José Fouché
Enviado por pepe01pepe001 • 10 de Octubre de 2012 • Informe • 1.236 Palabras (5 Páginas) • 630 Visitas
José Fouché fue uno de los hombres más poderosos de su época y uno de los más
extraordinarios de todos los tiempos. Sin embargo, ni gozó de simpatías entre sus
contemporáneos ni se le ha hecho justicia en la posteridad.
A Napoleón en Santa Elena, a Robespierre entre los jacobinos, a Carnot, Barras y
Talleyrand en sus respectivas Memorias y a todos los historiadores franceses –realistas,
republicanos o bonapartistas-, la pluma les rezuma hiel cuando escriben su nombre.
Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga
profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral... No se le escatiman las injurias. Y ni
Lamartime, ni Michelet, ni Luis Blanc intentan seriamente estudiar su carácter, o, por
mejor decir, su admirable y persistente falta de carácter. Por primera vez aparece su
figura, con sus verdaderas proporciones, en la biografía monumental de Luis Madelins, al
que este estudio, lo mismo que todos los anteriores, tiene que agradecerle la mayor
parte de su información. Por lo demás, la Historia arrinconó silenciosamente en la última
fila de las comparsas sin importancia a un hombre que, en un momento en que se
transformaba el mundo, dirigió todos los partidos y fué el único en sobrevivirles, y que en
la lucha psicológica venció a un Napoleón y a un Robespierre. De vez en cuando ronda
aún su figura por algún drama u opereta napoleónicos; pero entonces, casi siempre
reducido al papel gastado y esquemático de un astuto ministro de la Policía, de un
precursor de Sherlock Holmes. La crítica superficial confunde siempre un papel del foro
con un papel secundario.
Sólo uno acertó a ver esta figura única en su propia grandeza, y no el más
insignificante precisamente: Balzac. Espíritu elevado y sagaz al mismo tiempo, no
limitándose a observar lo aparente de la época, sino sabiendo mirar entre bastidores,
descubrió con certero instinto en Fouché el carácter más interesante de su siglo.
Habituado a considerar todas las pasiones -las llamadas heroicas lo mismo que las
calificadas de inferiores-, elementos completamente equivalentes en su química de los
sentimientos; acostumbrado a mirar igualmente a un criminal perfecto -un Vautrin- que a
un genio moral -un Luis Lambert-, buscando, más que la diferencia entre lo moral y lo
inmoral, el valor de la voluntad y la intensidad de la pasión, sacó de su destierro
intencionado al hombre más desdeñado, al más injuriado de la Revolución y de la época
imperial. «El único ministro que tuvo Napoleón», le llama, singulier génie, la plus forte
tête que je connaiss, «una de las figuras que tienen tanta profundidad bajo la superficie y
que permanecen impenetrables en el momento de la acción, y a las que sólo puede
comprenderse con el tiempo». Esto ya suena de manera distinta a las depreciaciones
moralistas. Y en medio de su novela «Une ténébreuse affaire» dedica a este genio
grave, hondo y singular, poco conocido, una página especial. «Su genio peculiar
-escribe-, que causaba a Napoleón una especie de miedo, no se manifestaba de golpe.
Este miembro desconocido de la Convención, lino de los hombres más extraordinarios y
al mismo tiempo más falsamente juzgados de su época, inició su personalidad futura en
los momentos de crisis. Bajo el Directorio se elevo a la altura desde la cual saben los
hombres de espíritu profundo prever el futuro, juzgando rectamente el pasado; luego,
súbitamente -como ciertos cómicos mediocres que se convierten en excelentes actores
por una inspiración instantánea-, dió pruebas de su habilidad durante el golpe de Estado
del 18 de Brumario. Este hombre, de cara pálida, educado bajo una disciplina
conventual, que conocía todos los secretos del partido de la Montaña, al que perteneció
primero, lo mismo que los del partido realista, en el que ingresó finalmente; que había
estudiado despacio y sigilosamente los hombres, las cosas y las prácticas de la escena
política, adueñóse del espíritu e Bonaparte, dándole consejos útiles y proporcionándole
valiosos informes... Ni sus colegas de entonces ni los de antes podían imaginar el
volumen
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