Ser mujer, ser Mujer Indígena
Enviado por ditoer • 24 de Abril de 2014 • Ensayo • 3.216 Palabras (13 Páginas) • 314 Visitas
Ser mujer, ser Mujer Indígena
Queridas Amigas y amigos:
En esta ocasión presentamos este articulo que encontré en un volante de la Asociación de Mujeres Tierra Viva con motivo del día de la Mujer Rural, al leerlo se me movió el corazón y me hizo pensar en mi madre; una mujer rural, y en tantas mujeres que desde sus vivencias pueden dar fe de lo que dice este texto y de este sentimiento que genera. Recuerdo las platicas en la noches con mi madre (que además es activista de derechos humanos de Mujeres), en que me contaba su vida de niña en el pueblo.
Espero que les guste tanto como a mi, y en el marco del día Internacional de la Mujer este 8 de Marzo, podamos discutir, dialogar y exigir el cumplimiento de los derechos para tantas mujeres que no pueden hacerlo.
Un Abrazo a todas las Compañeras en este día internacional de la Mujer.
¡Que disfruten la lectura!
Ser mujer, ser Mujer Indígena
Soy mujer indígena, hija de la tierra y el sol, la ruralidad corre por mis venas, pertenezco a una identidad con una cultura milenaria que hoy conservo como un tesoro.
Convivo con lo que me rodea, con la lluvia, el viento, la montaña, el cielo… soy feliz en estas soledades… tengo tiempo para contar las estrellas, tiempo para poner mis sueños al día, para danzar con los pájaros sintiendo el aire fresco del amanecer y hablar en silencio con los animales, con las plantas, con los espíritus.
Laguna Chicabal fotografía tomada de la pagina de:
Concejo de Aéreas Protegidas.
http://www.conap.gob.gt/
Se sembrar con la Luna, los frutos del alimento, teñir la lana para hacer el tejido, hacer medicina como me enseño mi abuela, cantar al nuevo día. Se amasar sencillamente con la constancia y con ternura… soy mujer como la Madre Tierra, viva, sabia, en constante cambio, protectora y fuerte.
Soy Mujer Indígena, soy Mujer Rural, y sé lo que quiero… cambiar cosas, esas cosas que duelen dentro y se van agrandando como la impunidad, la violencia, la discriminación, la destrucción, las palabras incumplidas y ese sentimiento de estas siendo violada constantemente.
Quiero que me respeten, quiero que me reconozcan el valor de mi ser, de mi trabajo, de mi aporte a este país, a este planeta, soy el junco en la corriente, firme con la montaña más alta, libre como el colibrí, y dulce como los atardeceres.
Soy Mujer Indígena, soy mujer Rural, hija de la Tierra y el Sol, se lo que quiero, tengo esperanza y sé que las cosas van a cambiar.
Anónimo.
Como te veo te trato
Queridos amigos y amigas:
Empezamos este año con este articulo de Susana de León, quien nos autorizó su publicación en este blog.
Este articulo sirva para que los que hemos perdido nuestra identidad étnica la recuperemos, los que la tenemos nos empoderemos de ella para construir una nueva sociedad.
Amables y estimados lectores esperamos de todo corazón que este año nuevo gregoriano 2014, sea lleno de caminos planos, anchos y veredas hermosas y floridas y que nos sigamos leyendo en este nuevo año.
¡Larga Vida y Útil Existencia!
Julio Menchú
Equipo de Espiritualidad Maya de Guatemala
Como te veo te trato
Vestir otro traje para ser uno más y mimetizarse en un mar de personas, la decisión que toman algunos jóvenes indígenas o sus padres para evitar el racismo y la exclusión en las urbes. Mi historia y la de tantos más. Una crónica de tres días con un traje regional para comprobar en carne propia el adagio popular.
Susana de León • sdeleon@elperiodico.com.gt
“Su disfraz no está completo”, espetó. Por la mueca en mi rostro supo que no la comprendía. “Sí, su disfraz no está completo porque sus pies están demasiado limpios y sus talones no están rajados”, repitió. Debe ser por mi aspecto. Estoy vestida con un traje regional: blusa amarilla con un tono similar al de las casas antigüeñas, un corte azul pavo y mis sandalias favoritas.
Esperaba escuchar estos comentarios por los pasillos de los centros comerciales o al momento de conducirme por las congestionadas calles de la ciudad capital, la segunda urbe más racista del país, según las estadísticas de la Comisión Presidencial Contra la Discriminación y el Racismo Contra los Pueblos Indígenas en Guatemala (Codisra) –la primera es Quetzaltenango–, pero no en la oficina donde trabajo.
Tres días vestida así, como mi madre, mis abuelas, mis bisabuelas y el extenso árbol genealógico que me antecede, con el traje de Santa Cruz del Quiché. Mezclándome entre los jóvenes para comprobar si es cierto aquel adagio popular de “como te veo te trato”. ¿Cómo se vive en la ciudad si una porta un traje regional? ¿Está fundamentado el temor de las generaciones que abandonaron su corte? ¿Prima en estos días el esquema mental de mujer indígena igual a persona analfabeta o empleada doméstica? Había que hacer la prueba, portar el traje después de 25 años y añadir a mi propia historia anécdotas distintas a las de las mujeres de mi familia.
Realizar este experimento no fue el resultado de un capricho momentáneo o un intento de provocación, sino la necesidad de describir desde mi propia vivencia qué sucede cuando se deja de ser uno más por la forma de vestir. “Ser extranjero en su propia tierra”, lo definen antropólogos.
Me llevé algunas sorpresas, por ejemplo, la mejora del servicio al cliente, al menos en los lugares visitados. “Ahora ya te atienden”, decía mi madre recordando un episodio vivido diez años atrás, cuando ella y mi padre esperaron por más de 20 minutos que los atendieran en una agencia de automóviles. El dependiente, un hombre que rondaba los 30 años, solo les alcanzó un folleto con los modelos sin ofrecerles un recorrido por el local. Al señalar el carro de su interés les preguntó asombrado “¿…y ustedes en qué carro vienen pues?”. Pero hemos avanzado, opina Rosa Tacán, excomisionada de Codisra: “Cada vez más entidades se preocupan por encontrar mecanismos para erradicar el problema”.
Anécdotas sobran. Comentarios como el de los pies descuidados, miradas despectivas hacia mujeres que portan el traje de su comunidad lingüística, también. Los hombres conocen el racismo, pero en una dosis menor, “ellos fueron los primeros en despojarse del vestuario regional. Trabajaban y estaban en mayor contacto con
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