Max Weber
Enviado por AFERGUS • 18 de Octubre de 2013 • 7.127 Palabras (29 Páginas) • 292 Visitas
presidencia imperial
Cubre el periodo de 1940 a 1996, la historia de lo que Alfonso Reyes llamó «el pasado inmediato».
El libro se divide en tres partes. La primera, de índole analítica, se titula «El Estado mexicano: fuentes de su legitimidad». Se trata de un balance (con estado de pérdidas y ganancias) de la Revolución
La distancia la da la propia crisis del sistema político mexicano. Ahora sabemos con certeza que el sistema nació con Calles, se corporativizó con Cárdenas, se desmilitarizó con Ávila Camacho, y se convirtió en una empresa con Alemán.
Se trataba de un experimento de economía protegida, sociedad tutelada y política cerrada, insostenible en un mundo que se abría a la competencia y a la comunicación global. La matanza de cientos de estudiantes en 1968 supuso el punto de inflexión, el comienzo de una larga decadencia
El «estilo personal de gobernar» de cada uno, como decía Cosío Villegas, marcó cada periodo. Sin embargo, la estructura y el ritmo de esta sección difieren de la obra precedente en un aspecto fundamental: aquí se anuda la biografía de los presidentes con la pintura de la época y la biografía del sistema político mexicano.
México vivía un tanto abstraído del mundo, terminando de asimilar la vasta experiencia bélica, social, política y cultural que lo había tenido en vilo durante treinta años: la Revolución.
La devastación de la riqueza fue impresionante: cerraron minas, fábricas y haciendas, se desquició el sistema bancario y monetario, desapareció casi todo el ganado y la orgullosa red ferroviaria sufrió un desgaste del que nunca se repuso. Sólo el santuario petrolero de Veracruz había permanecido intacto.
Finalmente, entre 1926 y 1929, cien mil campesinos del centro y el occidente del país se habían levantado en armas contra el «César» Plutarco Elias Calles.
Calles había cerrado la violenta década de los veinte con dos soluciones destinadas a perdurar: la fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) como partido de Estado y los arreglos definitivos con la Iglesia. Sin embargo, la violencia social persistía: en varias zonas del país, las bandas agraristas -vinculadas con los gobiernos locales o estatales- intensificaron su lucha a muerte contra los pequeños y grandes propietarios rurales independientes.
Antes de la llegada de Cárdenas al poder, acaecida en diciembre de 1934,
El triunfo definitivo de Cárdenas sobre el callismo y la claridad misma de su política social detuvieron el baño de sangre, pero no impidieron el último levantamiento militar de la Revolución, el del general Cedillo.
México se había ganado a pulso esa imagen estereotipada que lo pintaba como el país de las pistolas; sin embargo, frente a los horrores que el mundo comenzó a vivir ese año, la violencia mexicana parecería un juego de niños.
La cosecha democrática era más bien escasa. Los revolucionarios no perdían el sueño por ello: la legitimidad del nuevo Estado no provenía de las urnas de la democracia sino de las legendarias balas de la Revolución. De la famosa frase de Madero «sufragio efectivo, no reelección», el Estado revolucionario escamoteaba tranquilamente la primera parte, pero respetaba, eso sí, de manera escrupulosa, la segunda. Tras el asesinato de Obregón, era difícil que un presidente se aventurara a reelegirse.
En 1940, gracias a la legislación obrera desarrollada a partir del artículo 123 de la Constitución de 1917 y a la política obrerista de Calles y Cárdenas, los trabajadores ocupaban no sólo un sitio legal y legítimo, sino visible y preponderante. Desde los años veinte, la Revolución se había vuelto tan obrerista. En 1940 todavía se oían los ecos de sus multitudinarias manifestaciones, cuando sus contingentes llenaban el Zócalo con mantas y pancartas alusivas a la emancipación del proletariado, y sus líderes anunciaban la aurora de una sociedad sin clases
Los muertos de la Revolución no tenían voz, las víctimas no tenían voto, los «revolucionados» no se hacían esas preguntas. El pueblo no creía demasiado en los cambios venidos de la mano del hombre, sino de la de Dios y la naturaleza. Sabía que el gobierno provenía de la Revolución y no ponía en duda su derecho de mandar.
Si no un descubrimiento sin precedentes, el de 1915 era al menos una nueva toma de conciencia
De ellos mismos y de su país. Durante los años de la guerra, centenares de miles de personas, hombres y mujeres, ancianos y niños, abandonaron por su propia voluntad o en contra de ella el «terruño», la hacienda o la patria chica, y viajaron en ferrocarril por el país en una especie de turismo revolucionario, a un tiempo aterrador y alucinante. Como en un campamento gigante o una interminable peregrinación, haciendo la Revolución o huyendo de ella, el pueblo de México invadió el escenario.
LA PRESIDENCIA IMPERIAL
Enrique Krauze, relata la trayectoria y vida de Gustavo Díaz Ordaz; Nació en Oaxaca, viviendo su niñez y adolescencia en Tlacolula, descendiente de José María Díaz Ordaz, (Tío abuelo-liberal); fue gobernador y diputado de Oaxaca, héroe de Reforma y declarado benemérito y mártir de la libertad en 1860.Julián Díaz Ordaz (su abuelo). Los padres de Gustavo Díaz Ordaz fueron: Ramón Díaz Ordaz, quien fue jefe político en municipios de Oaxaca, jefe rural y político de San Andrés Chalchicomula-Puebla, casado con la maestra Sabina Bolaños Cacho; la familia estaba compuesta por sus hermanos de nombres Ramón, María, Ernesto y Guadalupe. Al iniciar, la revolución la familia Díaz Ordaz emigró a Etzatlán-Jalisco, para la administración de un Hacienda. En 1931 regresan a Oaxaca, Díaz Ordaz trata de entrar al Heroico colegio Militar, pero no consigue para la fianza.
En la familia Díaz Ordaz la situación económica era difícil y fue lanzada en la casa en que vivían, se dice que vivieron de “arrimados” en casa del diputado Demetrio Bolaños Cacho, a donde acuden personajes importantes de la política de Oaxaca. En 1931, la familia Díaz Ordaz, comandada por doña Sabina emigra con sus hijos a Puebla, por el terremoto que sacudió a Oaxaca, en esa época en que Puebla era conservadora, religiosa y donde se rehusaba a admitir reformas revolucionarias.
Al inicio del gobierno de Lázaro Cárdenas, el general Maximino Ávila Camacho se convertía en gobernador del estado de Puebla, caracterizado por formar una de peores dictaduras, represor de manifestaciones obreras. El historiador García Cantú conoció a Gustavo Díaz Ordaz, a quien describo como un joven retraído, hosco y que solía bromear, de voz grave y cultivada con esmero, con complejo de fealdad. En esa época conoce a Guadalupe Borja, hija del abogado Ángel Borja Soriano, con la cual tiene un noviazgo con
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