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Urbit et Orbi


Enviado por   •  18 de Marzo de 2022  •  Trabajo  •  5.289 Palabras (22 Páginas)  •  62 Visitas

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URBI ET ORBI

Fernando Tenorio Tagle

Profesor – Investigador de la UAM-A

Profesor Invitado

Universidad Autónoma de Tlaxcala

Urbi et Orbi, entrelazando en nuestro tiempo sus diversos sentidos sacros y profanos, revive en la Aldea Global el sentido originario descrito por Salah Stétié (1983), de apreciar a la urbe enfrentada al orbe y establecida como el centro de intersección y conciliación de las fuerzas cósmicas; y justo por ello,  presagian la aventura hacia aquellas fronteras del universo que la ciencia y la tecnología de manera lenta pero constante van posibilitando. Mientras todo ello se reproduce en el imaginario social como acaeció en los años 60 del siglo XX con el denominado “gran salto de la humanidad” al arribar a nuestro satélite, buena parte de la humanidad presagia otro tipo de aventura haciendo eco a la formulación griega de “Ir de un pasado de desesperación hacia un futuro prometedor” (Burkert W. 1987). La vívida desesperanza que ubica a los más de los sapiens entre el temor y la esperanza, puede en ocasiones promover los signos de toda racionalidad decidida con independencia de los resultados que puedan concretarse, como embrionariamente sucedió en los originarios pueblos mesoamericanos: “solo los decididos se pusieron en movimiento” (Tenorio Tagle F. 1992).

Migración, palabra que evoca el relato bíblico “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y dominadla”, narra, a su vez, la práctica social más importante en el origen del ser humano, precisamente para los efectos de su sobrevivencia, por ser los sapiens en ese origen constitutivos de pueblos recolectores y cazadores, lo que ha hecho posible que, a pesar de la debilidad de su equipo biológico, como lo caracteriza Umberto Galimberti (2002), éstos habiten el planeta y no sólo un ecosistema. No obstante, las diversas migraciones que fueron asentándose propiciaron que diversos grupos entraran en contacto entre sí.  Todos ellos y en todos los hemisferios fueron construyendo su identidad y cultura, afirmándose solo así mismos como seres humanos, calidad no digna, desde ese contacto, para quienes empezaron a ser calificados como “los otros”.

Esta cuestión ha sido ampliamente tratada por la antropología analizando la totalidad de los hemisferios y en este sentido, Hans Magnus Enzensberger cita diversos ejemplos como el caso de los nahua en Mesoamérica quienes llamaban popolaca, que significa tartamudo, a los miembros de las tribus vecinas que ya habían sido contactadas, una cuestión presente con antelación sea en Grecia o en Roma, al considerar a los otros como bárbaros, cuyo primer significado era tartamudo o balbuceante, y otros casos semejantes (1992. Pág. 21). De ahí que, Claude Lévi-Strauss considerase que semejante contacto hizo que las tribus se intercambiasen sus epítetos más peyorativos y se reafirmasen como los únicos que pueden atribuirse la calidad de seres humanos (Cit. Por Enzensberger. Op. Cit. Páginas 21 y 22. Véase también Lévi -Strauss Claude. Tristes trópicos 2016).

Nosotros y los otros representa, en efecto, la inicial dicotomía de lo que hoy entendemos como exclusión social y que, como lo acredita Roberto Esposito, se explicita en lengua castellana en la primera persona del plural: “nos – otros” (2012 Págs. 48 y 158). Una dicotomía que ha traído consecuencias desastrosas para amplios márgenes de la población mundial dada la violencia que ha venido acompañando a la asunción de superioridad de unos frente a los otros, lo que en cualquier caso ha hecho eco a las  categorías de la antigua Grecia de diferenciar entre Zoe la vida en general o nuda vida y Bios, esto es, la vida de calidad de aquel calificado como humano. Se piense, a este respecto, en la sacralidad de la vida de la tradición latina, ritualidad que implicaba declarar a alguien como portador sólo de su nuda vida y, en consecuencia, cualquiera podría darle muerte sin que hubiera represalias jurídicas; esto es, una vida sin valor alguno (Agamben Giorgio. 2005.). A este respecto, sigo considerando que la interpretación más completa del inicio de la entramada de la exclusión la desarrolla Octavio Paz al sintetizar: “Cada cultura se ha asentado en un nombre, verdadera piedra de fundación y con el nombre no sólo se afirma sino que se diferencia de las otras: Musulmanes-Infieles; Cristianos-Paganos; Toltecas-Chichimecas; Nosotros y los Otros” (1974. Pág. 39).

Asentadas las culturas y en razón del miedo generado por la dicotomía “Nos-Otros”, el cual va más allá del original miedo a la muerte al que se refiere Franz Rozensweig (2006), dirigiéndose este temor especialmente el miedo a ser asesinado (Tenorio Tagle Fernando 2015), las originarias ciudades fueron establecidas como ciudades de defensa y simultáneamente como ciudades de conquista apreciable en los trabajos de Leonardo Benévolo como de Manuel Castells (Cit. Por Morales J. 1988). En este sentido, la violencia que amenaza y acompaña a toda forma de exclusión social vino a verificarse hasta nuestros días a partir de la guerra, la que más allá de la guía económica que la hace inteligible, vendría a configurarse, desde el origen, como el elemento simbólico más importante de cohesión social (Pasquinelli Carla 1986), esto es, unirnos para luchar contra el otro, propiciar que la propia cultura perviva extinguiendo a las otras,  aunque a pesar de la puesta entre paréntesis husserliana, la racionalidad vencida mutará siempre en el metalenguaje de la racionalidad vencedora, no casualmente la originaria racionalidad de Occidente ha sido identificada como la tradición grecolatina.

En esa línea evolutiva, la que según la conjetura de René Girard (1980), es sólo una en todas las culturas y en todos los hemisferios y que lleva ya 200 mil años en opinión de Yuval Noah Harari (2013), rigió en las prácticas sociales la denominada ley de la sangre identificada a partir de la venganza, inicial criterio de lo que más adelante vendría a definirse como justicia, aunque al comienzo en variados casos, como lo recuerda (Westermark 1993), la propia venganza, la muerte del victimario, vendría a escenificarse como sacrificio u ofrenda dada al alma o espíritu de la víctima. Semejante venganza que regiría por milenios, causó igualmente estragos en forma tal que se conjetura la desaparición de diversos grupos humanos por haber sido la venganza siempre desproporcionada a pesar del desarrollo de diversos límites formales que pretendieron reducirla (Sandoval Huertas E. 1998).

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