El Niño En La Antiguedad
Enviado por bauty • 20 de Noviembre de 2013 • 11.539 Palabras (47 Páginas) • 322 Visitas
EL NIÑO Y LA VIDA FAMILIAR EN EL ANTIGUO RÉGIMEN
Philippe Ariès
CAPÍTULO II
El descubrimiento de la infancia
Hasta aproximadamente el siglo XVII, el arte medieval no conocía la infancia o
no trataba de representársela; nos cuesta creer que esta ausencia se debiera a
la torpeza o a la incapacidad. Cabe pensar más bien que en esa sociedad no
había espacio para la infancia. Una miniatura otoniana del siglo Xl1 nos da una
impresionante idea de la deformación que el artista hacía sufrir a los cuerpos de
los niños y que nos parece ajena a nuestros sentimientos y a nuestra intuición.
El tema es la escena del Evangelio en la que Jesús pide que se le acerquen los
niños, y el texto latino es claro: parvuli. Ahora bien, el miniaturista agrupa
alrededor de Jesús a ocho hombres verdaderos, sin ningún rasgo de la infancia,
los cuales han sido simplemente reproducidos a tamaño reducido. Sólo su talla
los distingue de los adultos. En una miniatura francesa de fines del siglo Xl2, los
tres niños que resucita San Nicolás han sido igualmente reducidos a un tamaño
inferior al de los adultos, sin ninguna otra diferencia de expresión o de rasgos.
El pintor no dudará en dar a la desnudez del niño, en los pocos casos en que
aparece desnudo, la musculatura del adulto. Así, en el Salterio de San Luis, de
Leyden3, fechado a finales del siglo XII o principios del siglo XIII, Ismael, poco
después de su nacimiento, tiene los abdominales y los pectorales de un
hombre. A pesar de un mayor sentimiento en la representación de la infancia4,
el siglo XIII permanecerá fiel a ese procedimiento. En la Biblia moralizada de
San Luis, las representaciones de niños se vuelven más frecuentes, pero éstos
sólo se caracterizan por su talla. Un episodio de la vida de Jacob: Isaac está
sentado, rodeado de sus dos mujeres y de unos quince hombrecitos que llegan
a la cintura de las personas mayores: son sus hijos5. Job es recompensado por
su fe, vuelve a ser rico y el iluminador evoca su fortuna colocando a Job entre
el ganado a su izquierda, y los niños a su derecha, igualmente numerosos,
imagen tradicional de la fecundidad inseparable de la riqueza. En otra
ilustración del libro de Job, los niños han sido escalonados según su talla.
En otro caso, en el Evangeliario de la Sainte-Chapelle, del siglo Xlll6, en el
momento de multiplicar los panes, Cristo y uno de sus apóstoles flanquean a un
hombrecito que les llega a la cintura: se trata sin duda del niño que cargaba los
peces. En el mundo de fórmulas románicas y hasta finales del siglo Xlll no
aparecen niños caracterizados por una expresión particular, sino hombres de
tamaño reducido. Por otra parte, esa resistencia a aceptar en el arte la
morfología infantil se encuentra en la mayoría de las civilizaciones arcaicas. Un
magnífico bronce sardo del siglo IX antes de Cristo7 representa una especie de
Piedad: una madre tiene en sus brazos el cuerpo bastante grande de su hijo.
Pero quizá se trate de un niño, según lo indica la nota del catálogo: "La
pequeña figura masculina podría ser además un niño que, según la fórmula
adoptada en épocas arcaicas por otros pueblos, habría sido representado como
un adulto." Porque, en efecto, parece como si la representación realista del
niño, o la idealización de la infancia, de su gracia, de su armonía, fueran
propias del arte griego. Los pequeños Eros proliferan con exuberancia en la
época helenística. La infancia desaparece de la iconografía con los otros temas
helenísticos y el románico volvió a ese rechazo de los rasgos específicos de la
infancia que caracterizaba ya las épocas arcaicas, anteriores al helenismo.
Vemos en ello algo más que una simple coincidencia. Partimos de un mundo de
representación en el que se desconoce la infancia. Los historiadores de la
literatura (mons. Calvé) han hecho la misma observación a propósito de la
epopeya, donde los niños prodigio se conducen con el mismo arrojo y fuerza
física que los valientes. Sin duda alguna, eso significa que los hombres de los
siglos X y Xl no perdían el tiempo con la imagen de la infancia, la cual no tenía
para ellos ningún interés, ni siquiera realidad. Ello sugiere además que, en el
terreno de las costumbres vividas, y no únicamente en el de una transposición
estética, la infancia era una época de transición, que pasaba rápidamente y de
la que se perdía enseguida el recuerdo.
Tal es nuestro punto de partida. ¿Cómo se llega de ahí a los chiquillos de
Versalles, a las fotos de niños de todas las edades de nuestros álbumes de
familia?
Hacia el siglo XIII aparecen varios tipos de niños, algo más cercanos al
sentimiento moderno.
El ángel, representado bajo la apariencia de un hombre muy joven, de un
adolescente joven: de un monaguillo [clergeon], como dice P. du Colombier8.
Mas, ¿qué edad tiene el monaguillo? Se trataba de niños más o menos jóvenes
a quienes se educaba para ayudar a misa, y destinados a ser ordenados; eran
como unos seminaristas en una época en que no había seminarios, y en la que
la escuela latina, la única existente, estaba reservada a la formación de los
clérigos. "Aquí-dice un Miracle de Notre-Dame9-había niños de corta edad que
sabían poco de letras, pero quienes de buen grado hubiesen mamado el seno
de su madre [se destetaba muy tarde: la Julieta de Shakespeare mamaba
todavía a los tres años] antes que ayudar al servicio divino." El ángel de Reims,
por ejemplo, más que un niño, era un jovencito, pero los artistas trazaron con
evidente afectación los rasgos redondos y graciosos, incluso un poco
afeminados, de los chicos muy jóvenes. Hemos dejado atrás los adultos de
tamaño reducido de la miniatura otoniana. Este tipo de ángeles adolescentes se
volverá más frecuente durante el siglo XlV y perdurará aún a finales del
quattrocento italiano: los ángeles de Fra Angélico, de Botticelli y de Ghirlandajo
pertenecen a dicha variedad.
El segundo tipo de niño será el modelo y el precursor de todos los niños
pequeños de la historia del arte: el Niño Jesús o la Virgen Niña, ya que la
infancia está aquí vinculada al misterio de su maternidad y al culto mariano. Al
principio,
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