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El verbo luminoso del pensamiento nuevo


Enviado por   •  18 de Marzo de 2019  •  Ensayo  •  2.195 Palabras (9 Páginas)  •  113 Visitas

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El verbo luminoso del pensamiento nuevo

Por Armando Vargas Araya

Tribuna Democrática | 19 de agosto de 2010

• Palabras en la presentación del libro de Rodolfo Cerdas, Costa Rica en la encrucijada: globalización, identidad y democracia (Juricentro, 2010), en el auditorio del Centro de Investigación y Adiestramiento Político Administrativo (CIAPA), Sánchez de Curridabat, 18 de agosto de 2010.

Costa Rica en la encrucijada –publicación pulcra de la prestigiosa Editorial Juricentro– es el testimonio de una conducta íntegra –no, de una conducta integérrima–. La maciza estructura ideopolítica de la obra, refleja una singladura de rara dignidad cívica. Conozco al Dr. Rodolfo Cerdas desde hace 35 años y doy fe de su pensamiento rectilíneo a lo largo de estas décadas tan amargas en lo inmediato cuanto promisorias en lo por venir, tiempo de anchos y hondos cambios planetarios.

El subtítulo del libro, Globalización, identidad y democracia, delimita los ejes del diagnóstico emprendido. Mas no así el sentido principal resultante del indispensable y valioso estudio crítico sobre la desorientada Costa Rica contemporánea. El mensaje es, en síntesis, que, para sobrevivir y prosperar en medio de la crisis global del siglo XXI, nuestra nación ístmica requiere de una democracia nueva, justa en lo social, equilibrada en la producción, igualitaria en las oportunidades, participativa y no solo políticamente representativa. Enrumbada hacia lo que el autor denomina un «socialismo humanista», la sociedad en devenir ha de fortalecer una economía de mercado libre, con el ser humano como núcleo y meta de un todo indisoluble, integrador del mundo social y el mundo natural, de la cultura y la civilización, del espíritu y la materia.

El ascenso a tales etapas superiores de desarrollo requiere la irrupción a la vida política de una nueva generación de líderes, nuevas plataformas programáticas, nuevos partidos políticos y organizaciones sociales, cuya capacidad para movilizar la voluntad mayoritaria de la ciudadanía posibilite la edificación de un nuevo orden nacional. A esa vanguardia de la Costa Rica nueva corresponderá la tarea histórica de renovar la Carta Magna, reconstruir el Estado y rehacer el aparato público. El pacto de gobernabilidad necesario debe incluir un nuevo contrato moral por la paz y la naturaleza, un nuevo acuerdo que restaure la equidad en la distribución de los frutos de la producción nacional, y un nuevo compromiso que democratice la comunicación. Ese moderno orden nacional debe garantizar un desarrollo compartido que libere a la costarriqueñidad de la ruina social de la pobreza, la desigualdad y el temor.

¿Utópico? Quién sabe. ¿Acaso no lo lograron los padres fundadores de la república al emanciparse del tricentenario dominio colonial español? Recordemos, entre otros patricios, a don Juan Mora Fernández, a don Agustín Gutiérrez Lizaurzabal y a don Braulio Carrillo. ¿No lo hizo, una treintena después, la cafetocracia cuando el comercio con Londres transformó la parcela más pobre de Centroamérica en una nación viable, que se dio a respetar en la Guerra Patria? Mencionemos, a manera de ejemplo, al Dr. José María Castro Madriz y al Libertador don Juan Rafael Mora. ¿Y no lo alcanzó, en el tránsito de la centuria decimonónica a la vigesémica, la Generación del Olimpo con la evolución hacia el Estado Liberal Positivista? Vienen a la mente don Tomás Guardia, don Cleto González Víquez y don Ricardo Jiménez Oreamuno. En fin, ¿no se consolidó el Estado Social de Derecho en la década de los cuarenta del siglo anterior? Citemos, entre muchos, a don José Figueres, al Dr. Calderón Guardia y a don Manuel Mora. Hoy tenemos más conocimientos científicos, técnicos, humanos y recursos de toda índole, que en cualquiera de las anteriores etapas de renovación nacional. Hay ejemplos de naciones pequeñas y medianas que se reinventaron a sí mismas en los veinte años más recientes: Chile, Corea, Finlandia, Irlanda, Malaisia, Singapur o Nueva Zelanda. La advertencia de George Bernard Shaw resuena aquí esta noche: «Todas las grandes verdades empezaron como blasfemias».

No faltará quien, por ahora matriculado interesadamente en las filas del «pensamiento único» que caracteriza a la ideología globalizadora à la mode, desdeñe estos conceptos como blasfemias nefandas. Pero esta verdad –imponente como el Chirripó, solemne como una puesta de sol en Jacó– de la nueva democracia que Costa Rica necesita, no es de ahora. ¡Qué va! La expuso a todas las conciencias e inteligencias el Frente Popular, que lideró en los setentas el Dr. Cerdas, secundado por el semillero de promesas surgido del movimiento universitario Faena, quienes la hicieron su verdad y así la proclamaban a voz en cuello. ¿Cuál será hogaño la actitud de los pupilos de aquella «izquierda con sello», Álvarez, Carballo, Cornick, Doryan, Garnier, Grynspan, Herrero, Lizano, Monge, Quesada, Rodríguez, Weisleder, et alia? Era don Rodolfo todavía marxista, disidente de la ortodoxia criolla que pretendía descalificarlo como «sinófilo maoísta». —Por cierto, fue en un diálogo radiofónico conmigo cuando el Dr. Cerdas comunicó a sus conciudadanos que se desligaba del marxismo—. Para verdades, el tiempo. Resulta ser que, a la vuelta de los años, los «sinófilos» llegaron a ser los rescoldos de la cafetocracia y que el neoliberalismo criollo se tornó pekinés –con ka, no con cu–: miran al poniente con anteojos de yuan, como antes vieron al naciente con monóculo de esterlina y después al septentrión con espejuelos de dólar.

El autor reafirma en este libro esas convicciones reformistas de raíz, que son la huella de su andadura –en expresión de un poeta domingueño– por los largos y polvorientos caminos de la patria. Lo hace, desde la madurez que se disfruta en la setentena de la serenidad y la sabiduría, no para sus coetáneos, ni para las cohortes subsiguientes, sino para la generación de seso digital que nace con este milenio ignoto. La cuestión que plantea es, nada menos, esta: «Costa Rica, como nación, como república y como patria, necesita y merece ser salvada». De esos tamaños es el dilema que tiene por delante el país, aunque la así llamada «dirigencia nacional», ni determinada prensa canija o miope, ni la mayoría ciudadana, lo huelan o lo intuyan siquiera. ¿Cómo transfundir virtudes cívicas, ideales nacionales y valores nuestros a estas generaciones de la era Internet?

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