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Asadkkafd


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2015  •  Biografía  •  533 Palabras (3 Páginas)  •  101 Visitas

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EL PASAJE AL INFINITO.

Un par de días después de la muerte de su madre, se levantó de su cama con una órbita rejuvenecedora que no buscaba más que salir de aquel antro de melancolía y dolor que le había generado el nefasto hecho. Era lunes, cerca de las siete menos quince se sirvió su café instantáneo de todos los días y ocupó el mismo lugar de siempre, abrió su cuaderno y entre parpadeos dormidos, leyó el último párrafo de la historia.

Esa era la nueva vida de ese escritor nato, sola y vacía, llena de letras y metáforas, que calientan el alma a través de café y música. Mientras su congestionada garganta sentía el calor del peculiar líquido oscuro se mente factorizaba las grandes ideas que continuarían la novela policíaca tan esperada por el público. Empezó a escribir de un momento a otro, por inercia, como sabía hacerlo, como yo mismo relato esto. Y entre café y cigarros, terminó un nuevo capítulo.

Se levantó súbitamente del asiento, y con torpes movimientos, miró hacia el espejo, su demacrada piel y su estupefacto olor le permitieron percibir lo mal que estaba, mirando a través de sus pupilas, detallando el iris, se sintió totalmente vacío y muerto, ya no era capaz de percibirse a sí mismo, ni tampoco al placer en las letras que había redactado hace unos momentos. No sintió preocupación, ni angustia, al fin y al cabo, no había nada que perder, y lógicamente, nada por que luchar.

Sin sonrisas, ausente de lágrimas, su cuerpo no optó por sentir el detallado placer del agua al caer, una ducha rápida, sin música ni pensamientos, abordó su piel, y después de ajustarse la corbata de cuadros a escala gris salió a través del hall con los títulos y premios que había conseguido en el pasado, que ahora yacían imperceptibles a la vista del escritor, irreconocibles para su propia alma.

Caminó por las apagadas calles de la ciudad, sin ningún rumbo, y con un paso lento e inconstante —con peculiar melancolía—, observando a aquellas mujeres que tanto le fascinaron en un principio, esas musas independientes, fuertes y bellas que le inspiraron algún relato de sincronía perfecta, un poema abstracto que sólo él —de excelente memoria— comprendía. Así, continúo en la propia procesión de su muerte, aguantando el mal clima de sí mismo, y las memorias encontradas.

Escuchó los saxofones del centro, los ya viejos negros sentados en butacas, tocando su propia música, enorgulleciendo al hombre de tez morena que cayó tendido de cansancio ya hace años. Él sabía que podía superarles, que podía lograr un sonido aún más melancólico que ese triste himno al difundo esclavo, pero bajó la mirada, giró en la esquina de la manzana, y emprendió de nuevo el largo camino a casa.

Sin dejar notas, ni explicaciones, cerró la pesada puerta de metal que protegía su desordenado hogar. Sirvió un poco más de café, y entre sorbos y lágrimas, ingirió su pasaje al infinito, para transformarse en su redacción. Calentó por última vez su alma, acabando su soledad y la de sus letras, censurando la imaginación, y sobre todo, generando un insaciable vacío en el peleado, melancólico y sedentario mundo de la literatura en el que triunfó.

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