Las revoluciones políticas y económicas
Enviado por Maria del Carmen Ledesma • 30 de Marzo de 2022 • Trabajo • 10.399 Palabras (42 Páginas) • 192 Visitas
DESARROLLO
Cuando hablamos de doble revolución (enmarcada temporalmente entre 1.789 y 1.848) nos estamos refiriendo a un proceso histórico, a la vez conformado por otros dos procesos: la revolución industrial inglesa –con inicio en el país inglés- y la revolución francesa . Esto condujo a la emergencia de un nuevo sujeto histórico, la burguesía, que fue el actor principal y hacedor de ambas revoluciones, y cuya finalidad la encuentra fundamentalmente en la obtención de poder económico y político.
Esta doble cara revolucionaria fue la que inició el mundo contemporáneo, según Hobsbawm (2.007), quien la analiza desde una aproximación global, pero, que necesariamente se convierte en un estudio más próximo a los lugares que le dieron acogida. Primero veamos de qué hablamos cuando hablamos de revolución.
En líneas muy generales, se trata de una transformación radical que admite un quiebre esencial con el pasado, producida en un lapso de tiempo corto y que se puede provocar simultáneamente en distintas dimensiones: políticas, sociales, económicas, religiosas, etc. Los cambios surgidos a partir de una revolución acarrean consecuencias muy importantes, pues, dan fin al orden previamente establecido. Entonces, probablemente estemos ante modificaciones vertiginosas, de características violentas, que terrminan por afectar a las instituciones o sistemas económicos, políticos, sociales, etc, en funcionamiento, y donde se van a enfrentar dos fuerzas: las que procuran continuar con el viejo orden, con sus antiguas estructuras, y las que pretenden dar ese cambio sustancial y voltearlas para que se erijan otras nuevas; es decir, a estas últimas las integran los sujetos revolucionarios.
Eso sí, es preciso tener en cuenta que, si bien estamos hablando de cambios producidos en un tiempo relativamente corto, no debemos descuidar que son producto de la preparación dentro de un tiempo largo.
Bien, entonces, desde la segunda mitad del siglo XVIII a la primera mitad del siglo XIX se produjo una era revolucionaria que determinó las formas y representaciones en lo que se refirió a organización social, económica y política preponderantes, estableciendo las bases del mundo contemporáneo, dando final, por supuesto, al Antiguo Régimen; esto sería la transición de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea. Dice Hobsbawm (2.007) sobre el periodo
trabajado: “el mundo –o al menos gran parte de él- se transformó en una base europea o, mejor dicho, franco-inglesa” (p. 7).
Las revoluciones políticas y económicas que tuvieron lugar en este tiempo, implantaron nuevos principios y formas de gobierno cuyas bases serían la igualdad, la democracia y la libertad individual. Supuso entonces la abolición de la sociedad feudal estamental, emergiendo en cambio la sociedad de clases capitalista –más o menos como la que vivimos en el tiempo presente-, conformada por dos ejes contrapuestos: la burguesía y el proletariado, los dueños de los medios de producción y los simples dueños de sus fuerzas de trabajo, respectivamente.
Así, en este contexto vamos a ver la conquista del capitalismo, la de la clase media o sociedad busguesa, y la de las economías de una parte de Europa y ciertas regiones norteamericanas. Y tal como aclara el autor -y como se refleja en líneas anteriores-, más allá del impacto que el proceso hubo de provocar en el mundo entero, poco probable sería sostener que su génesis hubiera tenido cabida -en ese marco temporal- en alguna otra parte del globo, pues, las condiciones ambientales no serían las mismas. Por otra parte, menos posible hubiera sido también que no hubiera ganado el capitalismo liberal y burgués.
Asimismo, Hobsbawm nos invita -siguiendo la lógica de los tiempos que preparan los procesos y sus acontecimientos insertos- a indagar sobre los precedentes de esta era revolucionaria, como la revolución nortearmericana de 1.776, los trastornos económicos e institucionales entre 1.770 y 1.789, pero, sin caer en la trampa de creer que su mero análisis ya estaría explicando las causas. Así, siguiendo todo el proceso en retrospectiva, veríamos un todo articulado, la concatenación y el de los acontecimientos, de los actores que dieron vida a la trama, con sus complejidades, sus imbrincaciones, su mutltiplicidad de perspectivas, pero con una lógica subyacente.
Se ve, de este modo, como todo esto fue allanando (fuerzas sociales, económicas, intelectuales) el camino hacia las explosiones revolucionarias posteriormente, tal y como se puede apreciar con la revolución agrícola, caldo de cultivo para la revolución industrial, a modo de ejemplo.
Así las cosas, la consecuencia más trascendental de la doble revolución quizás haya sido el establecimiento del poderío en toda la faz de la tierra de unos cuantos regímenes occidentales, como el imperio británico, el alemán, el francés, el ruso -entre otros- que, con su adelantada tecnología y sus ideas renovadas pusieron en jaque a las viejas civilizaciones imperiales, que no tardaron en someterse al señorío de los primeros. Poco a poco el mundo comienzó a dividirse y a repartirse: India para Gran Bretaña, los estados islámicos caídos en crisis,
África continuó asaltada en sus recursos humanos y materiales -cada vez más vulnerable a la conquista de los señores del nuevo orden- y la misma China, que más adelante debió ceder a la explotación de un Occidente imparable, con una fuerza de mercado sin parangón e irreversible.
Más allá de lo expuesto, dice Hobsbawm (2.005):
la historia de la doble revolución no es simplemente la del triunfo de la nueva sociedad burguesa. También es la historia de la aparición de fuerzas que un siglo después de 1.848 habrían de convertir la expansión en contracción. Lo curioso es que ya en 1.848 este futuro cambio de fortunas era previsible en parte. Sin ambargo, todavía no se podía creer que una vasta revolución mundial contra Occidente pudiera producirse al mediar el siglo XX. (p. 11).
Se entiende acá, que estas transformaciones diametralmente significativas para la historia universal, no siguieron las premisas de un progreso garantido e impoluto; la doble revolución y su herencia en movimiento también debió afrontar cuestionamientos y ser medida con otra vara, la de los conquistados, la de los herederos forzosos de la occidentalización; un proceso que se inició, según el historiador, con la empresa Islámica, el Imperio turco (1.830), manifiestas oposiciones egipcias de la modesta pero llamativa mano de Mohamed Alí, y el fantasma del comunismo en la misma Europa de 1.848, que vio nacer y florecer estas nuevas ideas, estos cambios que instaban a seguirlos o, caso contrario, a sumirse en la condena de la marginalidad, algo que bien supo
...