PRIMERO ESTABA EL MAR
Enviado por camaleonte • 2 de Mayo de 2016 • Apuntes • 2.782 Palabras (12 Páginas) • 356 Visitas
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EL PUEBLO KOGI
POR GONZALO MUÑOZ SANDOVAL
Primero estaba el Mar. Todo estaba oscuro. No había sol, ni luna, ni gente, ni animales, ni plantas. Sólo el mar estaba en todas partes, El mar era la Madre. Ella era agua y agua por todas partes y ella era río, laguna, quebrada y mar y así ella estaba en todas partes. Así, primero estaba la Madre. Se llamaba Gaulchovang.
LA COSMOGONÍA KOGI O LA SABIDURÍA DEL RESPETO
En una hermosa y escarpada montaña llamada La Sierra Nevada de Santa Marta, en el norte de lo que hoy se conoce como Colombia, junto a los azulados matices del mar Caribe, en un tiempo muy lejano la Madre Universal dejó viviendo a sus mejores hijos para que cuidaran y disfrutaran del maravilloso lugar que había sido destinado para ellos.
Así vivieron durante mucho, muchísimo tiempo, en gran paz y armonía con todo lo que les rodeaba, en permanente contacto con la Madre y con sus antepasados, a quienes consultaban sobre cada una de las necesidades diarias y de quienes recibían asistencia, protección e información sobre todas las cosas de aquí y de allá. Pero ocurrió que un aciago día desde las tierras más bajas llegaron unos hombres siniestros que, montados sobre grandes animales de cuatro patas, atacaron a los mejores hijos de la Madre Universal, asolaron su tierra, destruyeron sus viviendas, destrozaron sus cultivos y, lo peor, ensuciaron las aguas con sangre y muerte.
Los pocos de los mejores hijos de la Madre Universal que tuvieron la oportunidad, escaparon hacia la parte más alta de la gran montaña, hasta donde no pudieran llegar los forasteros, y desde allí indagaron a sus espíritus pasados por lo ocurrido. Entonces supieron que tenían unos hermanitos menores, otros hijos no tan buenos que también había creado la Madre Universal, y que desde ese momento su misión sería proteger el mundo de esos hermanitos tratando de hacerles ver el error en el que estaban y de proteger, hasta donde les fuera posible, todo lo que la Madre había dispuesto para todos.
Con el andar del tiempo esos extraños venidos desde muy lejos se multiplicaron tanto, se adueñaron de casi todo y desarrollaron un sistema de creencias al que ellos mismos llamaron “ciencia”, que se atrevieron a llamarlos a ellos “indígenas” y a considerarlos un espécimen exótico, una comunidad descontextualizada que “creía” que había existido alguna vez una tal “Madre Universal”, que era el agua, y que ellos “se creían” hermanos mayores y “se sentían” en el deber de cuidar el mundo y anunciarles a ellos, a los portadores de la “ciencia”, sobre el daño que estaban causando a la Madre.
Entonces se supo que allá en la montaña fantástica, la que dormía elevada junto al mar, habitaba un pueblo antiquísimo llamado Kogi, poseedor de una sabiduría milenaria basada en un profundo y sagrado respeto por todo lo viviente y lo no viviente, por lo visible y lo invisible, que desde su altiva sencillez enviaba al mundo un respetuoso mensaje de amor venido desde más allá de los confines del universo.
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[pic 4]LA MITOLOGÍA KOGI: LA SECRETA SACRALIDAD DE LOS ANCESTROS
Para cualquier ser humano no perteneciente cultural o familiarmente (ya sea por vínculo de sangre o de afinidad espiritual) a un grupo humano de los llamados Indígenas, aproximarse a la mitología de cualquier pueblo ancestral de La América le exige despojarse de los muchísimos prejuicios mentales de todo orden que se encuentran incrustados en su estructura de pensamiento y que lo conducen a entender este conocimiento milenario, sagrado, espiritual y base de la cosmovisión natural de los pueblos originarios como un asunto de simples creencias mágicas y fantásticas, fruto más de la ausencia de “educación”, formación y conocimientos que lo que en realidad es: el catálogo, el mapa y el sistema normativo que rige la vida de la gente transmitido por los antepasados desde tiempos sin memoria.
Como todos los pueblos antiguos, el pueblo Kogi es poseedor de un conocimiento que explica el orden de las cosas y que lo mantiene vigente, que pervive en la voz del Mama quien lo ha heredado de sus mayores y que dispone la armonía del hombre con su universo circundante. En palabras del hombre no-Kogi, y más por definición “científica” que por otra cosa, este acopio de información espiritual es conocido como Mitología, término que nos vemos en la penosa necesidad de utilizar para no quedar “excomulgados” de la verdad académica. Sin embargo, haciendo esta salvedad quizás demasiado romántica, lo cierto es que hemos de referirnos a los mitos del pueblo Kogi como una verdad espiritual más que como un simple asunto de creencias propias de un pueblo en particular.
Dentro de este aspecto lo más importante de resaltar es el valor de certeza, la convicción que el mito en sí mismo ---su significado, su valor, su trascendencia--- representa para la comunidad. A diferencia de otros “sistemas de creencias” (entre los que no se pueden incluir los mitos Kogi) estos transmiten una verdad incuestionable que se traduce a la vida práctica de los miembros de la sociedad sin acercarse jamás al simple concepto de creencia. Quiero ser muy enfático es esto, pues desde lo lingüístico hasta lo espiritual es muy distinto creer alguna cosa que saber alguna cosa. Los mitos Kogi no son creencias ---insisto--- sino verdades que se experimentan, que se sienten, que se viven, que están ahí en el acontecer y en el transcurrir de la vida física y espiritual.
Estas consideraciones podrían ser cuestionadas en cualquier momento por algún amante del “pensamiento científico” argumentando, por ejemplo, que ningún individuo puede experimentar el origen de su especie antes del primer hombre; en palabras Kogi, cuando todo estaba oscuro. No había sol, ni luna, ni gente, ni animales, ni plantas. Sólo el mar estaba en todas partes, es decir, el mito no es posible de ser experimentado en el presente justamente porque refiere situaciones de un pasado demasiado lejano y abstracto. Este argumento podría parecer cierto si en el pensamiento Kogi la certeza de que es el agua la Madre Universal Gaulchovang no significara la responsabilidad que cada individuo siente por la protección de cada cuenca hídrica, de cada nacimiento, da cada río y del mismo mar en función del vínculo filial que tiene con ella. Valga en este momento la comparación con el hombre “blanco” católico, por poner algún ejemplo, y su nivel de compromiso con el agua y con el medio ambiente en general: sus mitos no lo aproximan con nada, no lo comprometen, no lo vinculan con su mundo; las consecuencias de esa fractura saltan a la vista por sí mismas.
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