EVO CUMPLE, ¿BOLIVIA CAMBIA? PABLO STEFANONI
Enviado por oozudaire • 6 de Noviembre de 2012 • 1.625 Palabras (7 Páginas) • 615 Visitas
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de más de dos años en el Palacio Quemado,
adonde llegó con un histórico 54%
de los votos, cabe preguntarse ¿qué ha cambiado en Bolivia con
el arribo al poder de la izquierda nacionalista?, ¿cuál es el balance
entre rupturas y continuidades con el pasado?, ¿correrá el
gobierno de Evo Morales la misma suerte que anteriores
experiencias nacional-populares, cuyo intento de construir un
Estado “de verdad” fracasó por la resistencia conservadora pero
también por las propias limitaciones de los sectores progresistas
para traducir los proyectos populares en una nueva institucionalidad?
Si bien el crispado mar de fondo vuelve provisorio
cualquier análisis de la realidad boliviana actual, es posible
ensayar algunas respuestas.
Fue el asesor presidencial brasileño Marco Aurelio García, quien
en un reciente viaje a La Paz sintetizó –en una sola frase– el origen
de las tensiones que vive este país andino-amazónico: “El problema
en Bolivia es que, pese a tratarse de un proceso de reformas,
en el marco de un sistema democrático, tanto el gobierno como
la oposición actúan como si estuvieran frente a una revolución”.
Así, el gobierno busca imponer –hasta ahora sin éxito– una nueva
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Constitución que considera “refundacional” y la oposición conservadora,
anclada en el Oriente y Sur del país, impulsa unas autonomías
percibidas como un blindaje ante el “populismo indígena”
que amenazaría sus intereses.
No obstante, la agenda de Evo Morales parece bastante alejada
del etnofundamentalismo indígena (y de la revancha étnica que
denuncian con insistencia los sectores acomodados1), así como de
un avance socializante sobre la propiedad privada. Más bien, el
proyecto “evista” se vincula a la modernización del país, la reposición
del rol del Estado en la economía (en palabras del vicepresidente
Álvaro García Linera, el control estatal del 30% del PBI),
la inclusión social –y cultural– de las mayorías indígenas y un
reparto más democrático de la renta proveniente de los recursos
naturales, fundamentalmente el gas. En síntesis, el gobierno del
Movimiento al Socialismo (MAS) ha recuperado en gran medida
un discurso nacionalista que recorre la historia boliviana como
respuesta al “Estado aparente”, carente de una verdadera base
nacional. La novedad es que esta vez se trata de un nacionalismo
plebeyo –que avanzó desde el campo hacia la ciudad– y no de un
proyecto pensado por la inteligentzia urbana como ocurrió con el
nacionalismo revolucionario que lideró la revolución del 9 de abril
de 1952.
María Paula Doberti - Veredas - Foto toma directa en deriva por Buenos Aires. 2007
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La trinchera regionalista
Al igual que ocurrió con la Revolución Nacional del 52, el ciclo
de luchas populares iniciado con la “guerra del agua” en Cochabamba
y los bloqueos aymaras en el Altiplano, en 2000, y continuado
con las “guerras del gas” de 2003 y 2005 no llegó al Oriente
boliviano, liderado políticamente por el departamento de Santa
Cruz2. De modo que se ha generado una relación de fuerzas dual:
mientras en el Occidente del país se convirtió en sentido común
el cuestionamiento al neoliberalismo y al viejo sistema de partidos,
en la Bolivia oriental pervive una fuerte hegemonía política,
social y cultural de los sectores empresariales articulados en torno
a los comités cívicos y a una reinvención de las identidades regionales
que hoy es la base de las demandas autonomistas3. La
principal dificultad del gobierno de Evo Morales se vincula a la
construcción de una hegemonía nacional, contra lo cual conspiró
la excesiva utilización de la simbología andina y una lectura superficial
de la realidad cruceña, que lo llevó a subestimar la capacidad
de reacción de las elites locales, si bien débiles para disputar
el poder nacional, suficientemente fuertes para bloquear la presencia
efectiva del Estado central, al punto de que los militantes
oficialistas se encuentran casi en la clandestinidad ante la presión
–por momentos, violenta– de los autonomistas. La oposición
de Morales a las autonomías en el referéndum de 2006 favoreció
la construcción del bloque regionalista, que prácticamente
disolvió los antagonismos étnicos y clasistas en el interior de una
identidad cruceña cuyo “exterior constitutivo” es el Estado central
“andinocentrista”. Y, en la actualidad, esta polarización nacional
se expresa en la confrontación entre la nueva Constitución y
los estatutos autonómicos.
La nueva Constitución se plantea dos metas principales: el reconocimiento
del carácter plurinacional del país (en referencia a
las 36 “naciones indígenas”, mayoritariamente quechuas, aymaras
y guaraníes, que lo habitan) y la recuperación de un rol activo
del Estado en la economía, aunque no habla de “socialismo del
siglo XXI”. A diferencia de la Carta Magna anterior, incorpora la
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separación de la Iglesia del Estado, reconoce el pluralismo jurídico4
e introduce la elección por sufragio universal de los magistrados
de la Corte Suprema de Justicia entre candidatos preseleccionados
por el Congreso, que pasaría a llamarse Asamblea Legislativa
Plurinacional. También se incorporó la posibilidad de reelección
presidencial por un solo período (y no indefinida como se
había propuesto en las primeras versiones) y la figura del referéndum
revocatorio por iniciativa ciudadana. Finalmente, se establece
que la “enajenación de recursos naturales en favor de potencias,
empresas o personas extranjeras” será juzgada como traición
a la patria (con una condena de 30 años de cárcel); se reconocen
varias formas de propiedad, incluyendo la comunitaria, y prohíbe
la privatización y concesión
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