Seguridad Nacional

La situación de la inseguridad personal es una verdadera emergencia nacional. Ya no solo es la inseguridad en sí, sino cierta tendencia a respuestas espontaneas de la ciudadanía frente a la inseguridad, que reproducen la violencia de manera preocupante. Resaltemos eso, porque esa violencia espontánea de los ciudadanos, implica la legitimación de la violencia como norma en las relaciones interpersonales. Además, es el reconocimiento colectivo de que El Estado no se presenta; no se responsabiliza y luego, definitivamente sólo obstaculiza.

Para quienes vivimos en el mundo real, los servicios policiales del Estado actúan sospechosamente. No patrullan las calles, delatan a los vecinos que denuncian delincuentes, no se responsabilizan por la seguridad de los dirigentes comunales, no responden a los llamados de emergencia, no velan por la seguridad de las escuelas y pare usted de contar. Para la mayoría de las personas, los cuerpos policiales son cómplices de los delincuentes. La gente del mundo real, teme al ver un policía en una alcabala y descarta solicitar su ayuda cuando se es victima del delito ¡Todos hemos escuchado, de los jugosos negocios de los policías cuando atrapan un viernes a un maleante y luego lo sueltan el domingo!

¿Qué se podría hacer? ¡Hacer! En primer lugar, porque la Policía Nacional se plantea con timidez y temor ante los intereses y tradiciones que deben ser afectados. La Policía Nacional deja sin justificación, tanto a la Guardia Nacional, como a las policías regionales y municipales. Debe haber una sola policía en toda la república. Distribuida territorialmente por cada cierto rango poblacional; por ejemplo, por cada 25.000 habitantes. Abocada plenamente a la prevención. Que tenga presencia en todas y cada una de las escuelas, parques, paradas de transporte y otros lugares estratégicos ¡Una policía cuya misión sea, enfáticamente, la prevención de todos los delitos!

En segundo lugar, debe repensarse el funcionamiento del CICPC. Porque también tiene que distribuirse territorialmente por un rango poblacional no mayor a 25.000 habitantes. De tal manera, que los ciudadanos tengamos real acceso a sus servicios cuando sufrimos un crimen. Cosa que hoy es difícil para la mayoría de nosotros, dada la escueta presencia de ese cuerpo en el territorio nacional.

Por último, meter de verdad el dedo en la yaga del sistema judicial. Jueces, fiscales y profesionales del derecho, actúan exactamente en el sentido contrario de la justicia ¡Es imposible que nos tapemos los ojos ante la flagrante corrupción judicial, que favorece la actividad hamponil en nuestro país! Esa corrupción influye negativamente en el funcionamiento del CICPC.

Prevención y solución eficaz del delito. Esos Objetivos son mucho mas determinantes del proceso trasformador, que las consignas, las franelas y las marchas.

Como ya hablamos en la presentación, estamos un momento de profundas contradicciones. De infamias, injusticias, muerte, desolación y robo; pero también de resistencias, coraje, indignación, valor y alegría.

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