Mitodos De Las Carvenas
Enviado por abcm • 21 de Julio de 2013 • 1.705 Palabras (7 Páginas) • 349 Visitas
Imaginen una gigantesca sala de cine. Adelante, la pantalla, que sube hasta el techo -pero es tan alto que todo eso se pierde en la sombra-, le corta el paso a toda visión de otra cosa que no sea ella misma. La sala está colmada. Desde que existen, los espectadores están aprisionados en su asiento, con los ojos fijos en la pantalla y la cabeza sostenida por auriculares rígidos que les cubren los oídos. Detrás de esas decenas de millares de personas clavadas a sus butacas, hay, a la altura de las cabezas, una vasta pasarela de madera, paralela a la pantalla en toda su longitud. Detrás aun, enormes proyectores inundan la pantalla con una luz blanca casi insoportable.
-¡Qué lugar tan raro! -dice Glaucón.
-No mucho más que nuestra Tierra? Por la pasarela circulan toda suerte de autómatas, muñecas, siluetas de cartón, marionetas, sostenidos y animados por invisibles titiriteros o dirigidos por control remoto. Así pasan una y otra vez animales, camilleros, guadañeros, automóviles, cigüeñas, gente cualquiera, militares en armas, bandas de jóvenes de las afueras, tórtolas, animadores culturales, mujeres desnudas? Unos gritan, otros hablan, otros tocan el cornetín de pistón o el bandoneón, otros no hacen más que apurarse en silencio. En la pantalla se ven las sombras que los proyectores recortan en ese incierto carnaval. Y la muchedumbre inmóvil oye, a través de los auriculares, gritos y palabras.
Mi Diospuntualiza AmarantaExtraño espectáculo, ¡más extraños aún los espectadores!
-Pues se nos parecen. ¿Ven ellos de sí mismos, de sus vecinos, de la sala y de las escenas grotescas de la pasarela, otra cosa que las sombras proyectadas en la pantalla por el torrente de las luces? ¿Oyen otra cosa que lo que les emite su casco?
-Ciertamente nada -exclama Glaucón-, si su cabeza está inmovilizada desde siempre sólo en dirección a la pantalla y sus oídos, tapados por los auriculares.
-Y tal es el caso. No tienen entonces ninguna otra percepción de lo visible que la mediación de las sombras, y ninguna otra de lo que se dice que la de las ondas. Si se supone, incluso, que inventan recursos para discutir entre ellos, le atribuirán necesariamente el mismo nombre a la sombra que ven y al objeto, que no ven, del cual esa sombra es la sombra.
-Sin contar -agrega Amaranta- que el objeto en la pasarela, robot o marioneta, es ya él mismo una copia. Se podría decir que no ven más que la sombra de una sombra.
-Y -completa Glaucón- que no oyen más que la copia digital de una copia física de las voces humanas.
-¡Y sí! Esos espectadores cautivos no tienen ningún modo de concluir que la materia de lo Verdadero es otra cosa que la sombra de un simulacro. ¿Pero qué pasaría si, rotas las cadenas y curada la alienación, su situación cambiara de todo en todo? ¡Atención! Nuestra fábula toma un cariz muy diferente. Imaginemos que se desata a un espectador, que se lo fuerza de pronto a levantarse, a volver la cabeza hacia la derecha y hacia la izquierda, a caminar, a mirar la luz que emana de los proyectores. Por supuesto, va a sufrir por todos estos gestos inhabituales. Deslumbrado por los flotes luminosos, no puede discernir todo aquello cuyas sombras, antes de esta conversión forzada, contemplaba con tranquilidad. Supongamos que se le explica que su antigua situación sólo le permitía ver el equivalente, en el mundo de la nada, de las charlatanerías, y que es ahora cuando está cerca de lo que es, cuando puede enfrentarse a lo que es, de tal suerte que su visión es al fin susceptible de ser exacta. ¿No se quedaría atónito? ¿No se sentiría molesto? Será mucho peor si se le muestra, en la pasarela, el desfile de los robots, las muñecas, los fantoches y las marionetas, y si, a fuerza de preguntas, se le intenta hacer decir qué es todo aquello. Porque es seguro que las sombras anteriores serán aun, para él, más verdaderas que todo lo que se le muestra.
-Y en cierto sentido -observa Amaranta- lo son: ¿una sombra que valida una experiencia repetida no es más "real" que una repentina muñeca cuya proveniencia se ignora?
Inmóvil, tan incómodo como maravillado, Sócrates mira fijamente a Amaranta con sus ojos en silencio. Luego:
-Hay que ir hasta el final de la fábula, sin duda, antes de concluir en cuanto a lo real. Supongamos que se obliga a nuestro cobayo a mirar con fijeza los proyectores. Eso le hace atrozmente mal a los ojos, quiere huir, quiere volver a encontrar lo que soporta ver, esas sombras cuyo ser, según estima, es mucho más seguro que los objetos que se le muestran. Entonces, unos rudos mocetones a quienes les hemos pagado lo sacan sin miramientos de las filas de la sala. Le hacen pasar una pequeña puerta lateral disimulada hasta aquí. Lo echan en un túnel mugriento por el cual se desemboca, al aire libre, en los flancos iluminados de una montaña en primavera. Deslumbrado, se cubre los ojos con mano débil; nuestros agentes lo empujan en la pendiente escarpada, por largo tiempo, ¡cada vez más alto! ¡Más alto aún!
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