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Las mujeres atractivas


Enviado por   •  25 de Septiembre de 2011  •  Trabajo  •  3.205 Palabras (13 Páginas)  •  593 Visitas

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ha¬cía que le frustrara aún más que no hubiera notado su presencia ni hubiera sabido quién era él. Ni siquiera al ver a Thalia había mostrado la más mínima curiosidad por el acompañante de su colega.

La mayoría de las mujeres que conocía eran como mariposas que revoloteaban instintiva¬mente alrededor del dinero. Como Thalia, tam¬bién una top-model que se sentía feliz de apro¬vecharse mientras durara. Él sabía que su dinero era un as en la manga y para él era el orden na¬tural de las cosas. Disfrutaba de tener alrededor a las mujeres más atractivas tanto como ellas disfrutaban de todo lo que él les diera. Era algo que creía tan garantizado que una mujer bella más o menos no debería importarle. Pero que no le hicieran caso le había llegado al alma, sobre todo cuando él había querido impresionarla del mismo modo en que ella lo había impresionado a él. Quiso pensar en ello como una vejación pa¬sajera. Rosalie James vivía en un mundo dife¬rente al suyo y perseguirla sería absurdo y nada productivo. Era obvio que en su mundo hacer buenas obras tenía prioridad sobre los placeres pecaminosos.

Intentó quitársela de la mente charlando con sus ejecutivos sobre la viabilidad de establecer un servicio de Saturn Airline en Camboya, pero cuando se trasladaron del bar al comedor oyó su voz, tenía que ser la suya, cantando los versos de una canción muy melódica con un tono claro, puro, prefecto... angelical. Ninguno de los artis¬tas a los que había fichado para Saturn Records hacía unos años se había acercado siquiera. Un escalofrío le recorrió la espalda. Rosalie James habría sido una estrella en el mundo de la músi¬ca y aún podría serlo, con su belleza y su talen¬to.

Entonces los niños se unieron en el estribillo, cantando con más entusiasmo que musicalidad, a grito pelado, casi ahogando la voz de ella.

Se dijo que debía olvidarla; había vendido la discográfica para fundar la aerolínea y no había ningún beneficio en forzar el conocer a Rosalie

James, ni en lo personal ni por asunto de nego¬cios.

Seis meses más tarde, volvió a verla, y de nuevo su belleza lo paralizó.

Fue en el Met, en Nueva York, en el estreno del Turandot de Puccini. A Adam no le entusias¬maba la ópera, pero se había visto forzado a acudir a aquel estreno, cuya recaudación era para una organización caritativa, por su última conquista, Sacha Rivken, a quien le encantaban todos aquellos eventos que prometieran muchas celebridades. Su relación era suficientemente nueva para que aún le gustara complacerla.

Se sentaron con unos amigos de la jet set en un palco del famoso Metropolitan Opera House. Sacha y él estaban sentados en la esquina del palco para ver más fácilmente a la gente de los dos palcos situados frente al escenario. El más lejano fue el que primero se llenó. Sacha se es¬taba preguntando quién ocuparía el contiguo cuando llegó el grupo y Adam se sobresaltó al reconocer a Rosalie James encabezando a sus acompañantes hasta la primera fila.

Llevaba el cabello lacio recogido, dejando al aire un cuello de cisne del que colgaba un espléndido collar de rubíes y diamantes. No llevaba una túnica asexuada y pantalones ne¬gros, sino un vestido ajustado de terciopelo rojo oscuro que dejaba adivinar sus senos, su cintura, sus caderas y cada curva femenina de una manera que quitaba el aliento. Las mangas sin hombros se unían a un escote bajo en forma de corazón que dejaba adivinar de forma tenta¬dora su pecho. Tenía un porte majestuoso y Adam pensó que, si hubiera llevado una diade¬ma, la gente se preguntaría a qué familia real pertenecía.

Mientras se sentaba en el último asiento Ro¬salie sonrió al hombre que se sentaba a su lado, un hombre grande, tan fuerte como Adam, alto, corpulento, maduro y con mechones grises re¬partidos por su cabello castaño, que le sonreía como si estuvieran compartiendo un momento muy íntimo y cálido. Adam no había sentido ce¬los en su vida, y sin embargo una violenta ola de ellos lo golpeó de repente. Rosalie había ofreci¬do un hueco en su vida a su acompañante, un hombre muy parecido a él, y Adam se sintió en¬gañado, con todos los músculos tensos de ira por aquella jugada del destino.

-¡Eh, es Rosalie James! -susurró Sacha, ex¬citada-. Y lleva la sensación de la colección Be¬llavanti de esta temporada. Seguro que se lo han prestado para el estreno. ¡Y mira el collar! Se¬guro que se lo ha prestado Bergoff. Debe de va¬ler una fortuna.

Adam pensó que entonces no se había gasta¬do el dinero en sí misma ni tampoco eran regalos de un amante, lo cual lo alivió en cierto modo.

-¿Quién es el que va con ella?

-No lo sé. Pero menudo monumento; es im¬presionante.

-James... ¿Tiene algo que ver con el tenor que va a debutar esta noche? -preguntó el único aficionado a la ópera del grupo. Adam ojeó el programa y vio que el nombre del tenor era Zuang Chi James.

-No es china -apuntó de forma irónica.

-No te has leído la biografía, Adam -llegó la respuesta ligeramente burlona-. Zuang Chi na¬ció en China pero su familia lo sacó de forma clandestina a Australia porque querían que tu¬viera la oportunidad de desarrollar su voz. Fue adoptado oficialmente por un antiguo embaja¬dor en China y su mujer, Edward y Hillary Ja¬mes. Lo llevaron al Conservatorio de Música de Sidney, donde obtuvo una beca...

-Oye, Rosalie James también es australiana -comentó Sacha llena de excitación-. Puede que tengas razón sobre su conexión.

Adam se preguntó si aquella era su nacionali¬dad, australiana. Pensó que no podía haber nom¬bres más ingleses que Edward y Hillary, pero ella no le parecía anglo-australiana. Y el hombre pelirrojo que iba con ella le parecía más un ma¬leante escocés; su mano engulló la delgada mano de ella en cuanto se apagaron las luces.

Adam estuvo sufriendo todo el primer acto de la ópera, pues no se podía quitar de la cabeza a Rosalie James y su acompañante, completa¬mente cautivados por lo que tenía lugar en el escenario. Ni una vez ella miró en dirección a su asiento, y cada vez que Zuang Chi James canta¬ba, ella se asomaba más, con toda la atención en el tenor como si en efecto tuviera un interés per¬sonal. Adam se preguntó si sería su hermano adoptivo; desde luego se llevó los mayores aplausos de ella.

Pero por otro lado era su debut en el Met, lo cual probablemente sería un hito en cualquier carrera operística, e incluso Adam admitió que tenía una voz magnífica. Pensó que aquellos he¬chos por sí solos podían suscitar el interés de Rosalie James. Después de todo, ella cantaba como un ángel, aunque sin la resonancia de una voz entrenada.

Al final Adam recordó que la recaudación de aquel estreno iba destinada a una organización caritativa,

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