Movilidad Social, Seres Humanos
Enviado por drakmilo • 16 de Septiembre de 2014 • 1.090 Palabras (5 Páginas) • 394 Visitas
MOVILIDAD SOCIAL, SERES HUMANOS
Juan Camilo Rodríguez Camargo.
Crecimiento y Desarrollo.
Juan y Juanita
Cuando yo era niño, las personas que visitaban la finca de mi abuela me asustaban con el cuento de Los Siete Juanes. En Casanare, las personas del campo son admirablemente supersticiosas, valientes y crédulas. En mi familia, hoy, somos cinco juanes –seis si contamos a un hermano de mi abuela¬– y según cuenta el cuento, cuando una familia alcanza siete, estos empezarán a morir uno después de otro.
Juan, El Juan, Don Juan, el primer Juan, es mi abuelo. Heredero único de la finca Buenos Aires en lo que hoy es territorio de Hato Corozal (Casanare), Juanito se hizo con algunas más hectáreas gracias a las tierras baldías que el gobierno titulaba a quién así lo exigiera. Nació en 1905 y desde que tuvo memoria hasta su muerte, meses después de mi nacimiento, fue ganadero, igual que su padre. Don Juan abandonó la escuela, en quinto de primaria, para ganar platica con el ganado. Junto a mi bisabuelo recorrió Casanare, Arauca y los llanos venezolanos cambiando carne de Bovino o Chigüiro por café, sal, o más ganado. Mi abuela Olga, que aceptó casarse a los 16 años con mi abuelo de 45, siempre nos contaba las aventuras de Don Juan en las ganaderías de varias semanas o meses hasta Arauca, Tame, Sogamoso o Bogotá: largas jornadas de peligros en cruces de los ríos, en la sabana, en la noche, animales, extravíos, espantos, amores, robos, peleas, borracheras, tiroteos, más espantos y más amores. Juanito fue padre de diecinueve hijos, mi abuela dio vida a seis de ellos.
Tres mujeres tres hombres estudiaron gracias a la insistencia de mi abuelo y abuela en ello. Marcos, Ana Olga, Juanita, Armando, Alberto y Cristina. Al principio ninguno quería dejar el campo pero Don Juan siempre quiso que sus hijos estudiaran y fueran profesionales. A Doña Olga sus hijas una vez le oyeron decir: “yo no las quiero ver toda su vida detrás de un fogón, como a mí”. Sus hijos e hijas nos han repetido toda la vida que debemos mucho a nuestros abuelos. Sin dramatismo nos han enseñado cómo ambos pasaron necesidades para darles estudio a todos en el centro del país, y cómo fruto de eso nosotros, sus nietos, tenemos mejores oportunidades que las que ellos pudieron imaginar para sí mismos. Es cierto y me conmueve. La decisión de Juanito y Olga de obligar a sus hijos a estudiar cambió el rumbo, el futuro y las oportunidades, de seis familias en el transcurso de 30 años.
Juanita, cuyo nombre es un honor a mi bisabuela Juana, es mi madre.
Juanita y Juan
En su juventud, Juanita pasó por varios internados de Boyacá hasta graduarse en Sogamoso como bachiller, lejos de mis abuelos pero conociendo al que sería más adelante su esposo y mi padre. En Bogotá, mientras estudiaba la carrera técnica en química de alimentos –que nunca ha ejercido– Juanita atravesó los momentos de mayor duda e incredulidad frente a su propia educación. Por aquel entonces, compartía mi madre habitación con mi tía Ana Olga, y pasaron por continuas dificultades económicas que sorteaban vendiendo galletas, empanadas,
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