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Ensayo Recuerdo De Solferino.


Enviado por   •  23 de Noviembre de 2012  •  1.867 Palabras (8 Páginas)  •  7.438 Visitas

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Este libro es el punto de partida de un movimiento que, actualmente, está integrado por millones de miembros en el mundo.

El mensaje del autor, conocido en todas partes, ha conmovido y sigue conmoviendo a los lectores.

Los hermanos Goncourt decían “Al terminar el libro, se maldice la guerra”.

Desde su publicación, en 1862, Recuerdo de Solferino ha sido traducido y reeditado tantas veces que es difí¬cil saber cuántas versiones existen.

Inicio este ensayo platicando un poco de la vida del autor.

Dunant nació en Suiza, en la ciudad de Ginebra, el 8 de mayo de 1828 en el seno de una familia religiosa y que se dedicaba más a realizar obras caritativas que a acumular riquezas. A los 18 años, Dunant ya era hombre serio y ferviente devoto.

Su compasión por los menesterosos lo llevó a ingresar en la “Liga de las Almas”, cuyos miembros se dedicaban a socorrer espiritual y materialmente a los pobres y enfermos de Ginebra.

Luego de presenciar la batalla de Solferino y de brindar su ayuda durante varios dí¬as a los heridos en combate, la idea de que tanta desgracia se podí¬a evitar, no se apartaba de la mente de Dunant y llegó a la conclusión de que la única forma de estar en paz consigo mismo era escribir sobre el horror del que habí¬a sido testigo.

Escribió un libro: Recuerdo de Solferino. No sólo se limitó a narrar los hechos sino que demostró que la mayor parte del sufrimiento hubiera podido evitarse sin dificultad.

En este libro, Dunant plantea esta pregunta : ¿No se podrí¬an fundar en tiempo de paz sociedades voluntarias de socorro compuestas de abnegados voluntarios altamente calificados cuya finalidad sea prestar o hacer que se preste, en tiempo de guerra, asistencia a los heridos?.

Los gastos de la primera impresión de Recuerdo de Solferino fueron cubiertos por Dunant y en noviembre de 1862 apareció la primera edición. La reacción que provocó el libro fue impresionante. El éxito arrollador de la obra dejó anonadado a Dunant.

Recuerdo de Solferino fue la chispa que encendió la llamarada de entusiasmo y los esfuerzos que conducirí¬an a la fundación de la Cruz Roja Internacional.

En febrero de 1863 después de mucho trabajo por convencer a personajes importantes, de que su idea era posible, Dunant es apoyado por cuatro ciudadanos suizos que junto con él, formaron el: Comité de los Cinco.

Ellos fueron:

• El General Henri Dufour

• El Abogado Gustave Moynier

• El Médico Louis Appia

• El Médico Theodore Maunoir

El 22 de agosto de 1864 sus esfuerzos dan como resultado que doce países se reúnan en la primer Convención de Ginebra para adoptar un tratado que proteja a los heridos y personal sanitario.

Firman el: primer convenio de ginebra: “para mejorar la suerte de los heridos y enfermos de los ejércitos en campaña.”

En 1901 recibe el primer premio nobel de la paz, parte del premio se destina para varias causas humanitarias.

El 30 de Octubre de 1910 muere Dunant en el asilo de Heiden Suiza.

Sus últimas palabras fueron: “Que penoso en morir tan lentamente, que negro es todo”.

Cuando se libra combate, una banderola roja [4], izada sobre un punto elevado, indica el lugar en que hay heridos o ambulancias de los regimientos implicados en la acción y, por acuerdo tácito y recí¬proco, no se dispara en esa dirección; pero, a veces, llegan hasta allí¬ las bombas, que alcanzan por igual a los oficiales administrativos, a los enfermeros, a los furgones cargados de pan, de vino y de carne reservada para hacer el caldo que se da a los enfermos. Los soldados heridos que no están incapacitados para andar, van por sí¬ mismos a esas ambulancias; los otros son trasladados en camillas o en parihuelas, debilitados, como con frecuencia están, a causa de la hemorragia y de la prolongada privación de todo socorro.

El sol del dí¬a 25 alumbró uno de los más espantosos espectáculos que puedan ofrecerse a la imaginación. Todo el campo de batalla está cubierto de cadáveres de hombres y de caballos; los caminos, las zanjas, los barrancos, los matorrales, los prados están sembrados de cuerpos muertos que, en los accesos a Solferino están, literalmente, amontonados. Campos destruidos, trigales y maizales tumbados, setos arrancados, huertos saqueados, aquí¬ y allá charcos de sangre.

Los desdichados heridos recogidos durante todo el dí¬a están pálidos, lí¬vidos, anonadados; unos, y más en particular los muy mutilados, tienen la mirada entontecida y, al parecer, no comprenden lo que se les dice; sus ojos son de sonámbulos, pero esa visible postración no les impide sentir sus sufrimientos; a otros agitan una conmoción nerviosa y un temblor convulsivo; aquéllos, con heridas abiertas, en las que la inflamación ya ha comenzado, están como locos de dolor; piden que los rematen y, con el rostro contraí¬do, se retuercen en los últimos estertores de la agoní¬a.

Más allá, desafortunados no solamente alcanzados por balas o por fragmentos de obús que los abatieron, sino también con las piernas o los brazos rotos porque sobre sus cuerpos pasaron las ruedas de piezas de artillerí¬a. El impacto de las balas cilí¬ndricas hace que los huesos se esquirlen en todas las direcciones, de modo que la herida resultante es siempre graví¬sima; los fragmentos de obús, las balas cónicas producen también fracturas extremadamente dolorosas y, a menudo, terribles estragos internos. Esquirlas de toda í¬ndole, fragmentos de hueso, retazos de vestimenta, partí¬culas de objetos de equipo o de calzado, tierra, trozos de plomo complican e irritan las heridas y duplican los sufrimientos.

Quien

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