Hidrosolar
Enviado por AndresCabanzo • 30 de Julio de 2014 • 1.139 Palabras (5 Páginas) • 184 Visitas
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L
a gélida brisa de la noche me envolvió en cuanto abrí la puerta del balcón. A
esas
alturas del invierno, Viena ya estaba toda nevada y el ambiente era húmedo y frío.
Las ramas de los árboles acariciaban mi pequeño balcón y dejaban que la nieve
cayera espolvoreada cuando se mecían por alguna ráfaga de viento. El estanque del
patio comenz
aba a congelarse; pronto se utilizaría como pista de patinaje, aunque ese
año yo no iba a estar allí para comprobarlo. Estaba a punto de irme.
El internado Saint Patrick ocupaba un antiguo castillo del siglo XVII y,
arquitectónicamente, me maravillaba. Per
o una cosa era admirar su arquitectura y otra
muy distinta vivir allí. Eso lo odiaba. Ausencia total de chicos
—
ellos residían en el
internado que había unos kilómetros colina abajo
—
. No podías desprenderte del
maldito uniforme
—
si al menos hubiera sido bo
nito, no habría sido una condena
llevarlo
—
. Y la disciplina era bastante férrea
—
todo estaba cronometrado, hasta la hora
de ir al baño
—
. O aprendías a convivir con las normas de aquella institución o estabas
perdida.
Así era mi aburrida vida, día tras día.
Hasta que apareció mi padre. Había irrumpido en el internado rodeado de
guardaespaldas (sin disimular siquiera su egolatría y prepotencia, y haciendo gala de
un dilatado vocabulario impetuoso) y me había ordenado que recogiera mis cosas. Ya
había hablado
con el director y lo tenía todo preparado para mi regreso.
Después de nueve años, volvía a Roma. No tenía ni idea de qué había llevado a
mis padres a tomar aquella decisión, pero me alegraba... demasiado.
Solo dieciséis horas más tarde me encontraba delante
de un enorme vestidor
decidiendo qué chaqueta ponerme. Estaba claro que debía conformarme con lo que
había hasta que pudiera ir de compras. Entre las miles de prendas que mi hermana
Marzia me había ofrecido, pocas me convencieron: su estilo era demasiado r
epipi para
mí. Me decanté por la ropa más ceñida: chaqueta de color negro metalizado,
pantalones blancos y zapatos negros de tacón alto para estilizar mis piernas. Me di la
vuelta y contemplé mi imagen en el espejo mientras sonaban las Pussycat Dolls en mi
reproductor digital de música. Realmente parecía una de ellas.
Ahuequé mi largo cabello y me lo coloqué a un lado. Salí del vestidor y cogí mi
bolso Gucci blanco sabiendo que pronto contendría una considerable cantidad de
dinero. Eché un vistazo a mi impr
esionante habitación, apagué el reproductor y salí de
allí con paso firme y sonoro.
Después de un año sin vernos, iba al encuentro de mi mejor amiga. Erika había
sido mi compañera en el internado desde que entré. Era como una hermana, una parte
de mí, pero
tuvo que abandonar el colegio cuando su madre falleció en un accidente de
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tráfico. Quiso volver a Roma para apoyar a su padre, y desde entonces solo podíamos
comunicarnos los sábados por la mañana, y durante apenas cinco minutos. ¿Cuántas
cosas podían dec
irse en ese tiempo? Pocas, muy pocas, pero solo escuchar su voz me
confortaba.
Terminé de bajar las escaleras y eché un vistazo hacia atrás. Agradecí que mi
habitación estuviera en el pasillo principal. Si no, habría necesitado un mapa para
poder salir de
aquel laberinto de puertas y corredores. Era una mansión descomunal.
Ni siquiera en el internado se veían salas como las de mi casa, y eso que hospedaba a
unas doscientas niñas.
Al llegar al vestíbulo, tuve que hacer memoria para recordar que el despacho d
e
mi padre quedaba cerca del comedor. Me encaminé hacia allí.
Giancarlo, el mayordomo, me abrió la puerta. Era alto y delgado, y sus ojos
negros resaltaban impetuosamente por la falta de cabello. Aun así, resultaba atractivo.
Me sonrió y extendió su mano,
indicándome que pasara. Me acerqué a él dando un
pequeño salto y lo besé en la mejilla. Entonces me percaté de que en el despacho,
además de mi padre, estaban mi tío Carlo, y Adriano Bianchi y su hijo menor,
Valentino. Mi sonrisa se congeló en cuanto descu
brí a este último observándome
...