Cultura y Otredad

Jennifer Zuluaga Castañeda

La Cultura y la Otredad

Dentro de la vista general que nos ofrece Pérez Burgos, a través del análisis que hace de nuestro proceso evolutivo, nos encontramos con diversos momentos que representaron ciertos puntos de inflexión en el camino adaptativo que empezaba a recorrer el antiguo homínido, y que hasta hoy seguimos experimentando en las diferentes esferas de la vida humana como la conocemos. Entre estos, se destacan la transformación biológica a causa del cambio climático que obliga al primer homínido a sobrevivir en la sabana desolada, lo cual provoca que empiece el bipedismo, modifique su alimentación de acuerdo con sus necesidades y se propicie el crecimiento de la capacidad craneal.

Con todo esto sucediendo, aparece una nueva facultad adaptativa, la racionalidad, lo cual nos obliga a dejar de responder a aquellos mecanismos instintivos de los que aún conservamos algún vestigio. Así, nos introducirnos a un nuevo mundo con nuevas capacidades, re-conocer nuestro medio y a nosotros mismos, aprendiendo (y desaprendiendo) a sobrellevar los retos que nos traía esta nueva capacidad racional y todo lo que esta implicaba. Paralelamente, se presenta el lenguaje, lo que permitió relacionarse y construir contextos simbólicos comunes, que fueron el primer paso para el desarrollo de la cultura y la otredad.

La cultura descansa sobre nuestra configuración biológica y social, responde a un proceso evolutivo y natural, y se representa como una construcción dinámica y compartida, ya que no es atributo de ningún individuo por sí solo, sino que se comienza a pautar a través de la creación de grupos. La cultura exige sociedad, y la sociedad exige individuos racionales. De esta forma, se concreta un nuevo reto que tendremos quizás hasta el fin de nuestros días, el miedo y la aversión a la otredad.

Desde el comienzo de nuestra existencia, el ser humano se ha encargado de reunirse y agruparse con sus pares, no solo para reproducirse biológicamente sino también para encargarse de perpetuar su modo de vivir y su idiosincrasia, es decir, su cultura. Y al mismo tiempo ha tenido la necesidad constante de conocer su mundo y conocerse a sí mismo, lo que implica una constante búsqueda de la verdad, pero solo bajo los dominios que resultan ser de nuestro interés y conveniencia. Entonces, todo lo diferente, extraño o externo a nuestra periferia siempre será rechazado porque no cumple con nuestros parámetros de identificación, que responde precisamente a un concepto de mimética, de lo común, de representación.

Asimismo, y a modo de conclusión, echando un vistazo a los primeros encuentros entre grupos de diferentes especies humanas, vemos el rechazo inmediato del Neandertal al nuevo Homo Sapiens, simplemente por el peligro que representaba la otredad, por la diferencia de sus costumbres y prácticas; un comportamiento que de forma repetitiva se sigue viendo entre sociedades y comunidades. Desde el principio de nuestra existencia y hasta hoy, vale la pena replantearnos infinidad de aspectos sobre el medio en el que vivimos y cómo nos relacionamos dentro de él, y entre estos planteamientos siempre encontraremos la pregunta de ¿Qué es lo que nos asusta de lo diferente?

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