberador momento

de correr a ver la tele. Pero un libro lo puedes leer cuando quieras,

a ratos perdidos y sin necesidad de dar ninguna muestra de

respeto: al pasar las páginas bostezas o te ríes si te apetece, con

toda libertad. Como la mayor parte de lo que voy a decirte tiene

mucho que ver precisamente con la libertad, es más propio para ser

leído que para ser escuchado en sermón. Eso sí, tendrás que

prestarme un poco de atención (aproximadamente la mitad de la

que dedicas a aprender un nuevo juego de ordenador) y tener algo

de paciencia, sobre todo en los primeros capítulos. Aunque

comprendo que es poner las cosas bastante más difíciles, no he

querido ahorrarte el esfuerzo de pensar paso a paso ni tratarte

como si fueses idiota. Soy de la opinión, que no sé si compartirás,

de que cuando se trata a alguien como si fuese idiota es muy

probable que si no lo es llegue pronto a serlo...

¿De qué me propongo hablarte? De mi vida y de la tuya, nada más

ni nada menos. 0 si prefieres: de lo que yo hago y de lo que tú estás

empezando a hacer. En cuanto a lo primero, a lo que hago, quisiera

contestarte por fin a una pregunta que me planteaste a bocajarro

hace muchos años -ya ni te acordarás- y que en su día quedó sin

respuesta. Debías tener unos seis años y pasábamos el verano en

Torrelodones. Esa tarde, como las otras, yo estaba tecleando con

desgana en mi Olivetti portátil, encerrado en mi cuarto, ante una

foto de la cola de una gran ballena, erguida y chorreante sobre el

mar azul. Os oía jugar

...

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