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24 Horas En La Vida De Mujer


Enviado por   •  13 de Enero de 2014  •  831 Palabras (4 Páginas)  •  925 Visitas

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ENTRADA: Estephan Zweig, Mrs.C., joven Alemán, Madan Henriete, Jovén Francé, Fabricante de Lyon (esposo Madan Henriete), Annette y blanche (hijas de Madan Henriete)

Stefan Zweig (1881-1942) poseyó de un modo excepcional el don del narrador, ese don consistente en saber arrancar de la más trivial y trillada historia, por poco original que resulte su punto de partida, una narración desbordante de belleza y de elegancia. En este sentido no resulta extraño que en su tiempo, y todavía hoy, Zweig gozara de la mayor reputación como biógrafo de los grandes protagonistas de la historia, entre ellos María Antonieta, Fouché, Erasmo, Dostoievsky o Montaigne: ciertamente, escarbar en la aridez de toda una vida (porque la vida es a menudo árida, incluso para los hombres ilustres) y encontrar, en su profundidad, los vestigios de la tragedia humana, la esencia de un destino particular e insalvable, es una empresa reservada a muy pocos escritores, y Zweig la supo cumplir mejor que nadie.

Con todo, conviene no dejar que, como ha pasado con demasiada frecuencia, su faceta de biógrafo nos oculte la originalísima voz que poseía como narrador, a la que debemos piezas tan rotundas y brillantes como Carta de una desconocida, la perfecta Novela de ajedrez o bien la que ahora nos ocupa, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, para citar solo algunos títulos de entre su extensa producción. Todas ellas son obras breves, casi cuentos, conducidas con una prosa austera y equilibrada, despojada de ornamentos superfluos o aditamentos innecesarios. El propio Zweig reconocía que esta forma de escribir respondía a un vicio que él mismo tenía como lector, a saber: la impaciencia. La necesidad de precipitarse desde la primera línea, como en un torbellino, hacia la última, de ser absorbido (pero sin efusiones románticas, a pesar de todo) por el juego de pasiones y pensamientos que recorren las páginas de un libro, era para Zweig una condición necesaria de la buena literatura, y él mismo supo dejarse guiar por ese instinto a la hora de escribir sus obras; y lo hizo, cabe decir, con muy buena fortuna.

Zweig nació el año 1881 en Viena, hijo de una acaudalada familia judía; judía, como él mismo decía, únicamente por una casualidad de nacimiento, por lo que la religión nunca jugaría un papel especialmente significativo en su vida. Pasó su infancia y su juventud, pues, rodeado de la crème intelectual de la Austria del cambio de siglo, en lo que él mismo denominaba, en sus memorias intituladas El mundo de ayer, la «Edad de Oro de la seguridad»: un mundo plenamente burgués, convencido de sí mismo y desapasionado; un mundo de hombres gruesos y de barba entrecana, donde el optimismo y el sueño de una Europa cosmopolita era todavía un ideal tangible. En aquella época, Zweig se doctoró en Filosofía por la Universidad de Viena, y se rodeó allí de la más exquisita vanguardia vienesa, en un

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