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LAS CARCELES EN EL MUNDO. SITUACION ACTUAL. SITUACION PENITENCIARIA EN VENEZUELA


Enviado por   •  20 de Junio de 2014  •  8.468 Palabras (34 Páginas)  •  723 Visitas

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA

UNIVERSIDAD BOLIVARIANA DE VENEZUELA

PFG - ESTUDIOS JURÍDICOS

LAS CARCELES EN EL MUNDO. SITUACION ACTUAL. SITUACION PENITENCIARIA EN VENEZUELA

Alumno: Jaime Avila

C.I. 15.709.542

VIII SEMESTRE

LAS CARELES EN EL MUNDO

El manejo de la tragedia penitenciaria no puede hacer perder la sensibilidad, hay que tratar de continuar en lo posible haciendo aportes, considerando que los reclusos mantienen la esperanza. Tal como lo afirmara Thales de Mileto. “La esperanza es el único bien común a todos los hombres: los que todo lo han perdido la poseen aún.”

Algunas tendencias sociales significativas en el contexto mundial actual.

A mi modo de ver, si nos interrogamos seriamente sobre el horizonte del sistema penitenciario, yendo más allá de todos los ensueños tecnológicos que podamos idear, nos encontramos con que, a escala global, el futuro de la cárcel, en tanto que institución central de nuestra estructura social, vendrá condicionado por cuál sea el futuro de la desigualdad y el miedo en nuestras sociedades.

I. Globalización, ¿de qué y para qué?

Por lo que se refiere al futuro de la desigualdad basta repasar algunos datos bien conocidos por todos para concluir que no deja de ser realmente “prometedor”. La desigualdad ha crecido exponencialmente en las últimas décadas. Es verdad que la riqueza a nivel mundial ha crecido también extraordinariamente y que con mucha probabilidad el porcentaje de la humanidad que vive en condiciones de pobreza extrema hasta el punto de ver amenazada su propia supervivencia sea el más pequeño de toda la historia si lo comparamos con la situación de la humanidad hace quinientos o mil años, sin embargo el abismo de la desigualdad entre ricos y pobres no ha hecho sino crecer, los ricos de hoy día son muchísimo más ricos que nunca, y la distancia entre ricos y pobres no deja de crecer. Según los informes del PNUD (1997), si los países ricos eran 3 veces más ricos que los países pobres en 1827, la distancia había crecido hasta 11 veces noventa años más tarde, en 1917, se disparó hasta 35 veces en los

cuarenta años siguientes, y había pasado a ser de 77:1 a finales del milenio, en 1997.

Aunque la lista de indicadores de desigualdad podría ser interminable, puede bastar con algunos de los que se recogen en el informe sobre la situación en el mundo 2004 publicado por el Wolrld watch Institute, y que resumen la desigualdad global en términos de consumo. Según este informe, mientras que el gasto medio por hogar en Norteamérica era de unos 22 mil dólares por persona y en Alemania de unos 19 mil, en Nigeria, un ejemplo no excesivamente malo de ese continente sacrificado que es África, apenas alcanzaba los 200 dólares. Esto es, en pura lógica de mercado, un ser humano, un consumidor nigeriano, vale 110 veces menos que un norteamericano y 95 veces menos que un alemán. La desigualdad entre los seres humanos no es que sea enorme, es que ha llegado a ser sencillamente obscena, baste pensar que si en el mismo informe se cifraban en 19 mil millones de dólares la inversión anual adicional que sería necesaria para conseguir el objetivo del milenio de eliminar el hambre y la destrucción en el mundo, actualmente, sólo en Europa y USA se gastan 17 mil millones en alimentos para animales de compañía; si 5 mil millones permitirían conseguir la alfabetización universal, en perfumes gastas 15 mil, y en consumo de helados, sólo en Europa, 11 mil. ¿Para qué seguir? El futuro de la desigualdad, a la luz de lo que tenemos delante de los ojos, es, sin duda, “espléndido”.

Por lo que se refiere al miedo, expresado bajo sus distintas formas y motivado por unas u otras causas, la respuesta no deja de ser la misma. Nuestras sociedades a pesar de ser cada vez más ricas, de proporcionar una existencia más confortable a muchos de sus miembros, viven atenazadas por el miedo y la inseguridad, real o supuesta, como resultado de procesos muy diversos que tienen que ver con:

La inseguridad económica, que se genera en un escenario sometido a fuertes procesos de reestructuración, dentro de un mundo cada vez más globalizado, y que se traducen en altas tasas de desempleo, precariedad y subempleo. Como ha puesto de relieve Richard Sennett (2000) es cada vez más difícil compaginar las exigencias de una planificación a largo plazo para realizar proyectos vitales esenciales como por ejemplo comprar una casa y pagar una hipoteca, con el hecho de estar sometido a presiones enormes en el ámbito laboral que derivan de la precariedad en el empleo y la flexibilización cada vez más exigente que obliga a asumir un cortoplacismo casi absoluto en los contratos, en los puestos de trabajo, en la actividad que hoy se desarrolla y que mañana puede quedar definitivamente eliminada por obsoleta, lo que acarrea un deterioro brutal de la lealtad interpersonal, de la fidelidad y la transparencia en las relaciones con los compañeros, con la familia, etc; hasta el punto de poder hablar de un masivo fenómeno de corrupción del carácter, como resultado del riesgo percibido en unos entornos laborales donde parece imperar el lema: “nada a largo plazo” unido a la voluntad de supervivencia individual que aboca a una especie de carrera de ratas, en un intento desesperado de “sálvese quien pueda”

La creciente diversidad demográfica, étnica y cultural de nuestras sociedades, es experimentada por muchas personas con inquietud y miedo al ver desaparecer un mundo tradicional más uniforme y predecible en aras de nuevas realidades, más complejas y difíciles de entender, frente a las cuales con frecuencia se adoptan comportamientos y actitudes marcadas por el temor y el rechazo al diferente.

Como quinta esencia de ese miedo al “otro”, con frecuencia visualizado de forma borrosa, indefinida, o incluso erróneamente definida, asistimos a un incremento de los mensajes que aluden al peligro de la amenaza terrorista en tanto que realidad difusa, omnipresente y ubicua: los “otros”, los “malos” (los “terroristas”) pueden estar por todos lados y en donde menos se les espera. Se trata de una amenaza frente a la cual poco o nada cabría hacer, pero de cuya mano se multiplican los controles sobre el conjunto de la ciudadanía, se incrementan los dispositivos de seguridad y se disparan las alarmas (a veces no sólo las alarmas) de las agencias policiales.

Por último, esta visión catastrofista que abunda en la expansión

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