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Capítuli De Los Obsesos


Enviado por   •  10 de Julio de 2013  •  5.095 Palabras (21 Páginas)  •  258 Visitas

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EL CAPÍTULO DE LOS OBSESOS

CAPÍTULO LIII

Donde se cuenta la pendencia que don Quijote tuvo con un dragón quien era capaz de matar un batallón de soldados con sus regüeldos y del gusto que pasó su fiel escudero Sancho Panza comiendo bollos en fritura.

(Interrumpo mi lectura para aclarar que esta mañana, antes de abordar el tren en el que llevo más de una hora viajando, encontré estos folios en el buzón de mi correo, en veinte pliegos vitelados, sin un vestigio que revelara su procedencia. De primer impacto, me pareció una mala broma de mis indisciplinados alumnos, a quienes enseño neografía en una cátedra que todos califican de aburridísima. Pero basta comprobar la calidad de los folios y las peculiaridades de la escritura para no cerrar la posibilidad de que se trate de un documento histórico. Además, los rasgos de la letra, delineada a mano probablemente con negro de humo y cálamo de pluma, como era corriente a principios del siglo XVII en España, revelan un perfecto enlace con la grafía de la época cervantina. Este capítulo, de no ser uno de los tantos apócrifos que ruedan por el mundo, podría pertenecer a la cuarta parte del libro primero del Quijote de la Mancha, obra cumbre del alcalaíno Miguel de Cervantes Saavedra, dedicado al duque de Béjar, y publicado en 1605. Continúo con mi lectura).

Después del incidente del cabrero cuyas narices quedaron magulladas y de la pelotera contra los disciplinantes que iban en rogativa de lluvia, el audaz caballero don Quijote y su escudero Sancho Panza enrumbaron por otro camino en busca de nuevas aventuras. Era el caso que la comarca ardía en calor, y los canalones estaban secos y la tierra cuarteada, de manera que la gente no salía de sus aldeas, y no había marchantes, ni abaceros (es decir, comerciantes), ni mucho menos aguadores por los caminos. Don Quijote, subido a su extenuado caballo, y metido en sus latas de paladín, soportaba el infierno, pero el pobre de Sancho Panza no corría la misma suerte, porque su asno boqueaba de calor y apenas arrastraba las patas. Estando en esto, comenzó a dar voces don Quijote, diciendo:

—Mirad, mi generoso escudero, una vez más nuestros hados se muestran complacientes, porque allá al fondo nos descubren un dragón del tamaño de un otero, a quien pienso acometer en este instante con mi lanza y mi adarga, para dedicarle una victoria más a mi señora Dulcinea del Toboso, que mujer con más linaje y fermosura no existe en el mundo.

Pero Sancho Panza, cansado de arrastrarse al lado de su borrico para darle los alcances, sólo veía un grande montículo de tierra.

—Sólo veo un altozano —respondió— y una bocamina abandonada.

—Es claro que no has trajinado en lances de andantes caballeros —le dijo don Quijote—, pues allá veo claramente un gigantesco dragón de piel escamada y alas desplumadas, que yace durmiendo con toda pacedumbre. Tiene la cola del tamaño del tronco de una encina y las orejas como las fienestras (es decir, ventanas) de un alcázar.

—¡Válame Dios! —dijo Sancho Panza secándose el sudor con el sombrero—. Nuevamente con lo mismo. Si allá no hay ningún dragón, sino apenas una mina abandonada, con su entrada al venero, y eso que llama fienestras son sólo sopladeros por donde los excavadores extraían el mineral. Y no vaya a ser que otra vez la burra al trigo e insista su merced en combatir con un altozano como ocurrió con los molinos en una de nuestras primeras salidas.

(Es claro que Sancho Panza hace referencia al episodio de los molinos de viento, convertido en el más emblemático de la saga. Debemos detenernos otro momento para examinar el tipo de letra de los manuscritos. Por la estrechez de los caracteres, las ligaduras de la parte superior y la rapidez de su trazo, podría decirse que se trata de una letra procesal de modelos cortesanos. Pero si reparamos en las inclinaciones de los ejes hacia la siniestra y en los ojales plenos de tinta, también podríamos decir que se trata de una escritura bulática con rasgos carolinos. Me inclino por la segunda posibilidad. Recordemos que a partir de 1440, los escritores de manuscritos usaron un “littera formata” denominada “bastarda”, que a partir del siglo XVI derivó en la bulática, llamada así porque era la única utilizada para redactar las bulas papales. Considerando que esta escritura empezó a degenerarse hacia 1690, y que Cervantes fue calígrafo público antes de ser recaudador en Granada, aventuramos que esa fue la que empleó para sus escritos.)

Pero don Quijote tan recio estaba en que se trataba de un lagarto fabuloso, que no medraba ante las advertencias de Sancho Panza, diciéndole:

—A ti también te han tocado los encantamientos de mis fementidos enemigos, Sancho, para que veas las cosas a su antojo.

Y así se preparaba para el combate, enderezándose el peto de la coraza, arreglándose el yelmo, enristrando su lanza, y dando alaridos que espantaban a los pajarracos:

—Non refuyáis a mi aguijada (lo que quiere decir, más o menos, “no rehuyáis a mi lanza”) criatura de baja ralea, y recibid el escarmiento de un gentilhombre.

Y sin pérdida espoleó a Rocinante y se lanzó a galope contra el montículo de tierra para asaetearlo. (Aclaremos que el viejo hidalgo, a estas alturas, ha perdido las espuelas en dos oportunidades, mientras que las botas –llamadas grebas en el libro– le fueron robadas por los seguidores de Ginés de Pasamonte tras haberlos ayudado a liberarse de las guardas del monarca. Por el lado del texto, es conveniente observar que las enmendaduras e improntas del manuscrito pueden tomarse como las evidencias de un valiosísimo primer borrador. En aquella época, como sabemos, los manuscritos debían obtener primero la licencia monárquica para pasar luego a los amanuenses, después a los correctores, y, finalmente, al impresor licenciado. Como este capítulo se quedó en el borrador, colegimos que se trata de un original de Cervantes con su propia caligrafía. El monótono traqueteo del tren empieza a arrullarme). Una vez hecho esto, el montículo se remeció, y las maderas podridas de la entrada se derrumbaron, dejando abierta la galería de vetas. Y viendo esto don Quijote dijo:

—¡Por las barbas de Pedro el Botero! He malferido a tan luenga bestia y la he dejado con la fauce abierta.

Y cuando Sancho Panza estuvo a su lado, don Quijote volvió a vanagloriarse porque creía que en verdad su ofensa había lastimado de muerte al dragón y que por esa obra su gloria sería perpetua. Su escudero le dijo con voz haragana:

—Si eso le pone contento, así sea, mi señor, pero es momento de seguir nuestro camino que el calor redobla en estas provincias.

—Nada de eso, Sancho hermano —respondió don Quijote—.

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