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CAPiTULO I INDíGENAS Y ESPAÑOLES


Enviado por   •  19 de Noviembre de 2015  •  Trabajo  •  9.649 Palabras (39 Páginas)  •  460 Visitas

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CAPiTULO I INDíGENAS Y ESPAÑOLES En el principio había montajias, llanuras y ríos, pero especialmente montañas; ningún rasgo geográfico ha determinado la historia de Colombia tanto como los Andes. No alcanzan en su territorio alturas como las de Bolivia y Perú, pero, divididos en tres cordilleras -Occidental, entre el Pacífico y el valle del río Cauca; Central, entre los ríos Cauca y Magdalena; y la ancha cordillera Oriental, que se ramifica hacia Venezuela-, los Andes confieren al paisaje colombiano su estmctura básica. También determinan la temperatura, el clima y las facilidades de acceso. La mayor parte del territorio está formada por planicies bajas. Cubiertas de pastos tropicales o, como en el sureste, de selva amazónica, estas llanuras se denominan «tierra caliente». A medida que se asciende en las diferentes cadenas montañosas, sin embargo, la temperatura promedio desciende y la naturaleza cambia. En la cordillera Central yen la Oriental, así como en el aislado afloramiento de la Sierra Nevada de Santa Marta, muy cerca de la costa del mar Caribe, hay inclusive algunos picos cubiertos de nieve. Pero las montañas también contienen una serie de valles y planicies entre los 1.500 y los 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar que ofrecen temperaturas moderadas y, en casi todos los casos, los mejores suelos y condiciones 19 de vida. En estas tierras de elevación media se han radicado durante siglos las más densas concentraciones de habitantes. A pesar de lo anterior, los primeros colombianos no vivieron en los altiplanos, puesto que para alcanzarlos tenían que cruzar primero las planicies bajas. LA COLOMBIA PRECOLOMBINA Nadie sabe cuándo llegaron a tierras colombianas los primeros seres humanos, pero se puede suponer que eran parte de la gran migración de pueblos nativos americanos que, habiendo cruzado desde Asia, se expandieron a través de Norte y Suramérica. Probablemente, primero encontraron el actual departamento del Chocó, un área caliente y cubierta de bosques tropicales, con una de las mayores precipitaciones anuales de lluvia del mundo. No era el lugar más atractivo para asentarse, pero llegó a ser habitado permanentemente por grupos que hicieron las adaptaciones necesarias al medio ambiente. El resto del , : país fue finalmente habitado, aunque no sabernos cuánto duro el proceso '" ni se han encontrado rastros físicos de casi ninguno de los primeros 1 habitantes del país. La primera evidencia clara de actividad humana consiste en algunos trozos de piedra tallada encontrados en El Abra, un lugar de la Sabana de Bogotá. La fecha que se ha determinado para las piedras es anterior al año 10.000 a.C. En el borde occidental de la misma sabana, cerca del Salto del Tequendama (donde el río Bogotá cae repentinamente desde una altura de 140 metros hacia el valle del Magdalena), se han hecho descubrimientos similares. Sin embargo, no podernos suponer que las artes de la civilización se hayan desarrollado primero en los alrededores de Bogotá. Tanto aquí corno en otros lugares, la secuencia de etapas de desarrollo -el surgimiento de la agricultura, la fabricación de cerámica y otras- fue extremadamente gradual y, en general, comparable a la de otros pueblos indígenas americanos. La cultura más temprana de la que han quedado restos monumentales se desarrolló en el Alto Magdalena, cerca del nacimiento del río, en un área de fuertes lluvias situada a 1.800 metros de altura y admirablemente apropiada para el cultivo del maíz. Conocida co- 20 múnmente corno cultura de San Agustín, nombre que tornó de la actuai municipalidad donde se encuentran los principales monumentos, floreció desde por lo menos la mitad del primer milenio a.C. hasta después de la llegada de los europeos, aunque probablemente con algunas interrupciones. Los descubrimientos más impresionantes son varios cientos de estatuas de piedra con figuras animales o humanas, algunas de las cuales superan los tres metros de altura y que aparentemente servían corno guardias de tumbas. En efecto, el registro arqueológico consiste principalmente en sepulturas, puesto que las estructuras para vivienda eran obviamente construidas con materiales perecederos. No es menos obvio que debió existir una sociedad con cierta complejidad y estratificación para llevar a cabo los trabajos. En otras partes del país, diferentes pueblos nativos, ninguno de los cuales igualó en estatuaria a los de San Agustín, perfeccionaron sus propias destrezas, adquirieron práctica en el manejo de la ecología y crearon gradualmente organizaciones sociales y polfticas más complejas. La orfebrería fue una de las artes que alcanzó altos niveles de sofisticación en casi todos los.grupos, gracias a la proliferación del oro de aluvión. Este metal se encontraba generalmente en la región de las cordilleras Central y Occidental, pero los indios que carecían de él en sus territorios lo obtenían a través del comercio. El comercio y otros tipos de contacto existían, de manera similar, con indígenas de América Central, por ejemplo, y con los que conformaron el Imperio Inca. hacia el sur. Las influencias externas no parecen haber sido decisivas en el desarrollo de las civilizaciones nativas; cabe anotar, por ejemplo, que la llama, que sirvió corno bestia de carga y fuente de lana y carne en los Andes centrales, no se conoció al norte de la actual frontera con Ecuador. Así. los pueblos nativos de Colombia, corno los de Norteamérica, dependían totalmente del potencial humano para el transporte, inclusive en los ríos y lagos. Los pueblos indígenas que habitaron la esquina noroccidental de América del Sur pertenecían diversamente a los grupos Caribe. Arawak. Chibcha y otros, pero la gran mayoría formaba parte de la gran familia Chibcha, que se extendía hasta Centroamérica y, en algunos reductos. hacia Ecuador. Lo que los Chibchas tenían en común era 21 principalmente el hecho de que hablaban lenguas similares. El término Chibcha es, pues, principalmente una designación lingüística. Ciertamente, los pueblos chibchas presentaban amplias diferencias en ,otros aspectos. No obstante, la familia incluyó los dos más notables pueblos de la Colombia precolombina: los TaÍlunas y los Muiscas. Los Taironas son los únicos que parecen haber logrado algo similar a una civilización urbana; los Muiscas progresaron más en la dirección de la consolidación política y territorial en vísperas de la llegada de la Conquista española. Los Taironas vivieron principalmente en las laderas bajas (menos de 1.000 m sobre el nivel del mar) de la Sierra Nevada de Santa Marta, que se levanta abruptamente en la costa Caribe, detrás de la actual ciudad de Santa Marta, hasta alcanzar las nieves perpetuas. De la misma manera que la Sierra está aislada de las cordilleras andinas, los Taironas estaban alejados de otros centros principales de civilización indígena, y aunque su territorio estaba densamente poblado, su extensión naturalmente demarcada limitaba el crecimiento de la población. Una vez conquistados por los españoles, los Taironas fueron olvidados y no figuraron demasiado en las discusiones sobre antigüedades colombianas hasta los años 70, cuando el descubrimiento de «Buritaca 200», también conocida como «Ciudad Perdida», y los estudios sobre otros sitios de los Taironas, revelaron a los colombianos los logros de la civilización. Entre estos logros se incluyen impresionantes trabajos de ingeniería que no se encontraron en ninguna otra región del país: carreteras y puentes hechos con losas de piedra, terrazas para cultivos en las laderas y construcción generalizada de plataformas de nivelación sobre las cuales se erguían viviendas y otros edificios. Las edificaciones han desaparecido, pero el sistema de plataformas permite visualizar formas de vida urbanas. Además, los Taironas también practicaron la estatuaria, aunque en menor escala que San Agustín, y produjeron una gran cantidad y variedad de objetos de piedra; la orfebrería y la fina cerámica tairona son también notables. En términos puramente cualitativos, los Taironas fueron sin duda el pueblo amerindio más sobresaliente entre los precursores de la Colombiamodema. 22 Los Muiscas no igualaron a los Taironas en sus habilidades técnicas ni en su sofisticación artística. pero fueron mucho más numerosos (cerca de 600.000', la más grande concentración de americanos nativos localizada geográficamente entre el Imperio Inca en el sur y la civilización Maya en América Central), y solamente en ese sentido han tendido a moldear las percepciones sobre la cultura y las instituciones de la preconquista. Vivieron en las cuencas montañosas de la cordillera Oriental. La altura de dichas cuencas, la mayor de las cuales es la Sabana de Bogotá, varía entre 2.000 y 3.000 metros y ofrece un clima entre templado y frío. La tierra era fértil y bien irrigada, y los montes más al!os que rodeaban los territorios muiscas les ofrecían protección frente a pueblos guerreros como los Panches, del alto valle del Magdalena. Aparte de la antropofagia ritual, no existen verdaderas pruebas de que los Panches fueran caníbales, como más tarde sostuvieron los españoles, pero ciertamente eran vecinos desagradables. Los Muiscas fueron un pueblo eminentemente agricultor, que se alimentaba de papas y maíz y bebra cerveza de maíz fermentado o chicha. Eran expertos en la fabricación de textiles de algodón, fibra que obtenían a través del comercio; trabajaban el oro y practicaron la escultura en menor escala. Pero no realizaron trabajos de ingeniería comparables a los Taironas, ni asentamientos que pudieran ser descritos como ciudades incipientes. Como todos los habitantes nativos de Colombia, carecían de cualquier forma de escritura. Los Muiscas vivían en viviendas unifamiliares esparcidas por los campos, y no solamente sus casas sino también sus «palacios» y templos estaban hechos de caña, madera, barro y otros materiales similares. Por otro lado, las estructuras más importañtes podrían haber llevado delgadas láminas de oro martillado colgando de los aleros, las cuales, inevitablemente, fueron las primeras en desaparecer cuando llegaron los españoles. En algunos casos, niños de corta edad se convirtieron en material de construcción. El niño era colocado en el hueco excavado para introducir uno de los pilares de madera que sO,stendría el edificio; luego se enterraba la columna. que aplastaba al niño, y proseguía la construcción. Esta es una de las variedades de sacrificios humanos practicadas por los Muiscas y otros habitantes de los tiempos anteriores a la Conquista; pero los sacrificios nunca alcanzaron, ni remotamente, las proporciones a que llegaron en el Imperio Azteca. 23 II!'". Los Muiscas poseían algunos yacimientos de sal en las vecindades de Zipaquirá (donde hoy se encuentra la Catedral de Sa1), de los cuales obtenían el producto para su propio consumo y para un comercio extenso con los pueblos vecinos. En efecto, la mayoría del oro muisca provenía de otras regiones, no de la suya propia. Aun así, los Muiscas idearon la ceremonia que más claramente se ofrece como mOdelo para la leyenda de El Dorado, que los españoles encontrarían más tarde en casi toda Suramérica. Como parte de su ceremonia de instalación, el jefe local de un subgrupo muisca se cubría de polvo de oro y luego navegaba hasta el centro de la laguna sagrada de Guatavita (unos 50 km al noreste de Bogotá), para finalmente sumergirse en las heladas aguas. Muchas piedras preciosas y objetos de oro eran lanzados a la laguna como ofrendas a los dioses y, como el polvo de oro, se asentaban en el fondo. Todo esto alimentó la codicia de los conquistadores españoles, una vez que pudieron ubicar el lugar, pero sus drenajes nunca tuvieron éxito. Politicamente, los Muiscas no tenían un gobierno consolidado, aunque los grupos más fuertes extendían gradualmente su poder sobre los más débiles. En el nivel más bajo, la unidad básica de gobierno y sociedad era una organización similar al clan, asentada en lazos de sangre. Las unidades políticas del nivel más alto han sido denominadas reinos o confederaciones. A la llegada de los españoles predominaban dos de esas confederaciones: una centrada cerca de la actual Bogotá y dirigida por una figura denominada Zipa, y la otra, localizada a unos 100 km al noreste de la actual capital, en Tunja, cuyo jefe llevaba el título de Zaque. Sus respectivas «capitales», desde luego. no eran ciudades como las taironas, sino pequeñas concentraciones de edificios ceremoniales. Ni el Zipa ni el Zaque ejercían control estricto sobre aquellos que les debían obediencia, pero disfrutaban de posiciones muy honoríficas y se rodeaban de un elaborado ceremonial en sus cortes. Ni siquiera un miembro de la nobleza indígena se atrevía a mirarlos a los ojos. Si, por ejemplo, el Zipa indicaba que necesitaba escupir, alguien sostendría un trozo de rica tela para que escupiera en ella, pues sería un sacrilegio que algo tan precioso como la saliva del mandatario tocara el suelo, y quienquiera que sostuviese la tela 24 (siempre mirando en otra dirección), la retiraba inmediatamente para disponer de ella con gran reverencia. Los líderes indígenas, fuesen jefes locales o cabezas de confederaciones enteras, normalmente heredaban sus posiciones; pero, así como ocurría en otras sociedades nativas americanas, la herencia no era por línea paterna. En cambio, un jefe era sucedido por su sobrino, el primogénito de su hermana mayor. Había algunas excepciones, y aparentemente los súbditos tenían alguna injerencia en el asunto, aunque fuera solamente para confirmar al sucesor en su puesto. Pero la herencia de la manera indicada era una regla, y si los europeos no hubieran intervenido es razonable suponer que el Zipa o el Zaque habrían absorbido en algún momento las posesiones del otro, incluidos grupos más pequef'ios y autónomos, y constituido eventualmente un reino muisca unido. También existen sef'iales de que los Muiscas estaban a punto de iniciar una etapa de construcción de edificios más sólidos y de otros avances materiales en su civilización. Infortunadamente, nada de esto habría de suceder. LA LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES Una de las numerosas expediciones enviadas a explorar el Caribe a raíz del descubrimiento inicial de Colón avistó la península de la Guajira en 1500. Más tarde, en los primeros af'ios del siglo XVI, otras expediciones tocaron en la costa colombiana en busca de oro y perlas, esclavos indios y aventuras, así como del esquivo pasaje a Asia que el mismo Colón había buscado. El primer intento de colonización se llevó a cabo en el golfo de Urabá, cerca de la actual frontera con Panamá, donde se fundó la población de San Sebastián en 1510. Desde este mismo tramo de costa se iniciaron expediciones al interior y en dirección oeste, hacia el istmo de Panamá, donde Balboa, una vez asumió el puesto de comandante de un contingente de exploradores, encontró el Océano Pacífico en 1513. Ni San Sebastián ni otros asentamientos del golfo de Urabá resultaron permanentes, pero otras posiciones espaf'iolas de la costa del Caribe se desarrollaron más establemente. Santa Marta, la más antigua 25 ciudad española de Colombia, fue fundada en 1526. Localizada sobre una bahía protegida, al este de la desembocadura del río Magdalena, la ciudad se levantaba justamente aliado de los territorios de los Taironas; más tarde, Santa Marta también serviría como punto de partida para la conquista de los Muiscas. Cartagena, hacia el oeste del río. se fundó en 1533; con una bahía mucho mejor que la de Santa Marta, pronto la eclipsaría. De manera similar, la exploración y el asentamiento también se habían iniciado en la región occidental de Venezuela. donde en 1528 se fundó Maracaibo, más tarde capital del petróleo. La corona española había cedido el área a la firma bancaria alemana Welser, a la cual debía dinero. Los alemanes reclutaban soldados y aventureros españoles, aunque los comandantes eran germanos. Pronto empezaron a extenderse hacia el oeste, a territorios que no les habían sido conferidos, atraídos, entre otras cosas, por los relatos sobre El Dorado. Finalmente. uno de ellos, Nicolás Federmann, viajó hasta territorio muisca por la ruta más tortuosa: yendo al sur, sobre los Andes venezolanos, hacia la cuenca del Orinoco, y luego hacia el oeste, para ascender otra vez los Andes y alcanzar la Sabana de Bogotá, donde encontró a otros europeos que habían llegado primero. Obviamente, los españoles asentados en Santa Marta y Cartagena también habían oído hablar de ricos reinos que se suponía existían en lugares del interior. y habían comenzado a enviar expediciones para explorarlos. En abril de 1536 salió de Santa Marta la expedición que habría de conquistar a los Muiscas, bajo el liderazgo de Gonzalo Jiménez de Quesada, comisionado por la corona española para explorar el nacimiento del río Magdalena. Para este propósito, Jiménez de Quesada había recibido un ejército de aproximadamente 800 hombres, de los cuales 550 eran de a pie, 50 iban a caballo y otros 200 en siete pequeñas embarcaciones, en las que intentaban navegar toda la longitud del río. Jiménez de Quesada era abogado de profesión. Inicialmente había venido para servir como magistrado principal de Santa Marta, pero demostró ser un comandante tan duro como cualquiera de los soldados de la Conquista. Y no le faltaron oportunidades para mostrar sus capacidades de líder, puesto que 26 los problemas de la expedición se iniciaron casi inmediatamente. Muchas de las embarcaciones se perdieron intentando navegar las traicioneras bocas del Magdalena, y los soldados que viajaban a pie o a caballo (y los sobrevivientes de los naufragios) tuvieron que luchar contra pantanos, insectos, enfermedades y todo tipo de inconvenientes. Lo peor de todo, tal vez, era que había pocos indios en las franjas del Magdalena Medio para robarles comida. Los hombres terminaron haciendo sopa con sus artículos de cuero y morían constantemente de hamhre, enfermedades y fatiga. Sin embargo, en marzo de 1537, alrededor de 200 españoles finalmente ascendieron a los altiplanos en que vivían los Muiscas. Jiménez de Quesada logró causar una buena -aunque engañosa- primera impresión en los Muiscas, al colgar a uno de sus hombres por robar a los indios. No encontró ninguna resistencia activa sino hasta cerca de Bogotá, por parte de Tisquesusa, el Zipa reinante. Los indígenas fueron vencidos fácilmente, aunque Tisquesusa pudo huir y esconderse, luego de lo cual los invasores se dirigieron al norte, con el fin de aplastar a Tunja y su Zaque. Esto también se logró fá- cilmente. y en Tunja los españoles se apoderaron de gran cantidad de oro. Estahan particularmente encantados con esas hojillas doradas que colgaban de los aleros de los principales edificios; en palabras de un cronista, el sonido de las láminas movidas por la brisa era un «delicioso tintineo»2 para los españoles. Jiménez de Quesada y sus hombres hahían sido retribuidos menos generosamente en su conquista inicial del reino de Tisquesusa; volvieron entonces a perseguir al Zipa fugitivo, lo derrotaron una vez más, y esta vez lo mataron en combate, aunque porque los españoles habían planeado tomarlo vivo y torturarlo hasta que les indicara el lugar donde supuestamente escondía el resto de sus tesoros. El sucesor de Tisquesusa. el Zipa siguiente, decidió hacer una alianza con los españoles para proteger a su comunidad de un ataque de los Panches del valle del Magdalena. vecinos indeseables de los Muiscas. Aunque resistió exitosamente a los Panches. finalmente el nuevo Zipa murió bajo tortura administrada por sus nuevos aliados. con la esperanza vana de que él les revelara dónde estaba enterrado el 27 tesoro de Tisquesusa. Sin embargo, en un lapso de pocos meses, los conquistadores habían recogido una cantidad impresionante de oro en todo el territorio muisca. Habían establecido su control en una zona densamente poblada y fértil que les ofrecía sal y papas, maíz y esmeraldas, así como utensilios de oro. Y habían logrado todo esto solamente con el ejército original de Jiménez de Quesada. Nunca recibieron refuerzos de su base de operaciones, lo cual contrasta con los ejércitos de aventureros que repetidamente se unían a Hernán Cortés en la conquista de México o a Francisco Pizarro en la del Perú. Los hombres de Jiménez de Quesada estuvieron totalmente aislados de otros españoles por casi tres años y probablemente no habrían sobrevivido para contar sus hazañas si se hubieran encontrado con algo parecido a la maquinaria de guerra del Imperio Azteca. Los Muiscas, sin embargo, aunque no carecían de valentía, parecen no haber tenido una vocación militar especial; sufrieron de las mismas desventajas sicológicas y tecnológicas que los otros pueblos amerindios cuando se enfrentaban a la extraña aparición y al superior armamento de los europeos. 1:" Además de librar batallas, en 1538 Jiménez de Quesada fundó Bogotá como ciudad española y la hizo capital del territorio recientemente conquistado, que bautizó con el nombre de Nueva Granada en recuerdo de su lugar de nacimiento en España. A su debido tiempo, el nombre sería aplicado a todo el actual territorio colombiano. La ciudad propiamente dicha se nombró Santa Fe y continuó llamándose asf hasta el final del período colonial (aunque por conveniencia será mejor llamarla por el nombre de Bogotá, adaptación española del nombre de un cercano lugar muisca, que la ciudad asumió en el tiempo de la Independencia y retuvo hasta que, por razones no muy claras, en 1991 se rebautizó oficialmente Santa Fe de Bogotá). Pero mientras Jiménez de Quesada trataba de organizar sus conquistas, inesperadamente tuvo que enfrentar a dos grupos diferentes de exploradores, que por casualidad llegaron a Bogotá unas pocas semanas después de su fundación. Una de éstas era la expedición comandada por Federmann, que venía de Venezuela. La otra venía desde el Perú, al mando de uno de los lugartenientes de Pizarro, Sebastián de Belalcázar, quien había tomado recientemente Quito, la ciudad más norteña 28 del Imperio Inca. Luego, viendo que había más tierras para conquistar hacia el norte, Belalcázar emprendió la expedición. Ya había penetrado en la región que posteriormente seria la principal fuente de oro del imperio español, en la vertiente .pacffica de los Andes colombianos y sus territorios adyacentes. En 1536 había fundado varias ciudades, entre las cuales las más notables eran Popayán y Cali. Las dos se convirtieron, respectivamente, en los principales centros urbanos del sur de Colombia desde la Conquista hasta mediados del siglo XIX, y desde mediados del mismo hasta la actualidad. También, a su debido tiempo. Belalcázar emprendió la ruta del este. hacia el territorio muisca, para encontrar a Jiménez de Quesada y sus hombres y a Federmann, quien había arribado antes que él. El modelo normal de la Conquista española. cuando diferentes bandas de conquistadores convergían sobre el mismo territorio desde puntos de origen diversos, como en el caso de Bogotá. era que se enfrentaran en una sangrienta guerra civil para determinar quién debería quedarse con el boHn de los conquistados. Es de anotar que nada similar ocurrió en la Nueva Granada entre los grupos de Jiménez de Quesada, de Belalcázar y de Federmann. Al contrario. en una cumbre sostenida a comienzos de 1539 los tres líderes acordaron someter su alegato al gobierno de España y acatar su decisión. Finalmente, la corona española, de manera muy caracteristica, resolvió no entregar la Nueva Granada a ninguno de los tres interesados. sino a un cuarto, el hijo del recién fallecido gobernador de Santa Marta, quien rápidamente se reveló como avaro y abusivo. Jiménez de Quesada recibió numerosos honores y pocas recompensas, incluida la autorización para conquistar enormes porciones de tierra en los Llanos. Su esperanza era encontrar allr ricos imperios, pero no fue así. Sin oro y con pocos indios para forzar a trabajar, los españoles consideraron que los Llanos no tenían casi ningún valor. Belalcázar fue confirmado por el Rey como gobernador de Popayán y a Federmann (o más precisamente a sus patrones, la firma Welser) se le adjudicó solamente Venezuela, donde los alemanes mostraron ser exploradores idóneos y buenos luchadores contra los indios, pero poco o nada hicieron para desarrollar la colonia: a la larga, el gobierno español les retiró la concesión. 29 LA NUEVA GRANADA COLONIAL: SOCIEDAD E INSTITUCIONES Después de muchos años de experimentar con concesiones y otras formas de administración colonial. en la segunda mitad del siglo XVI España estableció el sistema definitivo de gobierno para la Nueva Granada. Como en la totalidad del imperio español, la estructura fue, en principio, altamente centralizada. El territorio era gobernado por el Rey y sus consejeros desde España; el cuerpo consultivo más importante era el Consejo de Indias, cuyos miembros servían simultáneamente como tribunal administrativo, órgano legislativo y corte de apelación. En el lado americano, las más altas autoridades eran los virreyes españoles, cada uno de los cuales disponía de una Audiencia con funciones casi comparables (en menor escala) a las del Consejo de Indias en España. Durante casi todo el período colonial, la actual Colombia formó parte del virreinato del Pero, pero el Virrey de Lima no podía tener mucha autoridad real sobre tierras tan alejadas de la capital peruana. Por esta razón, en 1564 se designó un Capitán General para la Nueva Granada. Con la ayuda de su propia Audiencia, este oficial debía administrar toda Venezuela, con excepción del área de Caracas, y todo el territorio colombiano menos la esquina suroccidental. Esta porción del país, que incluía a Cali y Popayán, quedó bajo la autoridad del Presidente de Quito (Ecuador), quien ejercía las mismas funciones que un capitán general. excepto en lo militar. Este funcionario disponía también de su propia Audiencia. al igual que el Presidente de Panamá. Los arreglos jurisdiccionales que acabamos de describir permanecieron básicamente idénticos hasta el siglo XVIlI, cuando España emprendió reformas extensivas en su administración colonial. En 1717, la Capitanía General de la Nueva Granada fue elevada al nivel de virreinato por derecho propio, y los lazos que la unían con el Pero se rompieron. Seis aflos más tarde se restituyeron las divisiones anteriores, porque el costo de mantener una corte virreinal en Bogotá parecía mayor que los beneficios. Pero en 1739 el virreinato de la Nueva Granada se restableció definitivamente, debido más que todo a la intensificación de las rivalidades colonialistas en el Caribe, que hacía 30 deseable tener a mano oficiales de alto rango virreinal en el norte de América del Sur. Las dos presidencias de Quito y Panamá quedaron adscritas al virreinato de la Nueva Granada y no al del Perú. como anteriormente, aunque muy poco tiempo después Panamá perdió su condición de presidencia separada. En 1777, finalmente, Venezuela se convirtió en Capitanía General, con capital en Caracas, y comprendiendo en esencia todo el territorio que ocupa actualmente la República de Venezuela. Formaba parte del virreinato, pero las autoridades de Bogotá tenían tanto (o tan poco) poder sobre el Capitán General y la Audiencia de Caracas como antes el Virrey del Pero sobre Bogotá. La misma distribución territorial existiría en el momento de la Independencia y de hecho serviría como base para la delimitación de las fronteras de las nuevas naciones. Bajo el nivel de los virreinatos, capitanías generales y presidencias había divisiones territoriales más pequeñas que se pueden denominar genéricamente provincias, cada una con su respectivo gobernador (aunque este título podía variar). El escalón más bajo del sistema político lo constituían los órganos de gobierno locales, principalmente los cabildos o concejos municipales. Los miembros del Cabildo eran elegidos de manera no democrática, muy a menudo por alguna forma de nombramiento sumario; pero por lo menos se trataba de residentes locales, fueran españoles nacidos en Europa o fueran criollos. El Cabildo era entonces la única institución del gobierno colonial que tenía cierto carácter representativo. El sistema como totalidad, además, aunque a menudo marcado por la corrupción, la ineficacia y el abuso, no era ni mejor ni peor que la mayoría de los sistemas de gobierno que había por aquella época en el mundo entero. Inclusive, los que podrían parecer casos flagrantes de corrupción eran generalmente instancias en las que el equipo gobernante ignoraba manifiestamente una regulación poco apropiada para las condiciones locales o cambiaba las reglas (bajo la presión del dinero o de las innuencias) en favor de los habitantes coloniales. En ese sentido. la «comlptibilidad» del sistema lo hacía, en efecto, más representativo. El oro fue lo que primero y más poderosamente atrajo a los españoles a la Nueva Granada, y en realidad ellos encontraron grandes 31 ,... cantidades del metal. Pero también los atraían, como en otros lugares de América, regiones que poseían una población nativa lo suficientemente numerosa y maleable como para convertirse en fuerza de trabajo; y en este aspecto la Nueva Granada tenía mucho que ofrecer, sobre todo en el territorio muisca y en otras áreas montañosas pobladas por agricultores sedentarios que ya estaban acostumbrados a una organización social y política más que rudimentaria. En tales áreas los españoles se establecieron como la clase dominante, imponiendo sus reglas sobre los pueblos conquistados a través de sus propios cabecillas locales y también mediante nuevos sistemas de control que los extranjeros instituyeron. Requerían trabajo de los indígenas en minas y campos, aunque la esclavitud de los indios, ampliamente practicada en los primeros años en otras regiones de la América española, no prosperó en la Nueva Granada. Existían allí formas de explotación menos extremas pero igual o mayormente efectivas. La más importante era el sistema de la encomiellda, por medio de la cual grupos de indígenas eran literalmente entregados al cuidado de un español para ", ',1,1 II!' que éste pudiera enseñarles el camino hacia la civilización (incluyendo naturalmente la religión católica) y, en retribución por tal guía y protección, el español recibía tributos de los indígenas. El tributo debido a un encomendero por el indígena estaba representado inicialmente en trabajo o en bienes, o en ambos. El gobierno español declaró ilegal el pago del tributo con trabajo, pero éste era exigido ampliamente, en violación de la ley. A pesar de que finalmente la corona abolió el sistema de las encomiendas (momento en el que los tributos pasaron directamente al tesoro real), los ex encomenderos retuvieron cierta autoridad no oficial sobre sus anteriores protegidos. 1,:",1 Los indígenas también podían ser forzados legalmente, en ciertas circunstancias, a realizar trabajo pagado en las fincas o minas españolas; además, las posibilidades para la explotación ilegal eran todavía más numerosas. Un factor que limitaba la explotación, sin embargo, era la drástica disminución de la población indígena. Al igual que en otras partes de América, incluidas las colonias no españolas, los nativos que fueron conquistados sufrieron una catástrofe demográ- fica en los dos siglos siguientes a su primer contacto con los europeos. 32 Su reducción fue resultado no solamente de las muertes causadas durante la conquista y la represión de las revueltas, sino también, simplemente, del trabajo excesivo y el maltrato, la disolución de las relaciones sociales tradicionales y la propagación de enfermedades europeas tales como el sarampión y la viruela. Los el\.pertos discrepan sobre la importancia relativa de los diferentes factores (las enfermedades ocupan generalmente el primer lugar entre las causas de la mortandad) y sobre el alcance del declive poblacional, que inevitablemente varía de una región a otra. A lo largo de la costa caribeña, una de las áreas más afectadas, una cantidad cercana al 95% de la población fue eliminada en menos de cien años3• Una razón por la cual es difícil medir y evaluar el declive de la población indígena es que la mezcla racial había convertido a numerosos descendientes de indios en mestizos, de ancestro español e indígena. Hacia el final del período colonial, menos de un cuarto de la población de la Nueva Granada, estimada en 1.400.000 habitantes, fue clasiticado como indígena. El resto formaba parte, o bien del grupo blanco, o bien del mestizo (más del último que del primero), o si no, descendía de los esclavos traídos de África para trabajar en las tierras bajas de las costas Atlántica y Pacífica (y para ese entonces, de ancestro africano más frecuentemente mezclado que puro). La población total de esa época puede haber sido inclusive menor que en la era de la preconquista. Es difícil precisar qué tanto menor; pero la catástrofe demográfica, por lo menos, ya había sido superada y la población estaba creciendo aproximadamente al 1.6% anual4• Aun aquellos que todavía eran contados como indígenas habían sido sometidos a diferentes grados de asimilación cultural, proceso especialmente rápido en las principales áreas de asentamiento españolas. De esa manera, hacia finales del siglo XVII la lengua de los Muiscas había desaparecido virtualmente, salvo en nombres de lugares y términos para designar la fauna y la flora locales que se adoptaron en la lengua castellana. Esta situación se repitió en formas menos extremas en otras zonas de los altiplanos del interior. Contrasta violentamente con la supervivencia, en colonias como México o Perú o inclusive las regiones más elevadas de Ecuador, de pueblos 33 nativos enteros que continuaban diferenciándose claramente --en ténninos de lengua, vestido y costumbres- de la población española y mestiza. La extensa asimilación de los indígenas se debió en parte a su reducido número y a su mediano nivel de desarrollo social y material, si se compara con el de los pueblos nativos de las otras regiones. Cualesquiera que fueran las razones precisas, la asimilación redujo tajantemente, y desde fecha muy temprana, un potencial obstáculo para la integración nacional, aunque incluso los indígenas asimilados culturalmente pennanecieron cerca del más bajo nivel en una sociedad marcada por una aguda estratificación social y de otros tipos. Económicamente hablando, la Nueva Granada era una de las colonias españolas menos dinámicas de América. En su parte central se ubicaba la zona de los Muiscas: el área montañosa y de mesetas que se extiende hacia el noreste de Bogotá y que corresponde aproximadamente a los actuales departamentos de Boyacá y Cundina- :::' marca. Esta región central se dedicaba principalmente a la agricultura " '1 I '" , y la ganadería para consumo local. No existía demanda externa para sus productos; si la hubiera habido, por lo demás, los costos del transporte hacia los mercados externos u otras regiones de la colonia habrían sido prohibitivos. Al menos, la región había sido tan densamente poblada en tiempos de la preconquista, como para retener suficiente población indígena incluso después del drástico declive demográfico, y la mayor parte de su producción era realizada por las comunidades indígenas sobrevivientes, las cuales -tal como ocurría antes de la Conquista- eran dueñas comunitarias de sus tierras. Estas tierras comunes o resguardos estaban protegidas por las leyes de los mismos conquistadores. Muchas de las mejores tierras, sin embargo, habían caído, de una manera u otra, en manos de los conquistadores y de sus descendientes y se habían convertido en haciendas. Como en la mayor parte de lberoamérica, estas haciendas usaban métodos extensivos de cultivo y ganadería, con pequeñas inversiones de capital. En su mayoría, los trabajadores de las haciendas eran técnicamente libres, aunque podían también ser indígenas que habían abandonado sus propios poblados para trabajar temporalmente para 34 un terrateniente español y así ganar dinero para pagar sus impuestos. A medida que pasaba el tiempo, un número creciente de pequeños ten'enos separados los unos de los otros (minifundios incipientes) daba sustento a la población mestiza, así como a blancos pobres y al elemento fluctuante de las masas nativas, es decir, a indígenas que se habían separado de sus comunidades tradicionales pero no estaban todavía reducidos a la condición de proletarios sin tierra. Paralelas a las fincas agrícolas y ganaderas, en la región central de la Nueva Granada funcionaban pequeñas industrias artesanales. Ya se tratara de una actividad que las familias de los granjeros llevaban a cabo en su tiempo libre, o ya fueran obra de artesanos especializados de las poblaciones de los alrededores, los productos de las pequeñas industrias estaban también destinados exclusivamente al consumo local. Naturalmente, la mayor concentración de artesanos se encontraba en la ciudad de Bogotá, que en vísperas de la Independencia contaba ya con alrededor de 25.000 habitantes. Por el hecho de ser la capital política de la colonia, Bogotá alojaba inevitablemente a un complemento de empleados públicos y profesionales, así como de personal de servicio doméstico. Pero el papel económico que desempeñaba la capital era a grandes rasgos parasitario e inclusive como centro de comercio y servicios tenía que compartir su prestigio con Tunja, cuyos primeros pobladores asentados gozaron de prosperidad mediante la explotación de los indios de las encomiendas cercanas. En la región suroccidental de la Nueva Granada, la provincia de Popayán abarcaba otra zona montañosa de población indígena relativamente densa. Social y cultural mente. Popayán tenía mucho en común con el área central de la colonia. Sin embargo, también contaba con varios yacimientos de oro a lo largo de la costa Pacífica. Una considerable población de esclavos africanos trabajaba las minas, que eran controladas por los propietarios desde la ciudad de Popayán. Este pequeño centro urbano se enriqueció notablemente y su clase alta mostraba pretensiones aristocráticas. En Popayán había más títulos de nobleza españoles que en Bogotá, cuyo único noble era el Marqués de San Jorge. Es más, el primer marqués, quien había obtenido su título 35 hacia fines del siglo XVIII, dejó de pagar el canon que cobraba la corona por la concesión de semejante honor y se había visto enredado en una dilatada demanda sobre su derecho a seguir ostentando el título. Popayán y sus territorios mantenían desde la Conquista fuertes lazos con lo que hoyes Ecuador, región que era gobernada desde Quito hasta que el virreinato de la Nueva Granada fue establecido en Bogotá; incluso después del cambio administrativo, Quito mantuvo cierta jurisdicción dentro del área de Popayán. La ciudad de Pasto. tan alejada de Bogotá. enviaba sus casos a la Audiencia de Quito y perteneció a la diócesis de la actual capital ecuatoriana hasta el final del período colonial. Llegada la hora de la Independencia, los habitantes de Pasto, así como muchos de Popayán, consideraron seriamente la idea de pasar a formar parte de la nueva República del Ecuador y no de la Nueva Granada independiente. La jurisdicción de Popayán se extendía por el norte hasta la muy fértil comarca del Valle del Cauca. Aunque actualmente ésta es una de las regiones colombianas de más rápido desarrollo, en la época colonial languidecía en una relativa insignificancia, principalmente por falta de buen transporte. El valle estaba separado de la principal arteria comercial, el río Magdalena, y así mismo de Bogotá. por la empinada cordillera Central; además, la costa Pacífica no contaba todavía con el Canal de Panamá para la salida de sus productos. El transporte era también difícil para la provincia de Antioquia, situada en el noroeste y en las estribaciones de la misma cordillera. Sin embargo, por ser la explotación del oro el principal renglón industrial de Antioquia, ésta podía asumir los costos del transporte. El mineral se extraía de los lavaderos del río Cauca y sus afluentes, o de otros depósitos esparcidos en toda la provincia, y era explotado tanto por cuadrillas de esclavos pertenecientes a las empresas mineras más grandes, como por innumerables buscadores de oro independientes. El terreno antioqueño es escarpado casi en su totalidad, 10 que lo tornaba inadecuado para la formación de grandes haciendas, aunque existieron algunas. De igual manera, Antioquia necesitaba una fuente de alimentación constante para sostener los campos mineros. En parte para satisfacer esta necesidad, surgió un sector campesino independiente, compuesto principalmente de blancos y mestizos. Pero los 36 comerciantes que proveían los suministros a las minas y que manejaban la exportación del mineral eran los que ocupaban la posici6n dominante en la sociedad antioqueña. En la parte norte de la colonia se extendía la amplia planicie de la costa, cuya metrópoli era el gran puerto de Cartagena, hoy día el mejor ejemplo de ciudad colonial amurallada que existe en América. Cartagena servía como puerto de escala de flotas que cubrían la ruta entre España y el istmo de Panamá, desde el cual los bienes se transbordaban hacia toda la costa occidental de Suramérica. La ciudad caribeña también administraba casi todo el comercio de importaci6n y exportación de la Nueva Granada. Las exportaciones consistían principalmente en oro, puesto que, aunque el virreinato no se dedicaba al monocultivo sino que, por el contrario, las cosechas eran diversas, el oro era sin lugar a dudas el único producto de exportaci6n significativo. Lo anterior determin6 una constante -la monoexportaci6nque se mantuvo hasta hace muy poco tiempo en Colombia, en la que el oro como producto principal sería sucesivamente sustituido por productos agrícolas. La Nueva Granada era, en efecto, la principal productora del metal en el imperio español, así la cantidad de oro neogranadino fuera mínima comparada con la de plata proveniente de México o Perú y así las minas emplearan a una muy pequeña porción de la poblaci6n total de la colonia. Además de servir como puerta de entrada y de salida del mundo exterior, Carlagena era la base principal de las fuerzas marítimas españolas en Tierra Firme Gunto con La Habana, uno de los dos grandes centros del poderío naval español en América), y también el principal puerto de entrada para el comercio de esclavos africanos en la América del Sur bajo dominio español. Era en Cartagena donde los cautivos recién llegados eran reunidos y «aclimatados» para luego ser enviados a sus destinos finales. Junto con Ciudad de México y Lima, Cartagena era también uno de los cuarteles generales de la temida Inquisici6n española, aunque la rama local no fuera tan activa como las otras dos. Solamente cinco o seis personas fueron quemadas en la hoguera por herejía en todo el período colonial, contra más de cien en México y Perú, y alrededor de 726 personas recibieron sentencias menoress . 37 Entre otros asentamientos costeros, Santa Marta, punto de partida de la expedición que al mando de Gonzalo Jiménez de Quesada conquistaría a los Muiscas, también contaba con una buena babía. Pero la ciudad perdió terreno rápidamente, en primer lugar porque el acceso a Cartagena desde el río Magdalena, arteria principal para las comunicaciones internas, era mucho más fácil. La situación ideal para un puerto habría sido sin duda la desembocadura del río, pero las bocas del Magdalena eran de muy difícil navegación. La construcción de un canal que unió a Cartagena con un pequeño afluente del río y permitió el transporte acuático desde el valle alto del río Magdalena hasta el mar Caribe, impidió que Santa Marta jugara un papel comercial importante hasta el siglo XIX. Especialmente hacia el final de la época colonial, la costa caribeña adquirió importancia adicional en pastoreo y agricultura. y empezó a elaborar cueros, azúcar, añil y otros productos tropicales. Estos artículos, sin embargo, nunca estuvieron cerca de alcanzar los niveles de exportación del oro y la mayor parte de las llanuras costeras se mantuvo escasamente poblada. Aunque su vinculación con el resto de la Nueva Granada siempre fue bastante tenue, el istmo de Panamá tenía varias características en común con la región costera. Desempeñaba un papel fundamental en el comercio marítimo con el extranjero, aunque su economía interna estaba muy pobremente desarrollada. Además, en la mezcla racial de su población predominaba el elemento africano. Solamente pasó a formar parte de la Nueva Granada a mediados del siglo XVIII, cuando fue incluido en el recién creado virreinato. Anteriormente había dependido del Perú y los panameños no se mostraron muy conformes con el cambio. La autoridad de Lima era por lo menos familiar y resultaba mucho más fácil llegar a la capital peruana que a Bogotá: todo lo que había que hacer era embarcarse en un buque costero y navegar al sur bordeando la costa hasta El Callao, el puerto de Lima; para alcanzar la capital de la Nueva Granada, por el contrario, había que cruzar las montañas panameñas (si se partía de Ciudad de Panamá, sobre la costa Pacífica), navegar hacia Cartagena, a contraviento, y desde allí emprender un viaje extremadamente incómodo y largo (hasta un mes en champán) a lo largo del Magdalena hasta deSembarcar en Honda, desde donde todavía había que ascender la cordillera para llegar a Bogotá. 38 Las cosas empeoraron para el istmo, pues a raíz de la anexión a la Nueva Granada Panamá perdió su condición de presidencia separada; al mismo tiempo, se vio afectado por un largo período de depresidn económica resultante de varios cambios en el sistema comercial español. Después de todo. la importancia económica de Panamá se basaba en el requisito legal, predominante durante casi todo el período colonial, de que todas las mercancfas destinadas a la América del Sur occidental debían cruzar por el istmo, cuya población vivía fundamentalmente del comercio de paso. Pero a mediados del siglo XVIII España reformó los reglamentos comerciales del imperio, de manera que el sistema de flotas entre Cádiz y el istmo fue descontinuado para facilitar legalmente la navegación desde España, a través del Cabo de Hornos, hacia los puertos suramericanos del Pacffico. Este cambio fue beneficioso para Chile pero desastroso para Panamá, que solamente se recuperó con la bonanza del oro de California en el siglo siguiente. La última región importante de la Nueva Granada, el noreste, estaba compuesta por las provincias coloniales de Pamplona y Socorro, o sea, los actuales departamentos de Santander y Norte de Santander. Se trataba de un área heterogénea, que en cierto modo presentaba casi todas las características de las demás: las mismas razas, las mismas cosechas, los mismos tipos de organización de la propiedad de la tierra. Contaba, así mismo, con el más importante centro manufacturero de la Nueva Granada, la ciudad de Socorro y sus aldeas circundantes. El principal producto eran los textiles de algodón, pero no existía nada parecido a un sistema de fábricas. Al contrario, esta era una industria de unidades familiares individuales, que hilaban y tejfan a mano. A menudo eran familias de finqueros que se dedicaban a los textiles en su tiempo libre, o bien esposas e hijas que tejían mientras los hombres labraban la tierra. La industria estaba organizada según el sistema de trabajo fuera de la fábrica, que consistía en que un empresario compraba el algodón, lo distribuía entre diferentes familias que lo hilaban y luego parcelaba el hilo de igual manera para que otras familias tejieran las telas. El producto final era una tela de algodón gruesa para uso local y de las provincias aledañas. La industria empleaba a varios miles de personas, y aunque nadie se hizo rico, mucha gente -principalmen- 39 I'! te blancos pobres y mestizos-- adquirió una mayor independencia económica. Aunque no constituían una región destacada sino en ténninos de extensión, los Llanos Orientales fueron más importantes en la Colonia que en otros períodos anteriores al siglo XX. Los Llanos eran una región tropical de pastizales, inundados en épocas de lluvia, resecos en el verano y conectados con los centros urbanos andinos por las más rudimentarias vías de comunicación. La región estaba habitada por una escasa población de indígenas semiasentados y gran cantidad de rebaños salvajes, para no mencionar los mosquitos y otras plagas. Varias expediciones anduvieron en los Llanos durante la Conquista, pero al no encontrar fuentes de riqueza en el territorio, los pobladores españoles de la Nueva Granada mostraron poco interés por esa comarca. La tarea de establecer presencia colonial fue dejada en manos de órdenes misioneras, especialmente los jesuitas, que se empeñaron en reunir a los indígenas en comunidades misioneras para poder cristianizarlos y «civilizarlos». Con ayuda del trabajo indígena, los jesuitas crearon haciendas de pastoreo y plantaciones de azúcar y otros productos de consumo. En 1767, cuando la Compañía de Jesús fue expulsada del imperio español, el dominio de las misiones pasó a manos de órdenes rivales. Éstas no se mostraron tan exitosas en el mantenimiento de las misiones, pero la caída de la economía llanera sólo llegó a comienzos del siglo XIX, cuando las guerras de independencia diezmaron los rebaños y las refonnas legislativas republicanas asestaron el golpe final al sistema de las misiones6 • El uso de misiones de frontera como método de colonización fue una de las fonnas como la Iglesia Católica Romana se hizo sentir en la vida colonial. La Iglesia desempeñaba un importante papel mediador entre el Estado y la sociedad hispánicos y las comunidades indígenas de los altiplanos andinos, que habían sido cristianizadas, al menos superficialmente, poco después de la Conquista. Se ocupó menos de la población de esclavos africanos, aunque el misionero catalán Pedro Claver fue canonizado por su trabajo con los recién llegados a Cartagena. Finalmente, a las comunidades españolas y mestizas la Iglesia Católica no sólo les sumistraba atención religiosa, sino también la mayoría de 40 los servicios sociales disponibles en la época, incluida la educación. Para cumplir con sus funciones, la Iglesia mantenía un clero que, al final de la era colonial, contaba con cerca de 1.850 hombres y mujeres, entre regulares y seglares. Para una población total de 1.400.000 habitantes, esto significaba aproximadamente un miembro del clero para cada 750 personas, proporción mucho mayor que la que existe hoy en cualquier país de América Latina 7 • No obstante, se presentaba una relativa concentración de miembros del clero de todo tipo en Bogotá, Popayán y otros pocos centros urbanos. El clero no solamente era numeroso con referencia a las estadísticas actuales. También era relativamente rico, pues percibía ingresos por derechos parroquiales y diezmos (requeridos no solamente por la ley eclesiástica sino también por la civil) y disfrutaba de los beneficios de extensas propiedades que había adquirido a vés de donaciones e inversiones. Es difícil calcular con precisión el grado de riqueza del clero. Sin lugar a dudas, era menor de lo que los anticlericales del siglo XIX proclamaron para justificar sus ataques a las propiedades eclesiásticas. La Iglesia bien podría haber poseído cerca de un cuarto del total de las propiedades urbanas de Bogotá; pero tal vez es más acertado estimar que era la dueña del 5% del total de propiedades urbanas y rurales (excluida la vasta extensión de dominios públicos no reclamados)8. Aun así, la Iglesia, como principal propietario urbano y rural, no tenía rivales. Además, buena parte de las tierras que no le pertenecían directamente estaban hipotecadas a ella a través de gravámenes aceptados como pago de préstamos -puesto que las instituciones de la Iglesia eran así mismo las principales entidades crediticias-- o como apoyo voluntario a dotaciones y obras piadosas. Tanto por su papel de misionera como por su acopio de propiedades, la Iglesia neogranadina encaja en el mismo patrón de toda Hispanoamérica. Sin embargo, su posición era más fuerte en la Nueva Granada que en muchas otras colonias. Por su oro y por la considerable población de indígenas para evangelizar, la Nueva Granada llamó la atención de las autoridades eclesiásticas y civiles desde los primeros años del período colonial. La Iglesia logró construir allí 41 una sólida base institucional que nunca tuvo en colonias como Venezuela o Cuba, las cuales cobraron importancia solamente al final de la época colonial, cuando el celo religioso comenzaba a flaquear. Sin lugar a dudas, la Iglesia no era tan fuerte en las zonas costeras como en el interior andino: el contraste reflejaba fielmente el mayor interés del clero por los criollos e indígenas del interior que por los africanos que componían gran parte de la población de las llanuras costeras. La influencia eclesial, por lo menos en la mente de las clases sociales más altas, empezó a debilitarse a finales del siglo XVIII. Pero este imperceptible cambio no afectó considerablemente la imagen de una Iglesia Católica y Romana cuya posición competía con el Estado y en algunos casos lo desbordaba. Aunque no fue en realidad una región cultural mente atrasada, la Nueva Granada colonial hizo menos contribuciones notorias al mundo de las artes y las letras que los dos centros principales del poderío español en América, México y Perú. Una de las más idiosincrásicas crónicas de la Conquista española (y que no carece de algún valor perdurable) es Eleg(as de varones ilustres de Indias. en la que el clérigo español Juan de Castellanos registra en verso las hazañas de los primeros conquistadores y exploradores. El camero, de Juan Rodríguez Freile, es una viva muestra del chismorreo de la temprana época colonial, que se lee por placer y no simplemente por tratarse de un documento histórico. En literatura hay muy poco más digno de mención. La colonia ni siquiera tuvo imprenta sino hasta cuando se trajo una a Bogotá en 1738. En el campo de las artes, aparte de mucho arte popular utilitario y religioso, la Nueva Granada produjo al pintor Gregorio Vázquez de Arce y Ceballos, cuyos lienzos de tema religioso eran de gran calidad aunque les faltara la chispa del genio. Vázquez no logró crear una «escuela» de Bogotá comparable con las de Cuzco y Quito, así como tampoco en arquitectura religiosa se logró igualar el esplendor que alcanzaron estas ciudades y muchos otros centros coloniales. Sin duda el más importante logro arquitectónico en la Nueva Granada fue una construcción militar, el fuerte de San Felipe y las obras defensivas que protegían a Cartagena, terminados a comienzos del siglo XVIII yque nunca pudieron ser tomados por asalto. 42 Los servicios de educación formal eran inexistentes en las áreas rurales y prácticamente eran poco accesibles para la clase trabajadora en todas partes. Las mujeres, incluso las de las clases sociales más altas, estaban limitadas básicamente a la instrucción que se les impartía en el hogar. Por otra parte, la educación superior estaba relativamente desarrollada, para los hijos de la «élite» colonial. En Bogotá había dos universidades, controladas respectivamente por los jesuitas y los dominicos, en las que se ofrecían las carreras de derecho y teología. Más aún, en la segunda mitad del siglo XVIII la capital de la Nueva Granada se convirtió en uno de los principales centros de actividad intelectual de la América española. especialmente en el campo de la investigación científica. El gran interés por las ciencias naturales, que formaba parte del fermento intelectual que agitó a todo el mundo occidental durante la Ilustración, llegó hasta la remota Nueva Granada, que no pudo sustraerse a las tendencias de la época. La chispa que provocó avances en las ciencias la encendió en 1760 el arribo al país de José Celestino Mutis, sabio naturalista español que llegó a Bogotá como médico personal de uno de los últimos virreyes coloniales. Pedro Messía de la Cerda. Messía de la Cerda regresó a España luego de expulsar a los jesuitas; pero Mutis se quedó y fue creciendo su fascinación por la enorme riqueza de especies botánicas de la colonia, consecuencia natural de la diversidad topográfica. Desde muy pronto, Mutis adquirió cierto renombre, al afirmar abiertamente la tesis copemicana de que la Tierra gira alrededor del sol y no viceversa, lo cual aún era un poco osado en aquellas fragosidades de los Andes y le causó problemas con la Inquisición. Pero Mutis nunca corrió peligro de caer preso en los calabozos que el Santo Oficio tenía en Cartagena. pues contaba con la simpatía de importantes funcionarios civiles. Por el contrario, fundó la Expedición Botánica, ambicioso proyecto de investigación diseñado con el fin de registrar todas las especies botánicas de la franja suramericana situada al norte de la línea ecuatorial. El propósito sobrepasaba las capacidades de cualquiera, pero con un equipo de investigadores y asistentes. que involucró a expertos pintores que dibujaban las plantas, Mutis adelantó considerablemente el proyecto y por ese motivo fue admitido como miembro honorario de la Academia de Ciencias Sueca. 43 Aunque Mutis era español, escogió a sus colaboradores principalmente entre la comunidad científica criolla y algunos de los miembros de la Expedición se convertirian en líderes del movimiento independentista de comienzos del siglo siguiente. El mismo movimiento puso un punto final abrupto a la actividad científica en la Nueva Granada, pues dispersó a los Ifderes del grupo (Mutis ya había muerto) y abrió una serie de nuevas carreras para criollos ambiciosos e inteligentes, las cuales empezaron a tener prioridad sobre la investigación científica. A pesar de su efímero descollamiento en las ciencias y de su oro, la Nueva Granada no estuvo entre las más preciadas joyas de la corona imperial española. Los funcionarios peninsulares a veces ni siquiera sabían dónde quedaba o qué era: los oficiales del Consulado de Cádiz se refieren a la «isla}) de Santa Marta, como si la más antigua de las fundaciones españolas sobre la costa colombiana fuese otro pequeño punto perdido en las aguas del Caribe9 • La Nueva Granada no era ni remotamente comparable a Nueva España (México) en cuanto a la producción de bienes y evidentemente le faltaba el dinamismo de colonias como Río de la Plata o Venezuela, que presentaban rápido crecimiento económico hacia el final del periodo colonial. La imagen que surge de los archivos es la de una economía neogranadina somnolienta y de subsistencia, presidida por una clase alta descendiente de los conquistadores o de posteriores inmigrantes españoles y que se diferenciaba del resto de la población más por su engreimiento y vanidad que por el lujo de su estilo de vida, así disfrutara efectivamente de más comodidades. Para las clases trabajadoras urbanas y rurales, en las cuales ya predominaba. en vísperas de la Independencia, el elemento mestizo, el relativo estancamiento de la colonia no era enteramente perjudicial. Aunque la obligación de pagar tributos podía llevar a los indígenas a alquilarse a los terratenientes criollos neogranadinos por lo menos durante el mínimo tiempo posible para ganar lo equivalente a su cuota anual, no se enfrentaban a los rigores de la mita de Potosí, reclutamiento obligatorio para trabajar en las entrañas de la gran «montaña de plata» a que eran forzados los aldeanos peruanos y bolivianos. I 44 Afortunadamente para sus habitantes, la Nueva Granada no tenía un POlosí, y la explotación de cualquier tipo de trabajo se mantenía bajo ciertos Ifmites, puesto que las ganancias que recibía el explotador eran modestas y todavía no escaseaban terrenos disponibles e inhabitados. Las minas auriferas eran trabajadas por esclavos negros. quienes al menos estaban mejor lavando oro en la Nueva Granada que cortando caña en Cuba o en Brasil. Y Bogotá, la más aislada de las capitales virreinales, era una ciudad mucho menos atrayente -no opacaba a ciudades menores ni las privaba de sus riquezas y talentos- que, por ejemplo, Lima o Buenos Aires. El perfil moderno de Colombia como país de múltiples centros urbanos, cada uno con vigorosa vida propia, proviene de la era colonial. En esas ciudades coloniales ya se estaba gestando un contingente de futuros líderes -escribanos y abogados, hombres de negocios, propietarios que vivían fuera de sus latifundios, o la mezcla de todos los anteriores- que pronto emprenderian la formación de una nueva nación.

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