Las Varoneras
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Las varoneras
▣ HERNAN CASCIARI, LUNES 4 DE OCTUBRE, 2004
Cada vez que, como ayer, detienen a un montón de etarras, yo me levanto temprano y me compro todos los diarios, porque siempre aparecen las fotos de los terroristas (la mitad son mujeres). Y yo creo que no hay mujer más linda en todo el mundo que las chicas de ETA. Son igualitas, en el mejor sentido de la palabra, a lo que en la adolescencia llamábamos "las varoneras".
La belleza de la varonera no radica exclusivamente en lo físico, sino en una estructura moral que llevan consigo desde la niñez. Y no debe confundírsela nunca con la marimacho, que también es una raza muy extendida en la adolescencia. Una marimacho, de grande, se convierte en lesbiana o en ministra de educación. Una varonera, en cambio, se convierte en etarra, en actriz de teatro under, en puta o en amante de señores casados.
A la pequeña marimacho le gustan (o le gustarán) las mujeres, y en la primera juventud se junta con los varones para mimetizarse y para patear tirolibres con efecto. A la pequeña varonera, en cambio, le gusta estar con los chicos para que la admiren y la deseen, y para poder ir a pescar a la tardecita. La diferencia es sutil.
Desde la niñez, siempre me llamó la atención una cualidad paradójica de la varonera: teniendo naturalmente el típico objetivo feminista (la igualdad de los géneros) es en esencia machista y detesta, no a la mujer, sino a la dama beligerante que proclama el feminismo como bandera.
Si lo miramos con lupa, entenderemos que la varonera tiene razón: las feministas luchan para acceder a los tópicos más tristes del hombre (quieren tener poder, quieren tener dinero, quieren ser árbitros de fútbol). Pretenden que la igualdad consiste en equipararse a lo que el macho posee de chimpancé. Las varoneras, en cambio, están en otra órbita y sólo les apetece compartir el espíritu lúdico y cultural masculino: la amistad, la charla trasnochada, el porro y, eventualmente, la lucha armada.
Las feministas-ladrillo están pendientes de la publicidad. Escudriñan los carteles para señalar aquéllos que muestran un culo de hembra con el afán de vender una motocicleta. Sospechan que, prohibiendo ese cartel publicitario, están dando un paso en pos de la igualdad de géneros.
—¡Estamos hartas de sentirnos objeto! —dicen las feministas por la radio. Y lo hacen por radio porque las feministas son feas. Y sería gracioso ver a una mujer fea sintiéndose "harta de ser un objeto".
Las varoneras no sólo están encantadas de poder mostrar el culo en la publicidad, sino que también son capaces de ejercer la prostitución sin sentirse menoscabadas o en el pozo de la miseria (como sospechan las feministas-ladrillo). Hoy por hoy, para encontrar varoneras de mi edad, hay que ir al País Vasco o a un puticlub (y no me quiero imaginar las maravillas que podría encontrarme en un Cabaret de Euskadi). No hay varoneras como Dios manda en la caja del Banco Central
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