Cultura contemporánea

Cultura contemporánea

Mateo cárcamo Barreto y Santiago Andrés Acosta Viloria tomado de ‘’cultura como espectáculo de Héctor Abad Faciolince’’, Soledad, Atlántico. Universidad del Atlántico, 2020. Pág. 2.

La cultura contemporánea puede ser difícil de comprender, ya que la las personas con talentos elementales conquistan la atención y reverencia de las multitudes, por consiguiente, ganen cifras exorbitantes cada mes y por otro lado que todas las personas con méritos mayores pasen inadvertidas. Por ejemplo: un tenista que gana el gran slam tenga las mismas ganancias monetarias que un físico o un químico que se gana el nobel con el trabajo de su vida.

No se ha de caer en la trampa de creer que una persona vale según lo que sus bolsillos tengan, pero en un mundo dominado por el capitalismo, donde el jefe del éxito se mide en dólares, señalar el factor de los ingresos es inevitable, la relación entre mérito y recompensa ha sido destruida por los empresarios que ganan millonadas.

La cultura contemporánea, que es gobernada por los medios de comunicación, por gustos simples y por caprichos de las multitudes, tiende a glorificar; a convertir en ídolos, a figuras apenas mediocres. por ejemplo: una actriz de telenovela que tuvo la suerte de estar dotada por la naturaleza o por un cirujano plástico de un rostro perfecto unos pechos rebosantes, es tratada en revistas como si fuera una diosa. Pero en esa misma revista no se encuentras biólogos y geólogos que deciden salvar vidas. Aun así, no deja de ser injusto que las personas que decidan hacer cosas en pro del mundo no reciban la atención y gloria que se merecen.

Es como si los seres humanos no fuésemos capaces de distinguir lo verdaderamente importante, como si nos quedáramos en lo superficial, en la bulla del momento, en el espectáculo, en los colores de la farándula. Definitivamente, no se puede quedar con estos errores de la cultura de masas contemporánea, aunque se le reconoce que pueda ser pura envidia, pero no pensando en el ‘’bien ajeno’’, sino en el poco bien que les hace o se les reconoce a otros que se lo merecían mucho más. Aunque, pensando bien, nadie merece esa idolatría que se llevan los artistas de la farándula.

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