POR QUÉ PROTESTAN EN BRASIL

Lo que empezó como un levantamiento el pasado 6 de junio, en rechazo al aumento de las tarifas de transporte, se convirtió en una serie de protestas con millones de personas en total saliendo a las calles en más de 80 ciudades con una amplia lista de demandas al Gobierno.

Lo llaman el levantamiento Vinagre, en honor a la supuesta virtud que tiene ese líquido para neutralizar el gas que usa la policía al combatir a los manifestantes. La V de vinagre también sirve para identificar a este movimiento masivo y por eso en las calles se ve a las personas usando la máscara de V de venganza que algunos hackers usan para esconder su identidad.

Ha sido una protesta con todas las características de este mundo de internet. Empezó como una convocatoria en las redes para manifestarse por algo específico (se debió inicialmente a un incremento en el costo de los pasajes de autobús) y ahora es un monstruo de mil cabezas transmitido en directo por las cadenas de noticias en el mundo entero.

Pero en el fondo lo que hay en Brasil es un descontento generalizado por la rampante corrupción que encontró un detonante cuando tocó tal vez lo más sagrado para esa nación: el fútbol.

En el país del “orden y progreso” pelean porque una fiesta propia del pueblo, propia de todos, fue violentada por la corrupción, una actividad de pocos, pero que se queda con todo.

Miles están furiosos porque el Gobierno está gastando más de US$30 billones para organizar el Mundial del próximo año en medio de acusaciones de corrupción y un evidente retraso en las obras que sólo permite pensar que el dinero no está llegando a donde debe llegar.

Esto de la mano de un creciente descontento hacia la Fifa, que es vista por muchos como una organización elitista que enriquece a muy pocos y que, aunque acaba de anunciar expectativas de ganancias récord por derechos de transmisión del evento, poco le devuelve al país anfitrión.

Brasil ha logrado mucho en las últimas décadas. Su economía se ha fortalecido, sus instituciones son más fuertes y ha hecho destacadas inversiones en infraestructura y en beneficio de los más necesitados. También ha generado las oportunidades para que su clase media sea ahora mayoría y miles de personas hayan dejado atrás la pobreza. Pero al mismo tiempo, tal y como destaca el New York Times en su reciente editorial sobre el tema, aún existe un inmenso vacío entre lo que ha prometido su actual gobierno de izquierda y las duras realidades del día a día de sus habitantes.

El Banco Mundial cataloga a Brasil como la séptima economía más grande del mundo, pero al mismo tiempo la ubica como una de las peores en términos de distribución del ingreso. Sus niveles de educación tampoco son los mejores, sus estudiantes de colegio clasifican entre los peores cuando se les evalúa en compresión de lectura y matemáticas. Por eso allá, aun cuando aman el fútbol, muchos creen

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