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Se le pidió a 110 comerciantes que dijeran que tipo de programa de televisión preferían


Enviado por   •  19 de Octubre de 2013  •  5.216 Palabras (21 Páginas)  •  527 Visitas

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Se le pidió a 110 comerciantes que dijeran que tipo de programa de televisión preferían. La tabla muestra las respuestas clasificadas a la vez según el nivel de estudios de los comerciantes y segúnSe pasa una mano por el pelo sin dejar de mirarla. —Christian, por favor —le suplico—. Leila solo quería darte las gracias. Eso es todo. Él me ignora y centra toda su ira en Leila. —¿Te quedaste en casa de Susannah cuando estuviste enferma? —Sí. —¿Sabía ella lo que estabas haciendo mientras estabas en su casa? —No. Estaba fuera, de vacaciones. Christian se acaricia el labio inferior con el dedo índice. —¿Por qué necesitabas verme? Ya sabes que debes enviarme cualquier petición a través de Flynn. ¿Necesitas algo? —Su tono se ha suavizado un poco. Leila vuelve a pasar el dedo por el borde de la mesa. ¡Deja de intimidarla, Christian! —Tenía que saberlo. —Y entonces le mira directamente por primera vez. —¿Tenías que saber qué? —le pregunta. —Que estabas bien. Él la mira con la boca abierta. —¿Que yo estoy bien? —La observa con el ceño fruncido, incrédulo. —Sí. —Estoy bien. Ya está, pregunta contestada. Ahora te van a llevar al aeropuerto para que vuelvas a la costa Este. Si das un paso más allá del Mississippi te lo quitaré todo, ¿entendido? ¡Por el amor de Dios, Christian! Me quedo pasmada. Pero ¿qué demonios le está pasando? No puede obligarla a quedarse a un lado del país. —Sí. Lo entiendo —dice Leila en voz baja. —Bien. —El tono de Christian ahora es más conciliador. —Puede que a Leila no le venga bien irse ahora. Tenía planes —protesto, furiosa por ella. Christian me mira fijamente. —Anastasia… —me advierte con la voz gélida—, esto no es asunto tuyo. Le miro con el ceño fruncido. Claro que es asunto mío, está en mi oficina después de todo. Tiene que haber algo más que yo no sé. No está siendo racional. Cincuenta Sombras…, me susurra mi subconsciente. —Leila ha venido a verme a mí, no a ti —le respondo en un susurro altanero. Leila se gira hacia mí con los ojos abiertos hasta un punto imposible. —Tenía instrucciones, señora Grey. Y las he desobedecido. —Mira nerviosamente a mi marido y después a mí—. Este es el Christian Grey que yo conozco —dice en un tono triste y nostálgico. Christian la observa con el ceño fruncido y yo me quedo sin aire en los pulmones. No puedo respirar. ¿Christian era así con ella todo el tiempo? ¿Era así conmigo al principio? Me cuesta recordarlo. Con una sonrisa triste, Leila se levanta. —Me gustaría quedarme hasta mañana. Tengo el vuelo de vuelta a mediodía —le dice en voz baja a Christian. —Haré que alguien vaya a recogerte a las diez para llevarte al aeropuerto.

—Gracias. —¿Te quedas en casa de Susannah? —Sí. —Bien. Miro fijamente a Christian. No puede organizarle la vida así… ¿Y cómo sabe dónde vive Susannah? —Adiós, señora Grey. Gracias por atenderme. Me levanto y le tiendo la mano. Ella me la estrecha agradecida. —Mmm… Adiós. Y buena suerte —murmuro, porque no estoy segura de cuál es el protocolo para despedirme de una antigua sumisa de mi marido. Asiente y se gira hacia él. —Adiós, Christian. Los ojos de Christian se suavizan un poco. —Adiós, Leila. —Su voz es muy baja—. Todo a través del doctor Flynn, no lo olvides. —Sí, señor. Christian abre la puerta para que salga, pero ella se queda parada delante de él y le mira. Él se queda quieto y la observa con cautela. —Me alegro de que seas feliz. Te lo mereces —le dice, y se va antes de que él pueda responder. Él frunce el ceño mientras la ve marcharse y le hace un gesto con la cabeza a Taylor, que sigue a Leila hacia la zona de recepción. Cierra la puerta y me mira inseguro. —Ni se te ocurra enfadarte conmigo —le digo entre dientes—. Llama a Claude Bastille y grítale a él o vete a ver al doctor Flynn. Se queda con la boca abierta; está sorprendido por mi reacción. Arruga la frente otra vez. —Me prometiste que no ibas a hacer esto. —Ahora su tono es acusatorio. —¿Hacer qué? —Desafiarme. —No prometí eso. Te dije que tendría más en cuenta tu necesidad de protección. Te he avisado de que Leila estaba aquí. Hice que Prescott la registrara a ella y a tu otra amiguita. Prescott estuvo aquí todo el tiempo. Ahora has despedido a esa pobre mujer, que solo estaba haciendo lo que yo le dije. Te pedí que no te preocuparas y mira dónde y cómo estás. No recuerdo haber recibido ninguna bula papal de tu parte que decretara que no podía ver a Leila. Ni siquiera sabía que tenía una lista de visitas potencialmente peligrosas. Mi voz va subiendo por la indignación mientras defiendo mi causa. Christian me observa con una expresión impenetrable. Un momento después sus labios se curvan. —¿Bula papal? —dice divertido y se relaja visiblemente. No tenía intención de hacer una broma para quitarle hierro a la conversación, pero ahí está, sonriendo, y eso solo me pone más furiosa. El intercambio entre él y su ex ha sido algo desagradable de presenciar. ¿Cómo ha podido ser tan frío con ella? —¿Qué? —me pregunta, irritado porque mi cara sigue estando decididamente seria. —Tú. ¿Por qué has sido tan cruel con ella? Suspira y se revuelve un poco, apoyándose en la mesa y acercándose a mí.

—Anastasia —me dice como si fuera una niña pequeña—, no lo entiendes. Leila, Susannah… Todas ellas… Fueron un pasatiempo agradable y divertido. Pero eso es todo. Tú eres el centro de mi universo. Y la última vez que las dos estuvisteis en la misma habitación, ella te apuntaba con una pistola. No la quiero cerca de ti. —Pero, Christian, entonces estaba enferma. —Lo sé, y sé que está mejor ahora, pero no voy a volver a darle el beneficio de la duda. Lo que hizo es imperdonable. —Pero tú has entrado en su juego y has hecho exactamente lo que ella quería. Deseaba volver a verte y sabía que si venía a verme, tú acudirías corriendo. Christian se encoge de hombros como si no le importara. —No quiero que tengas nada que ver con mi vida anterior. ¿Qué? —Christian… Eres quien eres por tu vida anterior, por tu nueva vida, por todo. Lo que tiene que ver contigo, tiene que ver conmigo. Acepté eso cuando me casé contigo porque te quiero. Se queda petrificado. Sé que le cuesta oír estas cosas. —No me ha hecho daño. Y ella también te quiere. —Me importa una mierda. Le miro con la boca abierta, asombrada. Y me sorprende que todavía tenga la capacidad de asombrarme. «Este es el Christian Grey que yo conozco.» Las palabras de Leila resuenan en mi cabeza. Su reacción ante ella ha sido tan fría… Es algo que no tiene nada que ver con el hombre que he llegado a conocer y que amo. Frunzo el ceño al recordar el remordimiento que sintió cuando ella tuvo la crisis, cuando creyó que él podía ser el responsable de su dolor. Trago saliva al recordar

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