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La Historia Universal De Los Gordos


Enviado por   •  10 de Mayo de 2013  •  1.231 Palabras (5 Páginas)  •  502 Visitas

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Introducción a la historia natural de los gordos

Por Hugo Hiriart

Noviembre 1999 | Tags:

• Sobre la naturaleza humana

• Tertulia

Sea esta iniciación general y ligera, y no densa y voluminosa, un paseo inicial y desobligado por el orondo universo de las bestias gordas.

Hablemos ante todo del oso, el hipopótamo y el elefante, tres mosqueteros del tonelaje. Pero empecemos denunciando que éstos son falsos gordos: ningún animal en libertad, afirman los naturalistas, puede ser gordo, pues toda bestia come estrictamente lo que precisa y alcanza equilibrio. Ni siquiera la morsa, luchador de sumo en tierra, es propiamente obesa. Y, sin embargo, es evidente que parecen gordos. ¿Por qué? Digo que un oso parece gordo y una serpiente, no. Y, sin embargo, me instruye Andrés, mi sobrino, que es experto y tiene un poco envidiable criadero de víboras en su casa, las serpientes engordan tanto en cautividad que, literalmente, mueren de obesidad. Y en la gorda agonía siguen pareciendo flacas.

¿Por qué nos parece gordo el hipopótamo? Se antoja responder que por masivo y voluminoso. A eso apunta Arreola cuando observa que con el enorme volumen del hipopótamo "dan ganas de modelar una nube de pájaros, un ejército de ratones que lo distribuya por el bosque, o dos o tres bestias medianas, domésticas y aceptables". Pero no: igualmente masivo es el rinoceronte, por ejemplo, y no parece obeso, sino estricto atleta. La ballena es más voluminosa, y con más grasa que cualquier otro animal, y, sin embargo, tampoco parece gorda. ¿Entonces?

Aventuro una hipótesis: el hipopótamo nos parece obeso porque se mueve como gordo. Esto es, me estoy atreviendo a sostener que si los animales no tuvieran movilidad y fueran quietos como vegetales, ninguno de ellos nos parecería gordo. La gordura, según esto, se percibiría en la lentitud trabajosa y la pesadez de los movimientos.

¿Puede un pájaro parecernos gordo? No, si vuela: un ágil pajarillo que vuela de aquí para allá no puede parecer gordo. Piensa en el colibrí. Pero ¿qué tal un pingüino real o una confusa gallina? Estas bestias pueden parecer gordas porque se desplazan con torpeza por el suelo. El ganso en tierra, contoneante, parece siempre gordo, pero en vuelo nunca. Ni el cisne ni el pavo real parecen gordos. ¿Por qué? ¿Es demasiado elaborado y barroco su diseño? Para responder esta pregunta piensa en la jirafa, ¿puedes imaginar una jirafa gorda? No, su diseño aerodinámico de grúa, grúa zoológica, lo impide. Nada iguala en barroquismo escultórico al trote loco de la flaca jirafa, y, sin embargo, es eficaz en extremo.

Un contraejemplo podría ser el sapo, con fama de gordo y, sin embargo, bestia ágil. ¿Será por su forma? Si esto es cierto, mi tesis de que la obesidad animal se atribuye a partir de la movilidad trabajosa y pesada se vería seriamente lastimada. Examinemos.

El gran Brancusi observó que, desde el punto de vista de la escultura, la forma de un sapo es más lograda y hermosa que la humana. Puede ser, está más unificado, pero, prestemos más atención, ¿parece de verdad gordo un sapo? La papada elástica, de globo, favorece esta interpretación. Pero no, volvamos a Arreola, veamos su famosa descripción del sapo, magistral, perfecta: "Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón". Esto es, un artefacto que bombea, el más perfecto jamás diseñado, incansable y puntual (hasta ese mal momento de todos tan temido). Pero entonces el sapo es, nada menos, un músculo, una bomba tirada en el suelo. Es decir, sería, por esencia, el atleta absoluto y musculoso, esto es, lo antigordo.

Antes de abandonar al sapo, permítaseme hacer un corto zigzag en la argumentación

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