Autobiografia De MARIA GUERRERO
Enviado por unacad • 19 de Julio de 2012 • 11.497 Palabras (46 Páginas) • 664 Visitas
Maria Guerrero en silla de ruedas, enferma de cáncer, entrega notas de preescolar a la niña Rebeca Castillo.
LA
MAESTRA
AUTOBIOGRAFÍA
Yo fui la hija número diecinueve de mis padres. Nací en la finca de Ticomo, comarca a diez kilómetros del centro de Managua, el 6 de diciembre de 1909, fui inscrita, por olvido de mis padres, el 6 de Diciembre de 1910,un año después. Mi partida de nacimiento resta un año de vida a mi verdadera edad. Esto ocurría a menudo en aquella época cuando los familiares vivían poco vinculados con la vida de la ciudad y su régimen de vida no exigía la urgente inscripción de los hijos en los registros civiles. Muchos padres campesinos nunca inscribían a sus hijos. A nosotros nos inscribían un poco tarde. En el parto que yo nací, mi madre fue atendida en la finca ‘’La Fortuna’’del pueblo de Ticomo por una ‘’comadrona’’ .
En la época de mi nacimiento, la familia había alcanzado la estabilidad económica. Mi padre había pasado de ser un simple peón de hacienda a propietario de 2 fincas cultivadas en Ticomo y Nejapa, una casa en la ciudad de Managua y una finca en la costa del pacífico. Todas ellas con ganado, cultivadas de árboles frutales, con una buena producción de cereales, plátanos, aves de corral, ganado porcino y la producción de leche. Todo fruto de años de lucha de mi padre desde su niñez, quien había quedado huérfano a temprana edad. Venancio Guerrero, mi papá, se vio obligado a trabajar a edad temprana para mantener a sus hermanos menores. Su vida difícil desde la infancia le formó un carácter duro ante la vida que lo hizo desafiar las adversidades para abrirse paso en la vida y alcanzar el éxito. La niñez y la juventud de mi padre se puede decir que fue de lucha.
Las fincas eran cultivadas con arado de tiro y labores agrícolas heredadas desde la colonia española. Mi padre tenía como principio económico la producción para el auto consumo. Por eso, mostró poco interés en tecnificar sus propiedades e instruir a sus hijos. Se limitaba a enseñar el trabajo ancestral del campesino. A los varones les enseñó el trabajo agrícola y a nosotras, mi madre, el trabajo doméstico. No obstante y por insistencia de ella, permitió que todos mis hermanos mayores aprendieran las primeras letras y lograra ser maestra graduada de la Normal de Institutoras de la Divina Pastora. Fui la excepción en la regla y esto ocurrió, porque fui la última y había nacido en otras condiciones socioeconómicas.
En los primeros años de mi vida comencé a familiarizarme con la vida campesina, jugaba con muñecas de olote que vestía con pedazos de tela, granos de maíz, casitas de madera fabricadas con pequeñas ramas secas de montes y otros materiales que recogía de aquí y de allá para dar rienda suelta a las más inimaginables aventuras infantiles. Mi padre nos levantaba a las 5 de la mañana a ordeñar las vacas. Mi primera responsabilidad en el trabajo de la finca fue llevar el balde y el banco que mi padre utilizaba para ordeñar, mas tarde me designaron el cuidado del jardín de la casa, lavar algunos utensilios, ayudar a pasar objetos domésticos a mi madre, darle de comer a las gallinas, y así poco a poco me integré al trabajo cotidiano de la familia.
Mis primeras letras las aprendí con mi cuñada Hortensia , después a los 8 años me matricularon en la escuela mixta de Ticomo, donde mis dos primeras maestras fueron la Srta. Ofelia Landaverde y Doña Evelinda de Baltodano.
Camino a la escuela pasábamos por un cauce muy peligroso. Esto obligó a mi madre enviarnos acompañados a la escuela. Al regreso de clases, al mediodía, me tenía lista una pelotita de masa de maíz para que hiciera una tortilla. Por la tarde, también, al regreso de clase, me tenía un guacal de maíz tostado para que lo moliera en la piedra. Muchas veces anochecía moliendo el maíz alumbrada por un candil. Mi madre nos designaba la crianza de determinados cerdos y gallinas, para que cada hijo aprendiera la alimentación y cuido de estos animales.
Entrábamos a clases a las 8 de la mañana, se cantaba el Himno Nacional en el patio de la escuela y en el aula antes de iniciar las clases se rezaba esta oración:
“Dios mío con tu permiso hoy
a clase voy
de vuestra gracia
Dame tu bendición.’’
A la Escuela íbamos mañana y tarde. Orábamos al inicio de clases y al salir. A las 10 a.m. y 3 p.m. era el recreo y a las 11 a.m. y 4 p.m. salíamos de la escuela. Cada estudiante llevaba una botella de agua o refresco a la escuela, porque en ella no había agua. Después de la oración, nos sentábamos y guardábamos silencio esperando que la profesora iniciara su clase. Siempre comenzaba con una breve charla, en la que recomendaba dar los buenos días al salir y al entrar a la casa o a la escuela. Estudiar en voz baja, explicar la lección en voz alta y en su ausencia guardar silencio y compostura. Ella era una maestra que estaba atenta a corregir el más mínimo error en el lenguaje. Cuando ella decía que repitiéramos los ejercicios, yo afirmaba con la expresión campesina “otra vuelta’’ a lo que ella replicaba diciendo: ‘’Se dice: ¡ Otra vez!’’. Era cuidadosa con el aseo, cuidaba que la basura estuviera en su lugar. Éramos un grupo aproximado de 32 niños, la primera clase era, lectura, escritura y aritmética. Después las lecciones de urbanidad y civismo, estas lecciones tenían que ser aprendidas al pie de la letra. Ella manejaba en su mano una regla, pero pocas veces la ocupó para castigar, la mayoría de los niños éramos disciplinados. Por la tarde se entraba a las 2 p.m. se entregaban las tareas y las lecciones de Español y Matemáticas, una por una pasábamos al frente ante la pizarra a repetir de memoria las lecciones. Después procedía a dar las lecciones de Ciencias Naturales y Geografía o Historia. Todos los días Jueves nos enseñaban a las niñas costura, deshilar, a tejer y bordar y a los varones a dibujar en cuadernos grandes y blancos sin raya. Don Carlos Quezada, esposo de la maestra Evelinda, una vez semana de por medio, llevaba a los varones al campo,
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